
Desempleado
Algo así como a las diez de la mañana, en la cola de la cooperativa para coger número, me senté en la acera, en una sombrita – menos mal que por aquí hay bastantes árboles, porque está haciendo un sol que hace gruñir a las tejas-.
Me acompañaban varias personas en ese asiento precario… Bueno, en realidad éramos muchos, sentados uno pegadito del otro, porque la cola parecía tener para rato, y no era cosa de largar el poquito de manteca que nos quedaba. Uno empieza a mirar con disimulo para acá y para allá, a ver quienes son los compañeros de… no sé si decir de fortuna o de infortunio, pero bueno, es la vida, y ésta no acepta, en justicia, calificativos tan limitantes.
A mi lado izquierdo está un señor joven, de bigotes, que habla con la señora – pareciera que es su esposa- que está del otro lado. A mi derecha, inmediatamente, está un señor viejo, como de mi edad, que mira desenfocadamente al suelo, algo así como a metro y medio más allá de sus pies. Y, siguiendo por ese lado, hay un montoncito de gente que están sensiblemente relacionados entre sí: Una señora joven, con un niño como de un año cargado, y una niña más grandecita agarrada a su amplio pantalón corto -porque la señora no lleva faldas, sino una prenda que, para no entrar en detalles, se puede definir así – a la cual trata de mantener tranquila, mientras evita que se le caigan la cobija que tiene sobre un hombro y la bolsa de cambures que cuelga milagrosamente de los dedos de la mano con que sostiene al niño. Esta señora habla, sin mirarla, con otra que está detrás de ella.
Uno hace sus comentarios para participar del conato de comunidad que se empieza a formar donde quiera que se reúne, por un rato, un grupo de gente:
—Menos mal que está aquí esta sombrita, porque hay un sol que pela.
—Verdad señor, ¿y usted no trajo agua?
—No, yo pensé…
—¡Ah caray!… Tómese este poquito pa’ que aguante.
—Gracias señora, Dios se lo pague — No sé de dónde sacó el agua…
El señor del lado derecho, el que me separa de la señora del agua y de los cambures, me mira así, como intrigado… estudiándome. Me imagino sus pensamientos: “Este señor no parece acostumbrado a estas lides, se ve así, como fuera de lugar”… O quizás me imagino que luzco así y que provoco esa clase de pensamientos… ¿Qué sé yo?
Pasa un rato de esos de esos en los que uno se pierde en sus cavilaciones… y llega un muchachito como de ocho o diez años , proveniente al parecer, de otro lugar de la cola. Llega dirigiéndose a la señora que me dio el agua y le pide un cambur para él y otro para llevarle a su mamá. Cuando obtiene lo que pidió, el muchachito se va corriendo y la señora le da un cambur a la niña mocosa, otro al señor que nos separa y otro a mí. Lo hace así, sin mirarnos mucho, como algo acostumbrado y absolutamente normal.
—¡Gracias señora!- decimos en coro, el viejo de al lado y yo… los dos nos reímos y el amigo me pregunta:
—¿Usted qué es,…, a qué se dedica?
—¿Yo?… Bueno, soy profesor jubilado… ¿y usted?- pregunto a mi vez.
—Bueno, un poco de todo… en realidad soy mago desempleado…
—¿Mago?- inquiero con cierta incertidumbre- Pero ¡mago de esos de circo…, prestidigitador?
—No, mago… discípulo de Merlín, de Flanel y de toda esa dinastía que viene desde que se hundió la Atlántida; de la unión de las dos ramas, la Celta y la Maya, que se encontraron aquí, cuando los monjes irlandeses vinieron en sus botes de cuero… ¡Ah caray!, ya se me fue la lengua… Usted perdone, quizás lo estoy aburriendo…
Bueno… Yo me quedé mudo un rato, pensando que había topado con un loquito de carretera, y mirando para los lados, a ver por dónde me iba yo a escapar de ese aguacero. Pero, observando con cuidado al tipo, me pareció que tenía un semblante bastante cuerdo; quizás hasta un poquito pasado de cuerdo, si es que eso se puede… Ustedes saben a qué me refiero. De todas maneras parecía que íbamos a estar ahí un rato largo, y uno sigue conversando. Después de todo, los seres humanos lo que somos es algo así como bichos conversadores.
—¿Dijo que era profesor jubilado?- empezó de nuevo mi vecino de cola— ¿Profesor de qué?
Yo no sé por qué todo el mundo pregunta siempre ¿profesor de qué?… Y no sé nunca, en las primeras de cambio, qué contestar.
—Bueno, de materias del ciclo profesional de la universidad, principalmente en el campo de la metalurgia- respondo, así como para dar una información, que no parezca de las de salir del paso, pero que tampoco sea innecesariamente abundante.
—¡Ah!- exclama El Mago (vamos a llamarlo así) mientras hace unos movimientos afirmativos, como de comprensión, con la cabeza.
Después de eso nos quedamos todos callados un rato largo, como si no tuviéramos más nada que decir, como si se nos hubieran terminado todas las palabras que llevábamos en el saquito para la ocasión. Se nubló un poco… pasó una ráfaga de brisa que levantó polvo y envoltorios de chucherías, y empezamos a sentir el peso del cansancio.
—Bueno, es que nos han robado hasta el modo de caminar- empezó de pronto mi nuevo amigo, El Mago, como terminando en voz audible, algo que había comenzado calladamente dentro de su cerebro.
Me quedé mirándolo, esperando que continuara, que le completara el sentido a lo que había comenzando a decir.
—Mire, yo me llamo Melo Díaz y, como le dije antes, soy mago y estoy desempleado. Usted no me va a creer, porque quizás le pareceré un poco más joven, pero yo tengo ciento diez años de edad y, gracias a Dios, todavía vivo con mi mamá. Ella está algo viejecita ya ¿sabe?, pero todavía logra preparar sus arepitas y conseguir algo que meterles adentro, para que uno no salga a la calle con el estómago vacío. ¡Una bendición, mi viejita querida!
—Si, así son las cosas- logro decir, y continúo- ¿Y cómo es que, siendo mago, pasa tanto trabajo?
—¡Difícil de entender!¿No?- me contesta. Y, enseguida pasa a contarme:
<<La gente no comprende; todo lo ve nada más por encima, por el mero pellejito.
Yo me dedicaba a la magia, que siempre fue mi vocación y que, con gran esfuerzo y mucho estudio, logré convertir en profesión: Revivía animalitos muertos, prendía fuego en leña mojada, hacía vino con agua de lluvia, lograba hacer callar a los charlatanes, conseguía que a mis consultantes les alcanzara el sueldo y, hasta una vez que otra, podía hacer que las tuberías viejas dejaran de gotear.
Por supuesto, los beneficiarios de mis actos mágicos, me pagaban con generosidad esos servicios que tanto necesitaban. Pero… surgió, y se hizo fuerte, mi gran desgracia, “La Tecnología” la llamaron, y la gente, siempre fácil de engañar, no comprendió la gran diferencia y las implicaciones nefastas que surgirían de sustituir a la una con la otra. La natural magia, con la artificial engañosa y diabólica tecnología.
Para empezar, la magia sale de las tripas de uno, sale del aire, del agua, de las nubes… La tecnología no… Esa sale de las agallas de una gente que explota las debilidades de los inocentes, quienes deslumbrados por los corotos de plástico pulido, que tienen además lucesitas y piticos, se deshacen de cualquier cosa que necesiten, para adquirir peroles que deben ser enchufados, o que necesitan pilas, o que queman gasolina… y que los van atontando hasta que no son más capaces de hacer nada por sus cuentas. El día en que les fallan los corotos, se encuentran de pronto en la indigencia más desoladora… pero no distinguen y entonces, abandonan la magia… Por eso estoy desempleado; me sustituyó la tecnología, reforzada por la miopía de la gente que cree que ya no me necesita>>.
—¡Pero se van a caer de un coco!— concluyó El Mago.
—¡Que les digo yo!— ¡Ahora todos son magos, pero con muletas!
Después de eso, la cola empezó a caminar y, tras ponernos de pie y ayudar a la señora de los cambures, a levantarse con su perolera y sus muchachos, nos ocupamos de lo que habíamos venido a hacer: De la computadora iban saliendo los números.
Luis Laya Mimó. Nace en Caracas – Venezuela. Reside en la ciudad de Barquisimeto desde hace más de 50 años, donde trabajó en la UNEXPO como Profesor universitario. De profesión ingeniero mecánico y metalúrgico siempre ha estado a pulso con las humanidades en relación a la creación artística y literaria. Hay una propuesta valiosa y novedosa en su proceso pedagógico en su libro La enseñanza de la ingeniería en el siglo XXI. Entre otros textos ensayísticos como Hablando de Plagas. Tiene un libro de cuentos titulado Caminos Paralelos.