
De Nanof (Vaso Roto Ediciones, 2019)
EL SUICIDIO DEL “DR. MUERTE”
El más prolífico asesino inglés se victimó
con las sábanas en su celda de Wakefield.
El doctor Muerte se dio muerte. Difícil
era vivir sabiendo de tanto cordero cansado
pastando en las llanuras de Gran Bretaña.
Sin mano airada, aplicó 215 sobredosis de morfina,
observó en cada paciente la armonía del sueño,
y mientras se adelgazaba la contracción del pulso,
se decía: “Bendita medicina del propio Dios
que lleva a la sonrisa y al reposo eterno”.
Los siquiatras hablarán de la falta de remordimiento,
los criminólogos sumarán sus facciones suaves
en los tratados sobre el deicidio,
la prensa le dará su lugar entre los estetas
que repugnan y atraen con morbo.
Era invierno en West Yorkshire,
eran las 6:20 de la mañana cuando el doctor
vio por la fisura del hielo en la ventana,
ligeras huellas en la nieve y recordó
que jamás había visto el mar.
GIUSEPPE BONFANTI REGRESA
(noviembre 8, 1990)
hay quien vive como si fuera inmortal
otros se cuidan como si valieran la pena.
Juan Gelman
Nadie supo de Pepe Bonfanti
en la isla de Salina durante 46 años.
Quizás un lustro se habló de cómo
incendiaron su casa, lincharon sus bestias
y sobre cenizas escribieron: “partisano”.
Nadie supo que trocó el arado por el ritmo
uniforme en una fábrica de Brasil.
En todos esos años, lentamente, degustó
alrededor de diez mil cigarros. En las tardes
pensaba: “Nessuno fu più lo stesso di prima”,
mientras los cerros de Bahía se iluminaban
con infinitos focos opacos.
(Envejeció sin la ciudadanía italiana,
mal hablando en portugués y con pensión brasileña.)
Regresó a la ínsula, volvió a la parcela familiar:
donde hubo viñedos y cabras se levantó un hotel.
Nadie recordaba al partisano, nadie quiere recordar
ciertas cicatrices bajo el polvo oscuro.
Así Pepe Bofanti encendió un cigarro,
desde la montaña miró la bahía de Pollara,
el reflejo trémulo de sus manos
y de infinitas bombillas opacas.
MARTÍN RAMÍREZ CONVERSA CON LA INMACULADA
Purísima, no quiero volver donde tengo mujer
e hijos, donde hay un caballo desbocado
y las espuelas aguardan colgadas.
Ahí la tierra es agrietada y seca,
no hay cielos de neón ni palmeras:
ahí la tierra no dice nada.
—Al final, niños, mujeres y bestias
nos encontraremos en el valle de Josafat.
Escucharse todo el tiempo
es estar en un túnel, en el vientre
de una culebra ciega:
paso cilíndrico y estrecho, retumban
los sonidos a toda marcha, voces
simétricas me atraviesan.
Inmaculada, sólo quiero dibujar los ecos,
trazar una ermita y oler el incienso:
aplastar a la sierpe con tus pies intactos.
ENZIA VERDUCHI (Roma, Italia, 1967). Desde los cinco años vive en México. Licenciada en Periodismo y Ciencias de la Comunicación por el Instituto Campechano. Becaria del Centro Mexicano de Escritores en 1992; ese mismo año obtuvo el Premio Nacional de Cuento Efraín Huerta. Becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en 1996 y 2003. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte 2004-2007 y 2019-2022. Ha colaborado en distintas revistas y suplementos culturales nacionales e internacionales. Ha publicado los libros de crónica: 40º a la sombra (Universidad Iberoamericana, 2013) y Los segundos y los días. Breviario sobre el temblor (Ficticia Editorial, 2018). Así como los libros de poesía: Cartas de usurpación (UNAM, 1992), El bosque de la hormiga (Ediciones Sin Nombre, 2002), Groenlandia (Parentalia, 2018) y Nanof (Vaso Roto Ediciones, 2019). Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, italiano, hindi, portugués y polaco.