
DECLINACIONES DEL MONÓLOGO
I
Estoy sola,
muy sola,
entre mi cintura y mi vestido,
sola entre mi voz entera,
con una carga de ángeles menudos
como esas caricias
que se desploman solas en los dedos.
Entre mi pelo, a la deriva,
un remero azul,
confundido,
busca un niño de arena.
Sosteniendo sus tribus de olores
con un hilo pálido,
contra un perfil de rosa,
en el rincón más quieto de mis párpados
trece peregrinos se agolpan.
II
Arqueándome ligeramente
sobre mi corazón de piedra en flor
para verlo,
para calzarme sus arterias y mi voz
en un momento dado
en que alguien venga,
y me llame…
pero ahora que no me llame nadie,
que no quepo en la voz de nadie,
que no me llamen,
porque estoy bajando al fondo de mi pequeñez,
a la raíz complacida de mi sombra,
porque ahora estoy bajando al agónico
tacto de un minero, con su media flor al hombro,
y una gran letra de te quiero al cinto.
Y bajo más,
a las inmediaciones del aire
que aligerado espera las letras de su nombre
para nacer perfecto y habitable.
Bajo,
desciendo mucho más,
¿quién me encontrará?
Me calzo mis arterias
(qué gran prisa tengo),
me calzo mis arterias y mi voz,
me pongo mi corazón de piedra en flor,
para que en un momento dado
alguien venga,
y me llame,
y no esté yo
ligeramente arqueada sobre mi corazón, para verlo.
y no tenga yo que irme y dejar mi gran voz,
y mi alto corazón
de piedra en flor.
NATALIA, LA NIÑA DEL PINTOR GRANELL
Ahora estoy en esta ciudad
peligrosamente armada de riesgo
y llenos de accidentes la voz,
el traje claro,
el pulso de amor.
Uno de estos días en que andaba callada
y recorriendo para siempre mi espalda,
de pronto resbalé sin fin,
mi caída atravesada por un astro.
Por todo eso:
peligro,
gracia,
riesgo,
me es grato recordar su casa instalada en el mundo
para que su mujer se aclare las trenzas
que le suben como árbolas;
para que su mujer agrupe la miel
y la apretada harina
en altos signos cotidianos.
Su casa instalada en el mundo
donde violentamente armándose de lámparas,
corazón al cinto,
pinceles al alma,
secreta la memoria,
se reorganiza su salida al sueño.
Aparte de todo eso
recuerdo a la muchacha de los peces impalpables
a quien con otra voz, con otra cifra,
espera el mar sentado en su banco de arena
o disfrazado de pez en el olivo;
y su desnudo de un caballo atormentado
cuyo balido de varón prematuro
reanuda el cielo más allá del aire
También,
y poco a poco,
como cuando en la infancia
yo soñaba que un sueño me dolía
recuerdo al muchacho que yo amaba:
una tarde íbamos por mi cuerpo
con alegría de arpas cosechadas,
cortadas en la mañana,
y húmedas.
Entre tanto, a treinta mil kilómetros de mi alma
y mientras yo recuerdo,
Amparo, su mujer, vestida a la moda de las amapolas,
canta una canción.
Luego dice: (el silencio le pica las venas
como un pájaro):
-¡Qué hermosa está la niña.
Es ya la piel azul de las jardinerías!
Yo me miro por dentro,
preparo lentamente
un acto de terciopelo…
…De súbito,
en la ventana,
sin que nadie lo sienta,
un ángel se desviste de río pequeño,
pone a secar la brisa
y se derrama.
Después quieren que yo no escuche,
que no salte la niña,
(la niña da un salto de lámpara que se abre,
de norte a sur recorre una azucena)
¡que nadie la vea!
La niña se me acerca allá en mi pecho,
la oigo perder su paladar sin venas.
(Cerca de la ventana,
con poco pie de barco distraído
ha caído un deseo de irse volando a nácar
el mar,
todo verde).
Pero dice la niña allá en mi oído:
-El mar ha salido de paseo por las playas,
¡qué dirían los viejos cocodrilos si lo vieran!
(¡qué nadie lo sepa!)
La niña tiene un retrato del mar
(¡Qué nadie lo vea!)
De la antología: Territorio del Alba,
textos de 1948-1954; capítulo: “Tras un ángel que bajó en la mañana”,
Editorial Educa, primera edición, 1974
UNA VOZ
Yo me nazco. ¿Y después?
OTRA VOZ
Misterio
OTRA VOZ
Si no es más que eso alúmbrome.
OTRA VOZ
Es más que eso:
luz con que te alumbras
en doble alumbramiento
que a toda luz conduce;
trasunto de la carne
que da su primer paso
en el verbo,
y el calor del verbo transcurre y se dilata
en el misterio del gozo y la dádiva
e. odio
ION
El hombre cree que va camino de sí mismo. Y es que va a morir.
Que cuando da sus pasos, al cuerpo de su amada se encamina.
Y es que va a morir.
Que por la tarde se detiene su hijo
y toca su sonrisa,
que va a mañana,
y es que va a morir,
porque él lo guía.
Del libro: El tránsito de fuego,
Eunice Odio, obras completas. Tomo II. Editorial UCR, segunda edición 2017
Eunice Odio, poeta, ensayista. Nace en San José el 18 de octubre de 1919. Sus primeras publicaciones aparecen en El Repertorio Americano, La Tribuna y en el periódico Mujer y Hogar. En 1947, al ganar el Concurso Centroamericano de Poesía “15 de septiembre”, con su libro Los elementos terrestres, viaja a Guatemala, donde se hace guatemalteca en 1948. En 1953 se publica en Argentina su segundo libro, Zona en territorio de Alba. En 1954 termina de escribir su extenso poema El tránsito de Fuego, que empezó a escribir hacia 1948, publicándose en El Salvador en 1957. El 9 de febrero de 1955, se instala en México permanencia que interrumpe de 1959 a 1962 que vive en Estados Unidos. Muerte en el mes de marzo de 1974.
Retrato: Miguel Elías