
AJEDREZ
Hemos comenzado a jugar secretamente al ajedrez. No lo sabemos pero con cada puerta abierta, con cada renuncia, con cada movimiento del hueso sobre el tablero imaginario, es otra la partida que se inicia. Algo nos mira desde arriba, manipula los hilos del viento, nos recuerda que entre la desnudez del árbol surge la torre donde nos paramos tercos ante el jadeo de las hojas verdes. De nada nos sirvió nacer y morir tantas veces, de nada nos sirvió ganar y perder. El alba se encendió de igual manera ante la persecución de las manos, los pájaros sobre el agua mantuvieron el equilibrio justo, la lentitud de los barcos sobre el océano no interfirió en la prisa de los años, los martillos golpetearon la carne lo mismo que la lluvia a las hojas metálicas. Jugamos indiferentes ante el movimiento del mundo, plantamos los trocillos de vidrio sobre los tobillos paralizados, aprendimos de memoria la estrategia, la meditamos, la dejamos al fondo tembloroso de nuestra incerteza. Pero cuando creímos haber ganado: ¡Jaque mate! Se escuchó la voz desde el fondo. Cada quien caminó hacia el fin del día y por última vez con la nostalgia del paraíso.
ESCRIBIR LO INVISIBLE
Nada se muestra más cercano que lo nombrado, cada cosa se abre lentamente bajo la aparición de una palabra que la reconoce. Quien vuelve la mirada hacia una región silenciosa entiende esta verdad. Sin embargo, es preciso escuchar el grito para saber que tras él se esconden muchos nombres y la herrumbre también toma su lugar en nuestra boca. Nombramos la sal y el pulso visible de la sangre, el laberinto abierto del mundo, las voces que reclamamos y nos reclaman. Pero solo lo invisible nos pertenece, en cada mano extendida encontramos el temblor de lo conocido, en cada pregunta arrojada al aire, un indicio de ruina. Nombrar lo invisible para reconocer el propio rostro, su correspondencia con los gestos del espíritu, su eterna precipitación al vacío y a la luz. Cuando el día comienza y la sombra del ángel deja de cubrirnos, reaparecen los signos incomprensibles del sueño, el movimiento de la serpiente en un rincón de la cabeza —nombre impuesto a nuestras cavilaciones— y en él la medida del pensamiento lanzado sin pudor sobre la inconciencia. Extraviados en las visiones del día ignoramos que hay un lenguaje común para lo oculto, para las plantas que permanecieron debajo de la tierra, para las casas que murieron antes de ser construidas. Una intención bajo la que caen el sueño y la realidad de un solo golpe: escribir lo invisible para ver la propia nada habitando la hoja.
PERPETUIDAD DE LA SED
Cuando nos encuentra la sed,
por un momento nos salva
la certeza de los ríos,
de la propia saliva
o de la lluvia que baja.
La memoria de la marea
que deja su huella
en la orilla,
la palabra “agua”
que nació con cada hombre…
En la extensión del mundo,
cada boca que se abre
simboliza la agonía.
Millones de años no han bastado
Para saciarlas del todo.
JENNIFER GARCÍA: Nació en Medellín, en 1995. Poemas suyos han sido publicados en diversas revistas y periódicos de su país y del exterior. Premio Nacional de Poesía José Santos Soto (Tarso 2019).
Ha participado en festivales internacionales de cine y literatura, entre ellos el Festival Internacional de Poesía de Medellín, que organiza y convoca la revista Prometeo. Es tallerista y fundadora del Festival de Poesía de Fredonia (Colombia).
Ha publicado Estaciones de lo invisible (Sakura ediciones, 2019)