De la nostalgia y otros universos, una lectura de “La huella del gnomon” | Carmen Julia Holguín Chaparro

De la nostalgia y otros universos, una lectura de

La huella del gnomon de Jesús Vázquez Mendoza


Carmen Julia Holguín Chaparro


Siguiendo La huella del gnomon, el lector se adentra por los trayectos, las precisiones y los olvidos de una voz poética que viaja mental, reflexiva, nostálgica y emocionalmente por veinte años de experiencias diversas. El recorrido, en medio de un gran tráfico, atraviesa países antiguos, ciudades bulliciosas, calles solitarias, espacios extraños, bares. Atraviesa fronteras, crea memorias, enfrenta silencios ante lenguas extranjeras, ante ruidos internos. Anda, también, entre brumas, neón y otros vacíos, rutas donde la historia se transformó en cafés, moteles o ríos. Pasa (h)oras sobre un puente, sobre muchos, muchos puentes; transita por ellos quizá en un cíclico rito de pasaje, de búsqueda, de conexión (Escobedo Tapia). Esboza historias propias y ajenas, reales, imaginadas o imaginarias; pasadas, presentes y futuras, en una inacabable e imposible construcción y reconstrucción propia.

La mirada humana y poética lo abarca todo, incluso lo que no ve, lo que solo presiente. Contempla paisajes urbanos, sitios “fotografiables”, pero también aquellos donde no cualquiera pone los ojos, los que formando parte de una comunidad son negados o los se evitan para cuidar la pulcritud de los sentidos. Las mujeres del recuerdo, una, varias, tal vez de una realidad fugada; las que solo se miran, las que apelan a los instintos más primitivos de la percepción, las que son el amor, su posibilidad o su sombra, desfilan por algunos de los versos del texto, dejando su rastro sin precisión temporal. Asoma el amor o su esencia en el universo, el universo o su esencia en un espacio que ningún medidor de tiempo puede atrapar.

Siguiendo la misma huella entro al Tap Bar del libro y antes de sentarme y pedir una rica cerveza de barril y perderme en la lectura de sus cuatro poemas, me detengo en el epígrafe de Muerte sin fin, de José Gorostiza, que está a su entrada: “Un cóncavo minuto del espíritu/ que una noche impensada, / al azar/ y en cualquier escenario irrelevante/ -en el terco repaso de la acera, / en el bar, entre dos amargas copas/ o en las cumbres peladas del insomnio- /ocurre, nada más, madura, cae…” (61). Tengo el deseo de quedarme un poco más en esas palabras que cantan como sirenas, pero me resisto a su influjo, por ahora. Habré de volver antes de terminar esta jornada.


Mi primer trago. Tap Bar 1: dedicado al autoexilio de Paul Bowles, in memoriam


En ese “cóncavo minuto del espíritu”, como expresa Gorostiza, la preocupación por el tiempo opta por una voz poética impersonal o plural, en cualquier caso, una voz que aquí evita el yo directo: “Cuando se exploran los minutos con la saña del cazador/ y una ingenuidad rústica en el aliento/ lo más sencillo es hablar de vagabundos y horas frágiles”, pero no evita el sentimiento de nostalgia que la lleva a un recordar minucioso, casi violento, donde parece hermanarse con Bowles, ambos vagabundos con su sentido original de vagar por el mundo; o como otro autoexiliado, donde el prefijo “auto” no descarga el peso de la emoción del desarraigado, que lo lleva a “una escritura desgarrada, harapienta / –así lo precisa la nostalgia– [donde] dedos ávidos se extienden sobre horas de alquitrán”(53); a imaginar o no, un puente y romper su símbolo de tránsito al simular un salto en la noche de unos versos que también nombran la ciudad como un “imperio de neón implacable” (53) donde impera la sensación de soledad, la falta de pertenencia, el anonimato y la melancolía, donde el amor no lo es, o no es ninguna salvación.


Mi segundo trago. Tap Bar 2


Una voz nos cuenta: “Hasta el pueblo inexplicable a donde hemos venido a parar / hay noches en las que llegan conversaciones extraviadas / astillas de esa lluvia que caía sin que pudiéramos decir nada / papeles que el empeño de los días nos depositaba en las manos; / luego aparecen calles y avenidas de sudores tumultuosos / minutos de superficies tersas –como si tal cosa existiera–” (55).

La voz poética, ahora más firme en un “nosotros”, sigue también el sendero de la nostalgia por el desarraigo. Aquí, otra vez se despliega el tema, siempre complejo, del autoexilio que no por ser una resolución propia hace menos difícil la ineludible experiencia. Los versos denotan y connotan la añoranza por la ciudad que se extraña, pero que se dejó porque se tenía que dejar, aun cargando con el trauma de todos aquellos que el “nosotros” abraza, aceptando la otredad: otros y él, o todos los que en él son y que alguien, un poeta, tenía que enlistar, acaso para combatir el olvido: “El que intentó borrar distancias y ahogó la voz . . .  / el amigo de callejones sin salida . . . / el que se afirmó maldito y desolado . . . / el conductor altisonante / el necio andaluz / con un ojo rebanado entre las manos (57). ¿Buñuel autoexiliado en una ciudad que lo acogió y le dio su identidad?


Mi tercer trago. Tap Bar 3


El empoderamiento, la aceptación y la afirmación del yo parecen determinar los versos de este poema y la personalidad de la voz poética desde el inicio: “Comenzaré desde un punto incierto / hablaré entonces a esta ciudad” (58). Esta ciudad (esa a la que los vagamundos o autoexiliados llegan) que toma forma de mujer y donde el yo lírico está dispuesto a dejar de ser el otro, a asumirse e identificarse como ciudadano suyo, no turista de paso (aunque pase), a pensar en ella en un futuro enfático, persistente; a conocerla como es: “entraré profundamente en ella / rendiré homenaje a sus detritus . . . en ella todo es fotografiable . . . me revolcaré / en sus cloacas más bajas y desconocidas, así tengo que explorarla, explotarla / emprender un viaje anacrónico / en tranvía hasta su vulva” (59); a amarla aun si no es correspondido, porque quizá se asume como uno más de los muchos que a ella llegan y la habitan: “así sufriré su distancia, su desdén, su olvido / la presencia de esa mano que siempre me despide” (59-60). Un sentido de querer pertenecer impregna la voz, que termina su amorosa declaración expresando que soñará con ella, que de veras la posee (60). “Que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son” (Calderón de la Barca). ¡Salud!


La última y nos vamos. Tap Bar 4 


No es que Muerte sin fin pase de largo por los primeros tres poemas de esta sección de La huella del gnomon. No es casual que el epígrafe tomado de este poema de gran alcance, sea el preludio a la sección completa de Tap Bar. Sin embargo, resulta claro que es en el cuarto poema donde las líneas de conexión son más estrechas, sensibles y obvias, ya que su mismo autor confiesa que el texto es un homenaje al poeta tabasqueño.

Muerte sin fin es uno de los pocos ejemplos de poemas largos con que en cuenta la literatura latinoamericana: se compone de 10 secciones extensas. Por su parte, “Tap Bar 4” es el poema más largo de todo el poemario y se divide en 20 secciones breves. Ambos poemas apelan al recurso del epígrafe en un intento de guiar al lector por una ruta nada llana ya que su temática es compleja, filosófica, profunda, donde no todo “se entiende” aunque “se sienta”, pero donde se percibe la indagación humana por las eternas preguntas del ser, el universo y la creación.

En dicha indagación, comparten los dos poemas algún guiño irónico, como cuando Gorostiza escribe: “Ay hermano Francisco, / esta alegría, / única, riente claridad del alma” (69), y Vázquez Mendoza emula, interpelando a Gorostiza: “Ay, hermano José / en esa mecánica que descubriste / él [el universo] no se basta a sí mismo, esclavos de él, huérfanos de él / tenemos que inventarlo cada día . . .” (64). Así también, mantienen una sintaxis semejante donde abundan las oraciones subordinadas y la adjetivación de tono similar como cuando el yo lírico de Muerte sin fin habla de un “cielo impío” (70), una “criatura estupefacta” (76) o “rosas subterráneas” (79); mientras la voz poética de Vázquez Mendoza escribe de “calles secas” (61), “jerga incomprensible” (63) o “juego de espejos infernal” (66), y claro, ambos poetas como artífices de la palabra reconocen en su escritura el lugar de la poesía, del lenguaje y la escritura mismas. En un pasaje de Muerte sin fin se puede leer: “en un estéril repetirse inédito, / como el de esas eléctricas palabras / –nunca aprehendidas, / siempre nuestras–” (68); en La huella del gnomon: “es el momento preciso . . . donde palabras sorpresivamente exactas / rigurosamente antiguas, viven / para un mañana de avances episódicos” (62). Cómo no nombrar aquello que los hace decirse, expresarse, existir.

No obstante las correspondencias enunciadas entre estos dos textos singulares, cada uno es único y original. Cada poema (y su voz) tiene sus propios matices, sus propias figuras, sus propios términos y su propia postura ante esa indagación emocional y filosófica que toca muchas sensibilidades y encuentra eco en todos los lectores que no tienen la capacidad de expresarla mediante la escritura poética.

“Tap Bar 4”, por su mero título nos sitúa en un “bar”, es decir: “cualquier escenario irrelevante” (51) y en un momento específico: “una noche impensada” (51) y desmitifica en un juego doble, la posibilidad de que, en un sitio tan trivial, alguien filosofe sobre el universo y la certeza de lo que este es y cómo se formó, según la ciencia, en contraste con la religión y su versión de los hechos. La voz poética, acaso “entre dos amargas copas / o en las cumbres peladas del insomnio” (51), amplía los cuestionamientos existentes sobre el universo: no resuelve dudas, expone las propias.

Desde un yo bien plantado, esta voz lírica se permite poner en tela de juicio las nociones aprendidas sobre el universo (según la ciencia) y colocar en una balanza éstas, frente a la explicación de un Dios creador de todo. Explora su concepto de universo desde ángulos que van de lo general y abstracto, a lo más específico y concreto; como cuando expresa que el universo puede ser tanto una “travesía de camión urbano” (61), como “una tarde de domingo” (67) o “una lección de amor” que se concreta en un poema (62). Al final no vemos la balanza inclinada hacia un lado específico, su movimiento oscila hasta cierto punto, armónico y rítmico, hacia otra parte. Nos acompaña, sin embargo, la sensación de que la mejor propuesta es que cada uno somos un universo y nos movemos en otros universos con autonomía, mediante una experiencia compartida.

Cuando Enrique González Martínez creyó que era momento de terminar con la etapa del modernismo creó un poema modernista: “Tuércele el cuello al cisne”. No lejos de esta idea está la que nos propone Jesús Vázquez Mendoza: “. . .surge de los pliegues de la luz / el cisne / que reaparece con un plumaje / más certero que un axioma matemático: / –tuércele las barbas y patéale el culo a Walt Whitman­–” (69). Cada época tiene sus propios cisnes y sus propios mitos a cuestionar, como lo hace este poema con maestría.

La huella del gnomon es un libro propositivo, pero no impositivo, de lectura abierta que se debe tomar como un buen trago, sin prisas, entregándose al tiempo para apreciar los paisajes cotidianos o extraordinarios, nostálgicos o amorosos, urbanos o cósmicos a que nos expone.


Obras citadas o mencionadas

Calderón de la Barca, Pedro. “Quotes”. GoodReads.

https://www.goodreads.com/quotes/332351-qu-es-la-vida-un-frenes-qu-es-la-vida

Escobedo Tapia, Carmen. “El puente, símbolo de entendimiento universal”. Asociación de mujeres por la paz mundial.

http://wfwp-spain.org/el-puente-simbolo-de-entendimiento-universal/

González Martínez, Enrique. Tuércele el cuello al cisne y otros poemas. FCE. 1995.

Gorostiza, José. “Muerte sin fin”. Poesía y poética. Ed. Edelmira Ramírez. ALLCAXX y FCE. 1989. 63-88.

Vázquez Mendoza. Jesús. La huella del gnomon. Ablucionistas Editorial. 2022.


Carmen Julia Holguín Chaparro nació en Hidalgo del Parral, Chihuahua, México.

Es Doctora en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Nuevo México. Trabaja como consejera de estudiantes de licenciatura con especialidad en español, coordinadora de los Niveles de Español Intermedio y profesora en el Departamento de Español y Portugués, de la misma universidad. Escribe cuento y poesía: A tu prójimo amarás (Poesía, 2008), El que tenga oídos… (Poesía, 2014), La Oviedo rifa (Cuentos, 2015), …Y a pesar de las cicatrices (Poesía, 2017), Escucha (Poesía, 2020). Además, trabaja como editora y/o correctora de estilo independiente: Tres mujeres al borde de la escritura (poesía y narrativa, 2015, EEUU), La mariposa del alma (2016, Colombia), Easy, Casual, Everyday Spanish (2018, EEUU), Desnuda ofrenda/Naked Offering (2019, EEUU), Filigranas de ultramar (2021, Colombia). Ha participado en antologías, revistas de literatura impresas y digitales y en encuentros o lecturas de poesía, presenciales y virtuales en México, Argentina, Colombia y Estados Unidos.


 

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