PUTAS DE DÍA | ANNEL DEL MAR MEJÍAS GUIZA


Cuento del libro Casa quemada
Premio de Literatura Stefanía Mosca 2014
Mención narrativa


PUTAS DE DÍA

Su padre lo miró y supo que era la hora. Ese regordete, de piel color del pino y pelo chicharrón, necesitaba fajarse con una hembra, sentir un pubis peludo, probar el líquido del deseo manando de esa fruta, meterse las tetas en la boca como racimos de uvas. Izar ese pajarito que sobaba a cada rato y meterlo en el nido. Je, je, je. El padre jipeaba de malicia. ¡Cochino!, le diría la vieja.

– ¿Quién es el hombre en esta casa! ¿Quién: vos o yo? –contestó para callar esa voz rota de la consciencia.

Cogió al muchacho, que no pasaba de quince años, y lo montó en la camioneta vieja. El calor sofocaba. Prendió el radio y buscó, sin suerte, una ranchera. Se conformó con un vallenato llorón. La carretera hacía tronar aún más el carro, que parecía toser a cada kilómetro. Ese pueblo desangrado, ya hueco de tanto sacar petróleo, estaba surcado por calles llagosas, grieteadas, peores que caminos de granzón. Giró el volante a la izquierda, frente a un depósito de licores, y compró un par de cervezas. Pa’ calentar los ánimos, hijo, pensó. Lo vais a perder, lo vais a convertir en un borracho y un putañero como vos, oyó otra vez a la vieja.

– Verga, mija, dejáme en paz –gritó mientras aleteaba las manos alrededor de la cabeza, como espantando un zancudo molesto. El adolescente lo observó mientras sorbía la cerveza fría. Trozos de hielo le nacían como hongos a la botella negra.

A pleno sol, las putas parecían vampiras, tan blancas como hostias. Las de piel cobriza destilaban un tono amarillento, como los dedos inyectados de nicotina de un fumador. A las guajiras se les notaba la piel transparentosa, como si el día derritiese la coraza nocturna para dejar al desnudo el rastro sucio de los clientes.

Con unos rollos recogiendo el largo pelo liso, la cabeza se inflaba tanto que esa mujer parecía un fósforo sin encender. Sentada en una butaca, con las piernas abiertas y colgantes para ventilar el traganíquel de su sexo, recostaba su huesuda espalda a la pared rústica. ¿Por qué todo era rústico en los prostíbulos de pueblo? Las mesas cojeaban, las rockolas servían a media o les faltaban discos, las camas tronaban metálicamente, los ventiladores en vez de refrescar avivaban el calor, los coletos se lavaban en tobos de agua empichacada y nauseabunda, tan sucia como el lago. Ni las flores conservaban la delicadeza. Aire gris y denso. Luz macilenta.

La mujer escuchó el estruendo del carro, que levantó una polvareda. Y vio entrar al viejo flaco con rasgos indígenas, sombrero terciado, camisa a raya y alpargatas negras. El jovencito se amarró las manos y caminó mirando el piso, persiguiendo la sombra del hombre.

– ¡Dos cervezas! –vociferó el viejo.

Como una bandada de pájaros en migración, las putas los rodearon, más para hablar que para fichar. Desgreñadas, con el olor a sexo y cigarrillo encima, peor que un pachulí, sostenían trapos olorosos a detergentes, escobas y lampazos. Mala hora, se dijo el padre. Claro, esperaste que me fuera a ver al nieto recién nacido de la comadre pa’ llevarte al muchacho, viejo sinvergüenza, escuchó de nuevo a su mujer.

– ¡Calláte, mija! –se le soltó otra vez en voz alta. Luego se disculpó con las putas, quitándose el sombrero y encajándolo en su pecho escuálido. Buscó entre las mujeres a la matrona y la descubrió al lado de la caja, anotando en un cuaderno sus deudas. Se acercó. Sin mirarlo, la meretriz desnudó las intenciones del viejo:

– De día no… fue una noche movida –anticipó ella, pero el hombre no se dejaría vencer.

– No es para mí, sino para el muchacho, mi hijo –lo señaló.

La matrona levantó sus ojos verdes, rodeados por un marco dibujado con lápiz negro. Miró con lástima al adolescente. No llevaba la cuenta de cuántos hombres había desvirgado ni a cuántos asistió para ese rito, pero sí recordó con claridad a su primer macho, de manos grandes, rústicas, y pene erecto, grueso, que le reventó la entrepierna hasta desmayarla. No recordaba su cara. ¿O acaso eso fue anoche o cada noche? Despabiló.

– Te costará más caro por la deshora –le contestó y el viejo hurgó los bolsillos del pantalón y puso enfrente los billetes. La meretriz buscó en el cuaderno la puta menos activa de anoche y le ordenó con un gesto a la mujer con los rollos en la cabeza que recogiera al muchacho.

Mujer bendita, de tetas pequeñas, pezones parados. Tan flaca, mi flaca. El costillar se te asoma de lado y lado, como un pollo despresado. Culo redondo y liso, cómo quisiera hurgarte esa raja. Piel tibia, suavecita y sudada, como las sábanas recién lavadas de mi mamá. Y esos mordiscos en la boca, tan dolorosos y picantes. Salivas agrias. Si tiemblo, no te asustes, mujer, soy yo el asustado. Ahí viene, se engarza y encueva a mi pajarito, lo anida en esa grieta de dioses. Lo chupa, lo absorbe, lo embebe. Pero cada vez que cabalga me aprieta la barriga y no lo puedo evitar, no aguanto: un chorro de miao baña la vagina. Un golpe seco en el ojo me despluma el pajarito. Y la mujer sale del cuarto, molesta, goteando, despotricando de su mala suerte y maldiciendo a ese pendejo que la orinó.


De: Casa quemada, Fundarte, 2015


ANNEL DEL MAR MEJÍAS GUIZA (Barinas, 1979) es licenciada en Comunicación Social, mención Periodismo Impreso, de la Universidad del Zulia, y Magíster en Etnología, mención Etnohistoria, de la Universidad de Los Andes (ULA), Venezuela. Ejerció como periodista en el diario Panorama y Correo del Orinoco. Actualmente es profesora agregado en el Departamento de Investigación, de la Facultad de Odontología, y en el Departamento de Comunicación Social, de la Escuela de Medios Audiovisuales, de la Facultad de Humanidades y Educación, de la Universidad de Los Andes (ULA). Fue editora de la revista Boletín Antropológico (2014-2016), actualmente dirige la revista Plural. Antropologías desde América Latina y del Caribe, de la Asociación Latinoamericana de Antropología (ALA), y es miembro del comité editorial de In-SUR-Gentes. Revista para las antropologías del sur. Es coordinadora editorial de la Red de Antropologías del Sur y vocal ante la junta directiva de la ALA 2017-2020 por esta organización. Ha publicado tres libros, uno periodístico y dos literarios: como co-autora Patriotas del petróleo. Testimonios de la resistencia contra los golpistas petroleros (2002-2003) (Ediciones Correo del Orinoco, 2012), Mapas de sangre (Premio de Autores Inéditos Monte Ávila Editores, mención Narrativa, 2011) y Casa quemada (Premio de Literatura Stefania Mosca, mención Narrativa, 2014. Ed. Fundarte).

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