AUTOBIOGRAFÍA, CARTA A PAUL VERLAINE DE STÉPHANE MALLARMÉ

AUTOBIOGRAFÍA, CARTA A PAUL VERLAINE DE STÉPHANE MALLARMÉ
 
París, lunes 16 de noviembre de 1885
 
Mi querido Verlaine,
 
Estoy retrasado con usted, porque he buscado lo que había prestado, un poco por un lado y un poco por otro, al azar, de la obra inédita de Villiers. Aquí adjunto lo muy poco que poseo.
Pero informaciones precisas sobre este querido y viejo fugaz, no tengo. Incluso su dirección ignoro. Nuestras manos se reencuentran una con la otra, como si se hubiesen soltado la víspera, a la vuelta de la calle, todos los años, porque existe un Dios. Al margen de eso, él sería puntual en las citas y, el día en que, para los Hombres de Hoy, así como para los Poetas Malditos, usted quiera, sintiéndose mejor, encontrarlo en lo de Vanier, con quien va a estar en tratativas para la publicación de Axel, no hay dudas, lo conozco, ninguna duda, de que no esté allí a la hora acordada. Literariamente, nadie más puntual que él. Corresponde a Vanier entonces obtener primero su dirección de parte del señor Darzens que hasta ahora lo ha representado ante este amable editor.
Si nada de esto resultase, un día, un miércoles por ejemplo, iría a buscarlo a usted al anochecer, y, charlando, nos aparecerían tanto a uno como al otro detalles biográficos que me escapan hoy. No el estado civil, por ejemplo, fechas, etc., que sólo conoce el hombre en cuestión.
Paso a mí.
Sí, nacido en París el 18 de marzo de 1842, en la calle llamada hoy Passage Laferrière. Mis familias paterna y materna mostraban, desde la Revolución, una continuación ininterrumpida de funcionarios en la administración del Registro. Y a pesar de que han ocupado casi siempre altos cargos, he esquivado esa carrera a la cual me destinaron desde la cuna. Encuentro huella del gusto a sostener una pluma, para otra cosa que no sea registrar actas, en varios de mis antepasados: uno, sin dudas antes de la creación del Registro, fue síndico de los Libreros bajo Luis XVI y hallé su nombre al pie del Privilegio Real ubicado al frente de la edición original francesa del Vathek de Beckford que he reimpreso. Otro escribía versos jocosos en los Almanaques de las Musas y los Obsequios para las Damas. De niño he conocido, en el viejo interior de burguesía parisina familiar, al señor Magnien, un primo lejano, que había publicado un volumen romántico con toda pompa llamado Ángel o Demonio, el cual reaparece a veces cotizado alto en los catálogos de los libreros de segunda mano que recibo.
Decía recién familia parisina porque siempre hemos vivido en París. Pero los orígenes son borgoñeses, loreneses también e incluso holandeses.
Niño aún he perdido, a los siete años, a mi madre, adorado por una abuela que fue la primera en criarme. Luego he pasado por varios internados e institutos, con alma lamartiniana con un secreto deseo de reemplazar, un día, a Béranger, porque lo había conocido en una casa amiga. Parece que era demasiado complicado para ser llevado a cabo, pero intenté durante mucho tiempo en cientos de pequeños cuadernos de versos que siempre me fueron confiscados, si tengo buena memoria.
No era posible, usted lo sabe, para un poeta vivir de su arte incluso degradándolo varios escalones, cuando entré en la vida. Y nunca lo he lamentado. Habiendo aprendido inglés simplemente para leer mejor a Poe, partí a los veinte años a Inglaterra para huir, principalmente, pero también para hablar el idioma y enseñarlo en un rincón tranquilo y sin otro sustento obligado. Me había casado y eso urgía.
Hoy, hete aquí más de veinte años y a pesar de la pérdida de tantas horas, creo, con tristeza, que he hecho bien. Es que, además de los fragmentos de prosa y los versos de mi juventud y lo que siguió, que le hacía eco, publicado un poco en todas partes, cada vez que aparecían los primeros números de una Revista Literaria, siempre he soñado e intentado otra cosa, con una paciencia de alquimista, dispuesto a sacrificar toda vanidad y toda satisfacción, como uno quemaba antes su mobiliario y las vigas de su techo, para alimentar el horno de la Gran Obra. ¿Qué? Es difícil de decir. Un libro, lisa y llanamente, en varios tomos, un libro que sea un libro, arquitectónico y premeditado, y no una colección de inspiraciones al azar, aunque fuesen maravillosas…. Iría más lejos, diría: el Libro, persuadido de que en el fondo no hay más que uno, intentado sin saberlo porque cualquiera que haya escrito, incluso los Genios. La explicación órfica de la Tierra, que es el único deber del poeta y el juego literario por excelencia, porque el ritmo mismo del libro, entonces impersonal y vivo, hasta en su paginación, se yuxtapone a las ecuaciones de este sueño, u Oda.
 
Aquí está la confesión de mi vicio, puesto al desnudo, querido amigo, que mil veces he rechazado, con el espíritu mortificado o hastiado, pero esto me posee y quizás tenga éxito. No en hacer esta obra en su conjunto (¡sería necesario ser no sé quién para esto!), sino en mostrar un fragmento realizado, en hacer destellar en un lugar la gloriosa autenticidad, indicando todo el resto para el cual no basta una vida. Probar a través de las partes hechas que ese libro existe, y que he conocido lo que no habré podido llevar a cabo.
Nada tan simple entonces para que no haya tenido apuro en recoger los mil fragmentos conocidos que me han, de vez en cuando, deparado la benevolencia de encantadores y excelentes espíritus, ¡usted el primero! Todo eso no tenía más valor momentáneo para mí que el de mantener en forma la mano, y por algo logrado que pueda estar a veces uno de los fragmentos, para ellos está bien si componen un álbum, pero no un libro. Es posible, sin embargo, que el editor Vanier me arranque estos retazos, pero solo los pegaré en páginas como se hace con una colección de jirones de telas seculares o valiosas. Con esa condenatoria palabra de Álbum, en el título, Álbum de versos y de prosa, no sé. Y abarcará varias series, podrá incluso seguir indefinidamente (al lado de mi trabajo personal que creo será anónimo, ya que el Texto hablará en él por sí mismo y sin voz de autor).
Estos versos, estos poemas en prosa, además de las revistas literarias, pueden encontrarse, o no, en las publicaciones de lujo, agotadas, como Vathek, El cuervo, El fauno.
He debido hacer, en momentos de dificultad o para comprar ruinosos botes, labores correctas y nada más (Dioses antiguos, Palabras inglesas), de las que conviene no hablar. Pero, aparte de eso, las concesiones a las necesidades así como a los placeres no han sido frecuentes. Sí en un momento, sin embargo, desesperando del despótico libro abandonado por Mí mismo, he intentado, luego de algunos artículos ofrecidos aquí y allá, redactar solo, atuendos, joyas, mobiliario, y hasta los teatros y los menús de cena, un periódico, La última moda, cuyos ocho o diez números aparecidos aún sirven cuando les quito el polvo para hacerme soñar largo rato.
En el fondo considero la época contemporánea como un interregno para el poeta, que no debe en absoluto mezclarse con ella. Está demasiado en desuso y en efervescencia preparatoria para que tenga algo más que hacer que trabajar con misterio en vistas a más tarde o nunca y de tanto en tanto enviar a los vivos su tarjeta de visita, estanzas o soneto, para no ser lapidado por ellos, si lo sospechasen de saber que no tienen lugar.
La soledad acompaña necesariamente esta especie de actitud. Y, al margen de mi camino de casa (es 89 rue de Rome, ahora) a los distintos lugares donde he pagado el diezmo de mis minutos, liceos Condorcet, Janson de Sally, y el colegio Rollin, vago poco, prefiriendo a todo, en un apartamento protegido por la familia, quedarme entre algunos muebles antiguos y preciados, y la hoja de papel a menudo en blanco. Mis grandes amistades han sido la de Villiers, Mendès, ¡y he visto todos los días, durante diez años, a mi querido Manet, cuya ausencia hoy en día me parece inconcebible! Sus Poetas malditos, querido Verlaine, A contrapelo de Huysmans, han interesado a mis Martes tanto tiempo vacantes los poetas jóvenes que nos aman (mallarmistas al margen) y se ha creído en alguna influencia intentada por mí, allí donde no ha habido más que confluencias. Muy sagaz, he estado diez años antes en el lugar al que tales espíritus jóvenes deben volverse hoy.
Ésta es toda mi vida desprovista de anécdotas, al revés de eso que desde hace tanto tiempo han machacado los grandes diarios, donde he sido considerado siempre my extraño. Examino y no veo nada más, los problemas cotidianos, las alegrías, exceptuados los duelos internos. Algunas apariciones en cualquier parte donde se monte un ballet, donde se toque el órgano, mis dos pasiones de arte casi contradictorias, pero cuyo sentido estallará, y es todo. Olvidaba mis fugas, tan pronto como me atrapa demasiada fatiga mental, al borde del Sena y del bosque de Fontainebleau, al mismo lugar desde hace años. Allí me aparezco completamente diferente, apasionado de la navegación fluvial solamente. Honro al río, que deja que uno devore en sus aguas jornadas enteras sin que se tenga la impresión de haberlas perdido, ni una sombra de remordimiento. Simple paseante en yolas de caoba, pero navegante furioso, muy orgulloso de su flotilla.
Adiós, querido amigo. Leerá todo esto, anotado con lápiz para dar la apariencia de una de esas buenas conversaciones de amigos a solas y sin gritos, lo recorrerá con una mirada distraída y encontrará, diseminados, los pocos detalles biográficos para elegir que se necesita haber, de algún modo, visto verídicos. Cuánto me apena saber que esté enfermo, ¡y de reumatismos! Conozco eso. Solo use rara vez salicilato, y tomado de manos de un buen médico, ya que el tema de la dosis es muy importante. Hace tiempo tuve un cansancio y como una laguna mental tras esta droga. Y le atribuyo mis insomnios. Pero lo iré a ver un día y le diré esto, llevándole un soneto y una página de prosa que voy a elaborar en este tiempo, para usted, algo que vaya bien ahí adonde usted lo coloque. Puede comenzar, sin esas dos baratijas. Adiós, querido Verlaine. Estrecho su mano,
 
Stéphane Mallarmé
 
El paquete de Villiers está en lo del portero. ¡Está de más decir que es lo cuido como a la niña de mis ojos! Allí está lo que ya no se encuentra. En cuanto a los Cuentos Crueles, Vanier se los conseguirá, Axel se publica en La Joven Francia y la Eva futura en la Vida Moderna.
 
 

 
Paris, lundi 16 novembre 1885
 
Mon cher Verlaine,
 
Je suis en retard avec vous, parce que j’ai recherché ce que j’avais prêté, un peu de côté et d’autre, au diable, de l’œuvre inédite de Villiers. Ci-joint le presque rien que je possède.
Mais des renseignements précis sur ce cher et vieux fugace, je n’en ai pas : son adresse même, je l’ignore ; nos deux mains se retrouvent l’une dans l’autre, comme desserrées de la veille, au détour d’une rue, tous les ans, parce qu’il existe un Dieu. À part cela, il serait exact aux rendez-vous et, le jour où, pour les Hommes d’Aujourd’hui, aussi bien que pour les Poètes Maudits, vous voudrez, allant mieux, le rencontrer chez Vanier, avec qui il va être en affaires pour la publication d’Axël, nul doute, je le connais, aucun doute, qu’il ne soit là à l’heure dite. Littérairement, personne de plus ponctuel que lui : c’est donc à Vanier à obtenir d’abord son adresse, de M. Darzens qui l’a jusqu’ici représenté près de cet éditeur gracieux.
Si rien de tout cela n’aboutissait, un jour, un mercredi notamment, j’irais vous trouver à la tombée de la nuit ; et, en causant, il nous viendrait à l’un comme à l’autre, des détails biographiques qui m’échappent aujourd’hui ; pas l’état civil, par exemple, dates, etc., que seul connaît l’homme en cause.
Je passe à moi.
Oui, né à Paris, le 18 mars 1842, dans la rue appelée aujourd’hui passage Laferrière. Mes familles paternelle et maternelle présentaient, depuis la Révolution, une suite ininterrompue de fonctionnaires dans l’administration de l’Enregistrement ; et bien qu’ils y eussent occupé presque toujours de hauts emplois, j’ai esquivé cette carrière à laquelle on me destina dès les langes. Je retrouve trace du goût de tenir une plume, pour autre chose qu’enregistrer des actes, chez plusieurs de mes ascendants : l’un, avant la création de l’Enregistrement sans doute, fut syndic des Libraires sous Louis XVI, et son nom m’est apparu au bas du Privilège du roi placé en tête de l’édition originelle française du Vathek de Beckford que j’ai réimprimé. Un autre écrivait des vers badins dans les Almanachs des Muses et les Étrennes aux Dames. J’ai connu enfant, dans le vieil intérieur de bourgeoisie parisienne familial, M. Magnien, un arrière-petit-cousin, qui avait publié un volume romantique à toute crinière appelé Ange ou Démon, lequel reparaît quelquefois coté cher dans les catalogues de bouquinistes que je reçois.
Je disais famille parisienne, tout à l’heure, parce qu’on a toujours habité Paris ; mais les origines sont bourguignonnes, lorraines aussi et même hollandaises.
J’ai perdu tout enfant, à sept ans, ma mère, adoré d’une grand-mère qui m’éleva d’abord ; puis j’ai traversé bien des pensions et lycées, d’âme lamartinienne avec un secret désir de remplacer, un jour, Béranger, parce que je l’avais rencontré dans une maison amie. Il paraît que c’était trop compliqué pour être mis à exécution, mais j’ai longtemps essayé dans cent petits cahiers de vers qui m’ont toujours été confisqués, si j’ai bonne mémoire.
Il n’y avait pas, vous le savez, pour un poète à vivre de son art même en l’abaissant de plusieurs crans, quand je suis entré dans la vie ; et je ne l’ai jamais regretté. Ayant appris l’anglais simplement pour mieux lire Poe, je suis parti à vingt ans en Angleterre, afin de fuir, principalement ; mais aussi pour parler la langue, et l’enseigner dans un coin, tranquille et sans autre gagne-pain obligé : je m’étais marié et cela pressait.
Aujourd’hui, voilà plus de vingt ans et malgré la perte de tant d’heures, je crois, avec tristesse, que j’ai bien fait. C’est que, à part les morceaux de prose et les vers de ma jeunesse et la suite, qui y faisait écho, publiée un peu partout, chaque fois que paraissaient les premiers numéros d’une Revue Littéraire, j’ai toujours rêvé et tenté autre chose, avec une patience d’alchimiste, prêt à y sacrifier toute vanité et toute satisfaction, comme on brûlait jadis son mobilier et les poutres de son toit, pour alimenter le fourneau du Grand Œuvre. Quoi ? c’est difficile à dire : un livre, tout bonnement, en maints tomes, un livre qui soit un livre, architectural et prémédité, et non un recueil des inspirations de hasard, fussent-elles merveilleuses… J’irai plus loin, je dirai : le Livre, persuadé qu’au fond il n’y en a qu’un, tenté à son insu par quiconque a écrit, même les Génies. L’explication orphique de la Terre, qui est le seul devoir du poète et le jeu littéraire par excellence : car le rythme même du livre, alors impersonnel et vivant, jusque dans sa pagination, se juxtapose aux équations de ce rêve, ou Ode.
 
Voilà l’aveu de mon vice, mis à nu, cher ami, que mille fois j’ai rejeté, l’esprit meurtri ou las, mais cela me possède et je réussirai peut-être ; non pas à faire cet ouvrage dans son ensemble (il faudrait être je ne sais qui pour cela !) mais à en montrer un fragment d’exécuté, à en faire scintiller par une place l’authenticité glorieuse, en indiquant le reste tout entier auquel ne suffit pas une vie. Prouver par les portions faites que ce livre existe, et que j’ai connu ce que je n’aurai pu accomplir.
Rien de si simple alors que je n’aie pas eu hâte de recueillir les mille bribes connues, qui m’ont, de temps à autre, attiré la bienveillance de charmants et excellents esprits, vous le premier ! Tout cela n’avait d’autre valeur momentanée pour moi que de m’entretenir la main : et quelque réussi que puisse être quelquefois un des morceaux ; à eux tous c’est bien juste s’ils composent un album, mais pas un livre. Il est possible cependant que l’Éditeur Vanier m’arrache ces lambeaux mais je ne les collerai sur des pages que comme on fait une collection de chiffons d’étoffes séculaires ou précieuses. Avec ce mot condamnatoire d’Album, dans le titre, Album de vers et de prose, je ne sais pas ; et cela contiendra plusieurs séries, pourra même aller indéfiniment, (à côté de mon travail personnel qui je crois, sera anonyme, le Texte y parlant de lui-même et sans voix d’auteur).
Ces vers, ces poèmes en prose, outre les Revues Littéraires, on peut les trouver, ou pas, dans les Publications de Luxe, épuisées, comme le Vathek, Le Corbeau, Le Faune.
J’ai dû faire, dans des moments de gêne ou pour acheter de ruineux canots, des besognes propres et voilà tout (Dieux Antiques, Mots Anglais) dont il sied de ne pas parler : mais à part cela, les concessions aux nécessités comme aux plaisirs n’ont pas été fréquentes. Si à un moment, pourtant, désespérant du despotique bouquin lâché de Moi-même, j’ai après quelques articles colportés d’ici et de là, tenté de rédiger tout seul, toilettes, bijoux, mobilier, et jusqu’aux théâtres et aux menus de dîner, un journal, La Dernière Mode, dont les huit ou dix numéros parus servent encore quand je les dévêts de leur poussière à me faire longtemps rêver.
Au fond je considère l’époque contemporaine comme un interrègne pour le poète, qui n’a point à s’y mêler : elle est trop en désuétude et en effervescence préparatoire, pour qu’il ait autre chose à faire qu’à travailler avec mystère en vue de plus tard ou de jamais et de temps en temps à envoyer aux vivants sa carte de visite, stances ou sonnet, pour n’être point lapidé d’eux, s’ils le soupçonnaient de savoir qu’ils n’ont pas lieu.
La solitude accompagne nécessairement cette espèce d’attitude ; et, à part mon chemin de la maison (c’est 89, maintenant, rue de Rome) aux divers endroits où j’ai dû la dîme de mes minutes, lycées Condorcet, Janson de Sailly, enfin collège Rollin, je vague peu, préférant à tout, dans un appartement défendu par la famille, le séjour parmi quelques meubles anciens et chers, et la feuille de papier souvent blanche. Mes grandes amitiés ont été celles de Villiers, de Mendès et j’ai, dix ans, vu tous les jours mon cher Manet, dont l’absence aujourd’hui me paraît invraisemblable ! Vos Poètes Maudits, cher Verlaine, À Rebours d’Huysmans, ont intéressé à mes Mardis longtemps vacants les jeunes poètes qui nous aiment (mallarmistes à part) et on a cru à quelque influence tentée par moi, là où il n’y a eu que des rencontres. Très affiné, j’ai été dix ans d’avance du côté où de jeunes esprits pareils devaient tourner aujourd’hui.
Voilà toute ma vie dénuée d’anecdotes, à l’envers de ce qu’ont depuis si longtemps ressassé les grands journaux, où j’ai toujours passé pour très étrange : je scrute et ne vois rien d’autre, les ennuis quotidiens, les joies, les deuils d’intérieur exceptés. Quelques apparitions partout où l’on monte un ballet, où l’on joue de l’orgue, mes deux passions d’art presque contradictoires, mais dont le sens éclatera et c’est tout. J’oubliais mes fugues, aussitôt que pris de trop de fatigue d’esprit, sur le bord de la Seine et de la forêt de Fontainebleau, en un lieu le même depuis des années : là je m’apparais tout différent, épris de la seule navigation fluviale. J’honore la rivière, qui laisse s’engouffrer dans son eau des journées entières sans qu’on ait l’impression de les avoir perdues, ni une ombre de remords. Simple promeneur en yoles d’acajou, mais voilier avec furie, très-fier de sa flottille.
Au revoir, cher ami. Vous lirez tout ceci, noté au crayon pour laisser l’air d’une de ces bonnes conversations d’amis à l’écart et sans éclat de voix, vous le parcourrez du bout des regards et y trouverez, disséminés, les quelques détails biographiques à choisir qu’on a besoin d’avoir quelque part vus véridiques. Que je suis peiné de vous savoir malade, et de rhumatismes ! Je connais cela. N’usez que rarement du salicylate, et pris des mains d’un bon médecin, la question dose étant très-importante. J’ai eu autrefois une fatigue et comme une lacune d’esprit, après cette drogue ; et je lui attribue mes insomnies. Mais j’irai vous voir un jour et vous dire cela, en vous apportant un sonnet et une page de prose que je vais confectionner ces temps, à votre intention, quelque chose qui aille là où vous le mettrez. Vous pouvez commencer, sans ces deux bibelots. Au revoir, cher Verlaine. Votre main,
 
Stéphane Mallarmé
 
Le paquet de Villiers est chez le concierge : il va sans dire que j’y tiens comme à mes prunelles ! C’est là ce qui ne se trouve plus : quant aux Contes Cruels, Vanier vous les aura, Axël se publie dans La Jeune France et l’Ève future dans la Vie Moderne.
 

Extraído de Stéphane MALLARMÉ, Autobiographie, Lettre à Verlaine, Albert Messein Éditeur, París, 1924. Traducción de Mariano Rolando Andrade.
Categorías