
CANCIÓN DE OTOÑO
¿Conoces tú el país? …
GOETHE
Repitamos con tono de balada muy vieja:
“Cómo volver allí, cómo volver.”
Puedo volver, amigo, al país más lejano.
Fácil sería ver la nieve y los ciruelos.
Pero enséñame, dime el intacto camino
que me llevó al lugar de nuestro encuentro.
Llévame a los hondos pasillos de la casa
en que estuvimos con frío aire de otoño.
¿Cómo volver allí, cómo volver?
Podemos caminar la tierra entera.
Cansados de buscar, preguntaríamos
“¿Cómo volver allí, cómo volver
al lugar que está sólo a unos pasos
de aquí, conoces tú el camino?”
Allí nosotros solos, los fugaces,
entre el muro real, la tarde eterna,
estuvimos hablando de los libros
preferidos, oyéndonos las voces.
Cómo volver allí, cómo volver,
si ya el pasillo está lleno de polvo,
y he visto ya mi alma totalmente
y no entro en mí como en un parque oculto.
Más que un amor que no es correspondido
o el futuro que mira un moribundo,
lo imposible es la casa en que estuvimos,
y cómo a mí me sonaban tus palabras.
Cómo volver allí, cómo volver,
a imaginar siquiera lo que fuimos,
la extraña adolescencia, los encuentros,
y los juegos más graves que la frívola vida.
Oh y los muros estaban como un hecho
irrefutable, más allá del deseo
de mis ojos fugaces y distintos!
La casa, sí, sólo un amargo engaño,
era frágil, mortal como los sueños.
Nosotros, los fugaces, los despiertos,
¿cómo podemos, di, volver allí?
Puedo volver, amigo, al país más lejano,
al país de la nieve y los ciruelos.
¿Mas adónde quedó tu traje oscuro,
tus palabras y el ruido del otoño?
Puedo mirar a la verdad, los ángeles.
¿Mas aquella mentira en que creímos,
con ácida pureza, en los días secretos?
Puedo soñar el sueño más distante.
¿Qué quedará más lejos que la tarde
que acaba de pasar, parque encantado?
¿Conoces tú el país en que se vuelve?
Y sin embargo escribo sobre su polvo “siempre”.
Yo digo siempre como el que dice adiós.
CANCIÓN PARA LA EXTRAÑA FLOR
Hoy he visto a la tierra, severa de fuerza y fantasía,
fiel nodriza del tiempo;
hoy he visto a la tierra sin castidad, más santa de
tan humilde, tan recia y verdadera;
hoy he visto un puñado de tierra como el juicio
corto y justo de un tosco hombre de pueblo,
de la que tú has surgido con una serenidad distinta,
con una ironía distinta, extraña, extraña
flor.
Ay, que sólo podemos engendrar lo que nos es
desconocido y toda perfección es solitaria.
He aquí que de la tierra parda como el tacto del
pobre te yergues como una suerte de contemplación,
y en tanto que ella espera oscuramente, tú, clara,
recibes, cual visión te detienes, no buscas
continuar,
y nada te separa del deseo que Dios tuvo de ti, y
resides todavía en el día de tu dicha.
¿Quién te podrá tocar sin espanto? Lejana es tu
presencia como el cuerpo de la nieve.
He aquí que estás entre mis dedos prestándoles
una suerte de atenta delicadeza,
he aquí que te toco y siento esa velada distancia
que no podremos nunca atravesar
y en la que toda angustia se ha sosegado en una
forma tan sencilla,
he aquí que estás frente a mis ojos y sin embargo
tan misteriosamente fuera de la
vida.
Ah, explica a qué has venido a tornarte mortal
en la fugaz mansión de esta mirada mendicante,
breve es mi vida, extraña, extraña flor, breve es
mi vida junto a tu forma que sólo solicita
una hora necesaria,
que sólo habita el espacio que puede llenar de
gloria real y de sentido.
Ah, que no conozcas la brevedad de los días
sino la joya virgen de un tiempo que no
vuelve,
pues qué es para mí este día sino la piedra
puesta en el rodar ajeno de una ladera oscura,
qué es para mí este día que se pega a tu cuerpo
como la luz al diamante y que en el mío
sólo se desliza,
qué es para mí este día si no puede ser cual
para ti la extensión de mi Cuerpo en la
intemperie eterna?
De: LAS MIRADAS PERDIDAS.
YA YO TAMBIÉN ESTOY ENTRE LOS OTROS
Ya yo también estoy entre los otros
que decían mirándonos, con aire
de tan fina tristeza “Vamos, jueguen”
para apartarnos. Y en la penumbra bella
de los bancos del parque atardecidos
¿De qué hablaban, oh di, y quiénes eran?
Superiores, cual dioses, daban pena.
Se parecían muchísimo si lentos
nos miraban distantes, como un grupo
de árboles que une un día de otoño.
Ya yo también estoy entre los otros
de quienes nos burlábamos a veces,
allí como unos tontos, tan cansados.
Nosotros, los pequeños, los que nada
teníamos, mirábamos, sin verlos,
aquel su modo de estar todos de acuerdo.
Y ahora
que he caminado lenta hasta sus bancos
a reunirme con ellos para siempre,
ya yo también estoy entre los otros,
los mayores de edad, los melancólicos,
y qué extraño parece ¿no es verdad?
EL HUÉSPED
Qué raro es el amor, qué raro
aun entre amantes
que se aman, aun en el seno
de la casa materna,
la entrañable,
qué instante
tan raro aquel en que él irrumpe
de otro modo,
súbito como un golpe,
el amor dentro del amor,
qué raro ese minuto
de compasión total, pura,
sin causa,
sin posible respuesta
ni duración
posible, qué raro
que a nadie hayamos
amado, acaso, más,
que a ese niño ajeno, en México,
que a ese que pasó hablando
consigo mismo,
que a aquella odiada mujer,
porque de pronto,
su bata de casa nos miró desolada,
un fragmento de su espalda
nos hizo llorar
como la más arrebatadora música,
qué extraña
crecida sin palabras.
Hemos corrompido
de mentira y de uso
la palabra
amor,
y ya no sabemos
cómo entendernos: habría
que decirlo de otro modo,
o callarlo, mejor,
no sea cosa
que se vaya, el insólito
Huésped.
HOMENAJE A KEATS
5
Como aquel que camina entre herbazales
y juncos, por nocturno bosquecillo
muy lejos de enredarse en lo sombrío
halla de pronto un claro que conduce
al hogar de los encendidos leños,
así tu ardiente y dolorosa vida
no alcanzó entre sus lianas atraparte.
Cual la ágil ardilla en el ligero
cuerpo encuentra el escape, la salida
de la persecución feroz, tu alada
naturaleza no pudo quedarse
en la región de luto, sin alzar
el vuelo hacia los reinos de la luz,
guiado por la aguda voz del ave
cuyo rastro rescata el bosque oscuro
y lo lleva al secreto del diamante.
7
Tú viste en el color cómo las cosas
tienen en la sustancia el paraíso,
la blanca margarita bordeada de rojo,
el sauce ámbar y el espino blanco,
el jaspeado matiz del tierno laberinto.
Viste al ser en la dicha palpitando,
las yemas tiernas, el cordero alzado,
las colinas balando hacia lo azul.
Tú viste que el inmenso sufrimiento
abarcándolo todo no es la última
semilla. Y del fondo del bosque
tremendo, salir viste a un ruiseñor,
el secreto final, el ser alado
cantando al fondo del morir, y unido
con él ya para siempre, arrebatado
de las colinas verdes del idilio
eterno, dijiste para consolarnos
de la perdida luz: Tierna es la noche.
UNA PUCHA DE FLORES
Para Mamá
Una pucha de flores
siempre se nos ofrece
con impetuoso ademán,
con frescura indecible.
Son ellas, las flores,
en la cima del pétalo,
tan única visión
que toca, que sorprende,
que, expulsados de súbito
de su ofrecerse inerme
a nuestro reino oscuro,
quedamos confundidos
por su golpe de blanco
sin reserva ni fin,
—por su sedoso blanco—
rosa de valva abierta:
ya no sabemos más,
no oímos la alba puerta,
y, quedando cegados
en el umbral oscuro
que sus manos tan cándidas
cierran sin darse cuenta,
sólo, desconociéndolas,
decimos ya: las flores…
De: VISITACIONES.
16
melancholy baby…
La cantante entrada en años
en el viejo cafetín de Broadway
se subía en el mostrador, como en el cine,
para cantar viejas melodías.
El joven de la cara roja, ajadamente
enciende lentos cigarros. Y allí está
ese viejecillo de cara estirada
al que tampoco acompaña nadie.
Y en la mesa individual, de individuales brillos,
como aislados planetas que ningún sol imanta,
fugazmente se dejan llevar por la tonada
unos dedos que marcan el ritmo con nostalgia.
Por huir de la lluvia fue que entramos
en el café de vitrinas dulcemente empañadas,
a la hora en que las tiendas y las señoras nievan
y se ven ilusos paquetes, impermeables cálidos.
Pero llueve también dentro de la melodía.
La luz de afuera se hunde en sus cabellos pintados.
El raso de su traje barriendo el mostrador
nos trae otra vez la calle algo mojada.
Pienso en la patria humana del rumor
de estos vasos sobre la madera cepillada:
lo oyeron las primeras familias holandesas
que acaso aquí llegaron, y también en Ostende.
Entre los bárbaros usos, tan sólo fueron fieles
al resplandor del fuego, una cálida mesa.
Y acompaña, en este recinto de encontradas soledades,
ese pelo extranjero que, igual que el nuestro,
encanece.
De: ANTIGUAS MELODÍAS.
8
TODA LA POESÍA, ALLÍ
(El chicuelo)
Desde cuándo,
cálido, tierno,
a la luz de hogar
del quicio de una calle,
Jackie Coogan está
sentado siempre
para nunca
irse.
Desde cuándo
toda la poesía
allí, en aquel quedarle
tan dulcemente grande
la gorra ladeada.
22
EL MOMENTO QUE MÁS AMO
(fin de Luces de la ciudad)
El momento que más amo
es esa escena final en que te quedas
sonriendo, sin rencor,
ante la dicha inalcanzable.
El momento que más amo
es cuando la joven ciega descubre
al mendigo, detrás del caballero,
en su benefactor desconocido.
De pronto, es como si te quisieras
ir, pero al cabo, no te vas,
y ella te pide como perdón
con los ojos, y tú le devuelves
la mirada, aceptándote en tu real
miseria, los dos retirándose y quedándose
a la vez, cristalinamente mirándose,
en una breve, interminable, doble piedad,
ese increíble dúo de amor,
esa pena de no amarte que tú
—el infeliz—, tan delicadamente
sonriendo, consuelas.
De: CRÉDITOS DE CHARLOT.
EL DÍA, EN APARIENCIA
El día
en apariencia quieto,
sereno,
inmóvil,
ha hecho abrir el grano,
caer el pétalo,
crecer el pensamiento,
madurar el amor
o la guerra,
y, en un mismo
instante, nacer
y morir.
El día, en majestad,
el serenísimo.
De: SEGUNDAS PARTES.
LOS ÁRBOLES
Cabecean,
mira cómo cabecean,
los árboles.
Las lenguas de las hojas
no murmuran
de nadie.
Dicen tan sólo
sí, no, sí,
a la paz
del mediodía,
al viento airado
de cuaresma
que las despoja.
Cabecean,
como niños con sueño
—qué sueñan?—
cabecean
los árboles.
UNA TAN RARA MELODÍA
¿A dónde vas,
hijo mío pequeño,
sombrerito
pegado así a las sienes
del sudor
del juego, a dónde
vas, ya sin corona
de candor,
y todavía soñando
una gloria, una batalla,
un principal destino
que se escapa,
dejándote sólo oír
entre su huida
sin fin, por toda huella,
una tan rara melodía?
De: DE LOS HUMILDES; DE LOS HÉROES.
Poemas tomados de: POESÍAS ESCOGIDAS, Fina García Marruz (Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 1984.)
FINA GARCÍA MARRUZ (La Habana, Cuba, 1923)
Poeta, ensayista, editora, investigadora y crítica literaria. Su obra poética comprende los libros, Poemas (1942), Transfiguración de Jesús en el Monte (1947), Las miradas perdidas (1951), Visitaciones (1970), Poesías escogidas (1984), Viaje a Nicaragua (en colaboración con Cintio Vitier, 1987), Créditos de Charlot (1990), Los Rembrandt del Hermitage (1992), Viejas melodías (1993), Nociones elementales y algunas elegías (1994), Habana del Centro (1997), Antología poética (2003), El peso de las cosas en la luz (2007), El instante raro (2010), ¿De qué silencio, eres tú silencio? (2011), Sitio. Antología poética (2015). Fue miembro del Consejo de Redacción de la revista Clavileño (1942). Formó parte, junto a su esposo Cintio Vitier, de los poetas del Grupo y de la revista Orígenes, creados por José Lezama Lima (1944-1956). Se doctoró en Ciencias Sociales en la Universidad de La Habana (1961). Desde 1962, trabajó como investigadora literaria en la Biblioteca Nacional José Martí. Perteneció al Centro de Estudios Martianos, desde su fundación en 1977, hasta 1987, integrada al equipo realizador de la edición crítica de las Obras Completas de José Martí. Entre sus distinciones se encuentran, el Premio Nacional de Literatura de Cuba (1990), el Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda en Chile (2007), el Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca (2011) y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2011), en España. En su memorable libro de ensayos, Hablar de la poesía (1986), ella escribió algunas frases sublimes, sobre la concepción del oficio poético, “…La poesía no estaba para mí en lo nuevo desconocido, sino en una dimensión nueva de lo conocido, o acaso, en una dimensión desconocida de lo evidente… Todo poeta siente, al trabajar, que sus palabras son moldeadas por un vacío que las esculpe, por un silencio que se retira y a la vez conduce el hilo del canto… Denme el conocimiento de un límite y la más simple frase melódica me puede llevar de la mano a lo insondable…”