
Es una tarea ardua mantener la calma*
Llegás arreglada al aeropuerto. Te compraste un vestido rojo que combinaste con tu cartera amarilla. Tus ojos asiáticos y tu melena negra te hacen bella. El hombre de seguridad te mira. Te hace una pregunta. A dónde vas, quiere saber. Vos contestás. La voz baja. Reconoce a las mujeres que viajan solas. Te dije que te vistieras sobria, que no llamaras la atención. Las mujeres solas son siempre el target. Te desvestís antes de pasar por seguridad. Te dejás humillar pero no te queda otra opción. Te quitás el cinturón. Los zapatos. El chaleco. No sos la única humillada. Cientos de personas, antes y después que vos, atravesarán el arco de seguridad, levantarán las manos en forma de pirámide y se dejarán palpar el cuerpo por las manos apuradas y rígidas de un empleado de seguridad. Una de las empleadas te llama. Te pide que traigas tu valija de mano porque la quiere revisar. Vos te ponés nerviosa. Aún no te pusiste los zapatos, tu cinturón, el chaleco. Te dije que te controlaras. Que aprendieras las técnicas de autorregulación emocional. Que respiraras hondo: inhalás con la nariz, exhalás con la boca. Ella lo nota. Percibe tu transpiración aún cuando las pequeñas gotas se acumulan en tu nuca. Te di una oportunidad. ¿Te acordás? Se pone sus guantes de látex y comienza. Notás que las personas te miran. Te señalan. Pensás que es como si cargaras una enfermedad fatal. Lepra. La empleada abre la valija. Una última oportunidad, te dije. Alza los ojos y te mira. Sentís que se quiere vengar. Que contiene un recelo contra vos y contra el mundo. ¿Te acordás? Vos palpás su odio mientras ella palpa tu ropa. Tu blusa. Tu pollera. Tus sandalias. Penetra sus dedos de látex dentro del cuero gastado de tus sandalias y vos ves sus uñas arañando su interior y sentís como si te arañara el cuerpo. Tu interior. Sudás. Pensás en mí. En lo que te voy a decir si lo encuentra. En vos. En lo que te pasará. La empleada mira a un hombre. Le hace una seña. Él te mira. Se acerca. Ya lo sabés. Ya presentís lo que va a pasar. Seguís sudando y tu respiración se acelera. Es como un bombeador de agua. Tu corazón. Ves los dedos de la empleada revisando tu bolsa de cosméticos. Recordás dónde está. Pero te olvidás de la respiración. Porque ahora no estás respirando. No estás en calma. Estás acelerada. Estás mojada. Siento tu humedad. Tu cuerpo mojado. Las gotas que bajan desde la espalda hasta las piernas. El interior. Pero no llegan al suelo. Aún. Te dije que no trajeras fluidos. Sabés que están prohibidos. La empleada encuentra un recipiente cerrado. Sudás más. Lo toma con la mano y lo alza para observarlo. Identificás su rencor. Lo tocás porque sale de sus ojos. Te penetra. El recipiente tiene en su interior un fluido rosado. Mirás a la empleada. Mirás a tu alrededor. Los pasajeros que te miran a vos. Miran el recipiente y luego te observan. Perplejos. Quizá indignados. Te dije que no lo hicieras. Lo recordás y te arrepentís. Pero es tarde. Ahora ves al hombre acercarse un paso más. Toma el recipiente y lo coloca en una bolsa de plástico. Sus dedos de látex. Lo ves partir. Te quedás parada y esperás. Mojada. Sudás. Los ojos detenidos en el odio de la empleada que te mira y te pide que la acompañes. No pensás en mí. No pensás en vestirte. No pensás en tu valija abierta. Tus objetos desparramados. Tus libros revueltos. Tu collar de jade. Pensás en vos, en tu futuro. En el análisis del laboratorio. Los resultados. Te veo caminar. Caminás despacio. Tu melena negra, el vestido rojo. La cartera amarilla. Los ojos asiáticos. Desaparecés detrás de una puerta. Pensás en mí. Ahora sí pensás en mí. Pero no me delatás. No podés. No llegás. Alguien te llama. Lo ves. Ves sus ojos. No, no son sus ojos lo que ves. Es su mirada. Entrás en una habitación pequeña y te quedás de pie. Sola. Porque alguien cierra la puerta. Detrás tuyo. Y sólo hay una mesa. Y una silla. No te sentás. No te atrevés. Alguien regresa. Te habla. Sus palabras son dulces. Te pide que te sientes. Obedecés. Sudás de nuevo. Tenés miedo. Tu corazón se acelera. Una vez más perdés el control. Alguien trae agua. Te invita a beberla. Tenés sed, pero dudás. Algo te dice que no. Pero alguien insiste. El miedo se apodera de vos. Te sentás. Llorás. Llorás mientras alguien te observa. Te calma. Te habla. Bebe, te dice. Te va a hacer bien. Bebés. Vos bebés. Bebés el agua que alguien te ha ofrecido de un solo trago. Un trago largo. Alguien se va. Dice que ahora regresa. Sale de la habitación. Sentís que se va para siempre. Como vos, cuando desapareciste tras la puerta. No me vas a delatar. Ya no. Vas a dormir. Vas a descansar. Arrepentida. Pero en calma. Mantenés la calma. Estás en control. En paz.
* “Es una tarea ardua mantener la calma”, cuento publicado en Ni Bárbaras ni malinches. Antología de narradoras en Estados Unidos. Edición a cargo de Fernando Olszanski (Ars Communis Editoria, 2017), 48-52.
Gisela Heffes es escritora y profesora de literatura latinoamericana en la universidad de Rice (Houston). Con Jennifer French acaba de concluir The Latin American Eco-Cultural Reader, una antología extensa de textos culturales y literarios sobre el mundo natural en América Latina (2020), y junto a Carolyn Fornoff, el volumen Pushing Past the Human in Latin American Cinema (2021), el que intenta crear un diálogo entre el cine latinoamericano y las recientes teorías de poshumanismo y ecocrítica. Sophie La Belle (edición bilingüe con imágenes de la autora, 2016) y Cocodrilos en la noche (2020) son sus ficciones más recientes.