
EL DOMADOR DE HUESOS
(evocación del contorsionista)
“Con todos estos huesos tengo que vivir”
dijo para sí el domador de huesos.
Para vivir entero, de la cabeza
a los pies, tengo que domar estos huesos,
colocarlos a como de lugar,
porque mañana, o acaso esta noche,
tenga que volver a la intemperie
mojarme como otra vez
y colocar con cuidado
cada hueso en la cajita.
“Con todos estos huesos tengo que comer”,
dijo para sí el domador de huesos
¿Habrá alguna vez una noche dada?
¿Cuándo tendré calor, medio plato
en la mesa, un tercio de cuchara?
y agua que no caiga del cielo.
Y sed que no la repare
el agua de la lluvia.
No quiero para mí
agua de lluvia,
viento de temporal
calor de fogata.
El fémur derecho
afectado por la humedad.
De tibia y peroné, ni hablar;
falanges entumecidas
omóplatos que ya no están
en su lugar
mientras se detiene de a ratos
la lluvia
y los huesos vuelven a girar:
el brazo que se pliega,
la pierna izquierda…
Un acordeón de hombre,
un fuelle humano
entrando a la cajita;
un cubo loco y transparente,
un dado eterno
girando al azar por dos monedas.
BLUES DE LOS NIÑOS EBRIOS
Los niños ebrios del barrio
tienen la sangre encendida
y la cabeza loca como una fogata;
una fogata desdentada, desatada,
desencajada,
y tienen el nombre de su madre
tatuado en cada párpado
y siete nombres distintos de mujer
debajo de la lengua,
y un par de bares
en la mira telescópica,
tac tac tac…
Los niños ebrios del barrio
están bañados de alcohol
como los bizcochos violetas
de las panaderías,
y a nadie se le ocurre
cremarlos cuando mueren
como pájaros indefensos en las calles,
porque se incendiarían
las chimeneas de los crematorios.
Los niños ebrios del barrio
son racimos de uvas
caídos de golpe
de los parrales del cielo.
Son los niños racimos.
Son los niños ebrios.
Son las piedras negras
que caen del cielo.
Hay noches, muchas noches,
que estando solo en mi cuarto violeta
salen a borbotones
de los bolsillos,
bajan de mis cejas
saltan de mis párpados
se cuelgan de mis pestañas…
Entonces
salgo a la calle
y voy a buscarlos
en medio de la lluvia.
XXI
No quiero pájaros anidando
en el cuenco de mis manos
ni sobre mis piernas
mientras escribo.
Tengo que verlos delante de mí
para que pueda escribir soñando.
No quiero llorar su vuelo trunco.
No quiero cantar canciones
de pájaros sin alas.
Estoy delante de ti.
Y tú estás delante de mí, pájaro.
Así debes sonar en el aire
con tus dos alas en el aire
con tu cuerpo tenso
en el aire
con tu carcajada plena
que nadie conoce
con tu camisa única
y ese andar supremo
que todo lo puede, hasta
flotar en el aire
delante de mí.
Cuerpo
ala
y sueño
delante de mí.
Aunque a veces, herido,
te quiera sobre mis piernas
o en el tembloroso
cuenco de mis manos,
solo cuando lloro.
Jorge Palma (Montevideo. Uruguay, 1961) Poeta, narrador, periodista y divulgador. Ha publicado seis libros de poesía. Entre el viento y la sombra, 1989. El Olvido, 1990. La Vía láctea, 2006. Diarios del cielo, 2006. Lugar de las utopías, 2007. La voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas, 2018. Narrativa: Paraísos artificiales, 1990 (cuentos). Su poesía ha sido publicada en varias revistas latinoamericanas y de otros países del mundo. Letralia (Venezuela). UNAM (Mexico). Akzente (Alemania). Wasafiri (Inglaterra). Actualmente es coordinador para Uruguay de la revista Caravansary (Colombia). Su poesía está traducida al inglés, francés, italiano, árabe, rumano, macedonio, húngaro, griego y alemán. Ha participado en diversos festivales internacionales de poesía como los de La Habana (Cuba). Struga Poetry Evenings (Macedonia). Granada (Nicaragua). Africa Poetry (Durban/Sudafrica). Trois-Rivieres (Canada) y Ciudad de los anillos (Santa Cruz de la Sierra/Bolivia)