FUE LO MÁS DULCE │ RAMÓN COTE BARAIBAR


ANTES DE LLEGAR AL PÁRAMO

 

Y de pronto todo calla, todo se refugia,

todo se recarga en el silencio,

y el aire se detiene por un momento

frente a cada labio, antes de la palabra.

Se ha parado el motor.

Parece como si los montes oscuros

bajaran a mirarnos.

La Berlina está varada antes de llegar al páramo.

La noche intenta romper una ventana.

Adentro se inicia cierta confusión

de cuerpos y maletas, de sílabas,

de miradas dormidas, de pertenencias;

cierta ebriedad recorre

la posición de los asientos:

cierto delirio del desorden, de la comida guardada,

acompaña al silencio y se apodera

de cada uno de los pasajeros.

Alguien hunde su uña en una naranja.

 

Es muy tarde y ya no se ve Bucaramanga.

Hay sueño y cansancio de por medio.

Afuera ya suenan las herramientas.

El asfalto aparece de inmediato

a la llamada de la linterna

como un animal encandilado,

que lentamente se esconde en la próxima curva

envuelto en su vaho, sudando

su saliva vaporosa.

Parece como si todo continuara,

como si fuéramos los últimos.


 

POEMA QUE RECUERDA A CARL SANDBURG

 

Ayer

un bus con delgadas líneas

verdes

pasó por toda la carrera trece

con las ventanas

caídas en desorden,

como las medias de las niñas

al salir del colegio.

Se fue con su viento

elevando a todo lo largo

una canción de risas,

de apresurada y espontánea fugacidad.

Fue lo más dulce

que pudo tener alguna vez

las dos de la tarde.


 

RETRATO DE AURELIO ARTURO EN BOGOTÁ

 

                                              “Ha mucho, hace un instante, ha mucho tiempo”. A. Arturo

                                               A William Ospina

 

“Deja los bosques,

los árboles en su sitio”

recuerda en Bogotá, total de lejanía,

vestido de abogado cruzando la avenida

Jiménez, gris, sigiloso y soñoliento.

Con la memoria a flor de la mirada

observa

el lejano destello de los días,

las hojas, las noches, las resinas,

y un dulce estremecimiento llega a hacerle daño

al leer noticias de su departamento de Nariño.

Muere un poco más ligeramente que los demás

y desde entonces amanece

más menta. “Aurelio Arturo,

se oye vagamente, deja los bosques”,

le dice entre brumas su nodriza.

 

(De: POEMAS PARA UNA FOSA COMÚN)


 

EL QUE VUELVE A LO PERDIDO

A Claudia Gallego

 

El que vuelve a lo perdido

permanecerá de pie junto a lo intocable.

 

El que intente crear el encantamiento

caerá derrotado.

 

El que desee de nuevo esa música

que se despida para siempre.

 

Ya las palabras no durarán

el tiempo que tarda una mosca

en recorrer una lámpara,

ya no habrá sitio.

 

Por aquí pasó el tiempo y su túnica sin regreso.

 

(De: EL CONFUSO TRAZADO DE LAS FUNDACIONES)


 

HIDRANTE

 

Para Josefina Landínez

 

 

En la esquina más triste de un parque de Teusaquillo nos esperaba el hidrante. Y así estaba cuando lo encontramos: paciente, inútil, innecesario. Para qué esforzarse en describir sus atributos si el desorden de las hierbas altas y la voracidad de los amantes erradicaban su mínima estatura.

 

Hasta ese parque sombrío de Teusaquillo nos atrajo su magnetismo desolado. Era de noche, una noche de hace quince años y desde donde estábamos asomaba con dulzura su cabeza y abría sus brazos como si fuera la obligatoria recepción encomendada a un mártir amputado.

 

Para unos era un tallo rojo extraviado de la expedición botánica. Para otros, una dolorosa presencia inapropiada.


 

 

ORACIÓN POR EL HIDRANTE

 

 

En la resequedad de tu garganta, donde hablan al tiempo flores ponzoñosas y amantes, habitas un lugar ajeno de las sirenas de los bomberos. Ya sé que agradeciste la ausencia de los incendios. No hace falta que lo recuerdes. Si te digo la verdad, me alegra que no se advierta en tu columna castigada ninguna señal de tu heroísmo, ni que se quejen los vecinos de tu constante interrupción en los partidos de fútbol, plantado como un incómodo monumento. Por favor, no nos pidas que nos apiademos de tu límite desamparado.

 

Tu estatura de ángel de cementerio rural, tu porción de santidad concedida, tu aleteo de pájaro trunco, llegó hasta nosotros esa noche. Entonces cómo no conmoverse ante tu permanencia callada y tan vulnerable, cómo no ser cómplices de tu infortunio.

 

Ya sabemos que tienes como única función repetir en tu cilindro la resonancia de los truenos y ovacionar largamente sus exclamaciones, pero quiero decirte que fuiste el primero en revelar la existencia de un orden en la ley del olvido. De esta manera aprendimos que todo lo que vemos, todo lo que el sol o la sombra muestra, tiene grabado el indicio de su próxima desaparición.

 

Nos enseñaste el camino para dominar lo transparente, la necesidad de hacer justicia a lo que está a punto del desvanecimiento; fuiste el imán que nos atrajo hasta la llama sobrante de lo precario, para que ahora pueda, ante esta página en blanco, con la recuperación y el orden del tiempo, comprobar la veracidad de tus palabras.

 

Jacobo de la Vorágine: incluye este santo silencioso, sediento y amputado en tu recopilación de mártires. Mira que nunca hizo milagros, mira que lo queremos porque solamente lo mínimo nos salva. Por eso merece la permanencia.

 

(De: BOTELLA PAPEL)


 

 

LA JOVEN DE LA PERLA. Vermeer

 

 

Suplicantes me miran tus ojos

como las olas que en alta mar

preguntan entre espumas por sus islas

 

porque ese beso prohibido que todavía aturde

las vocales de nuestros labios

me ha condenado para siempre

a amarte a distancia y a ti,

a permanecer en dolorosa lejanía.

 

Antes de iluminar con tu perla

la sombra que te reclama y te castiga

te detienes para mirarme por última vez

 

pidiéndome que te haga compañía,

como si yo, impedido a este lado del tiempo,

pudiera acompañarte,

 

como si tú, atrapada en un cuarto

de la vieja ciudad de Delft,

hubieras olvidado por completo

que únicamente existes

 

para despedirte.

 

(De: COLECCIÓN PRIVADA)


 

“LA LIBRERÍA MÁS GRANDE DEL MUNDO”

A Gustavo Adolfo Garcés

 

A la entrada de un modesto centro comercial

situado en una transitada avenida

donde llega ya un tanto lejano el ruido

del tráfico, se encuentra una extraña estructura

de madera. Mide uno cincuenta de alto

por uno treinta de largo por uno veintidós

de ancho, aproximadamente.

 

Podría ser el puesto ambulante de una relojería,

un sitio de apuestas clandestinas, la jaula de una pareja

de tucanes, o la caja de un mago que muy pronto,

bajo la descolorida carpa de un circo, la atravesará

en diagonal con un par de espadas, sin dejar ningún rastro

de sangre. Pero se trata de otra cosa.

 

Si se mira detenidamente se podrá observar

que sus cinco lados disponibles están ocupados

por libros, uno al lado y encima uno del otro,

incrustados como moluscos en la quilla

de un barco, lo que hace indispensable la intervención

de su propietario.

 

El vigilante nocturno, ignorando que allí se oculta

una síntesis de casi todos los siglos y casi todos los géneros,

sin salir de su asombro ilumina con su linterna

una y otra vez las palabras escritas en una de sus tablas

-“La librería más grande del mundo”-

y repite en voz alta, como si no se lo creyera,

como si se tratara de una broma, el nombre

de esta extraña estructura de madera

que se encuentra a la entrada de un modesto

centro comercial.


 

LUNA DE SEPTIEMBRE

 

Ahora que entra septiembre sin hacer ruido,

como si viniera descalzo de madrugada,

y vuelvo a ver su luna naciente alzarse en el cielo

afilada y vigilante, desenvainando sin violencia

tan nítidamente su metal

sobre todas las cosas y regiones de la tierra,

recuerdo mis súplicas desde una terraza

hace ya bastantes años, temeroso y solitario

pero al fin feliz,

rogándole al primer dios que me escuchara

que nunca terminaran sus días,

porque sabía que muy pronto llegaría octubre

con su costumbre de arrasar con todo.

 

Eran las únicas horas del año en las que la oscuridad

parecía estar de mi lado, y dejaba de llamarme huésped

para decirme habitante. Durante ese mes tenía en la terraza

un telescopio, montones de cervezas y sonaba como nunca

la voz de Billie Holliday,

hasta que reconocía en la garganta la llegada del amanecer

por su ardiente exhalación de magnolias,

y veía entre lágrimas las bandadas de golondrinas

fugarse de los aleros para estremecer a ráfagas

el aire frío de la mañana.

Por ausente que esté, por distante que permanezca,

cada año que pasa asisto puntual a la cita

con la más hermosa de las lunas, la luna de septiembre,

porque al mirarla nuevamente en la noche

su acero se vuelve a derretir con dulzura

dentro de mi boca, debajo de mi lengua,

y otra vez me invade ese extraño sosiego,

esa confianza que se convierte en fulgor, esa paz

que se hace luz, luz momentánea pero duradera,

como esas lámparas que los propietarios

en los largos meses de las vacaciones

dejan a propósito encendidas

para indicar a los posibles intrusos

que la casa vacía permanece habitada.


 

CEREZAS & GRANIZO

A María Baranda

 

Todo sucedió en la primera semana de marzo

cuando por fin cayeron las cerezas.

 

Y no cayeron por maduras, por redondas, por rotundas,

cayeron por culpa del granizo y su inexplicable cólera.

 

Después de la tormenta, sobre la compacta blancura del parque,

empezaron a brotar, aquí y allá,

 

mínimas manchas de color púrpura,

como si fuera el vestido nupcial de una novia apuñalada.

 

Fue tanta la prohibición de febrero y la excesiva codicia

entre las altas ramas las que provocaron esa avalancha de niños

 

a quienes no les importó cortarse los labios con esa nieve de vidrio

con tal de poder reventar su piel entre los dientes.

 

Cuando pasados los años alguien les pregunte

por el definitivo sabor que los devuelve a la infancia,

 

no dudarán en decir que el sabor de las cerezas,

el sabor a venganza que tenían esas cerezas heladas,

 

y enseguida añadirán que todo sucedió un lejano marzo,

en su primera semana, después de una tormenta,

 

cuando el granizo del parque se fue tiñendo de rojo,

como después su vaho, como las puntas de sus dedos,

 

como también su memoria, desangrándose, ahora al recordarlo.

 

(De: LOS FUEGOS OBLIGADOS)


MIS MUERTES

 

A los dieciséis años

uno de mis mejores amigos del colegio

se pegó un tiro en la cabeza

por una decepción amorosa.

 

A los treinta y nueve

mi más admirado profesor de literatura

murió de hipotermia en un río,

por salvar a su perro que se ahogaba

bajo una engañosa capa de hielo.

 

A los cuarenta y cuatro

un poeta norteamericano que acababa

de conocer desapareció para siempre

en una remota isla al sur del Japón

por ver de cerca la boca de un volcán.

 

Muchos dirán con sangre fría

que la impaciencia del primero,

la extrema confianza del segundo

o el imprudente proceder

del tercero, fueron la causa determinante,

como si su explicación pudiera justificar

los resultados.

 

A lo largo de la vida

uno va acumulando muertes

y se empieza a pensar sin quererlo

en cuál de esas será la suya,

si será por amor, Sergio, por lealtad,

Eduardo, o por valentía,

Craig.

 

(De: COMO QUIEN DICE ADIÓS A LO PERDIDO)


 

RAMÓN COTE BARAIBAR (Cúcuta, Colombia, 1963)

Poeta, ensayista, narrador, biógrafo, antologador, historiador del Arte, diplomático, gestor cultural. Sus libros de poesía, Poemas para una fosa común (Arnao Editores, España, 1984), El confuso trazado de las fundaciones (El Áncora Editores, Bogotá, 1991), Informe sobre el estado de trenes en la antigua estación de Delicias (Fondo Editorial Pequeña Venecia, Caracas, 1991), Botella papel (Editorial Norma, Bogotá, 1999), Colección privada (Visor Libros, Madrid, 2003), Los fuegos obligados (Visor Libros, Madrid, 2009), Como quien dice adiós a lo perdido (Valparaíso Ediciones, Granada, 2014), Libro de averías (Valparaíso Ediciones, Granada, 2021). Poemas suyos, conforman las Antologías, No todo es tuyo, olvido (Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2006), Hábito del tiempo (Editorial Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2014), Milagros comunes (El Ángel Editor, Quito, 2019) y Temporal, Obra reunida, publicación del Fondo de Cultura Económica, en este 2021. Ha antologado los libros, Diez de ultramar. Joven poesía latinoamericana (Visor Libros, Madrid, 1992), La poesía del Siglo XX en Colombia (Visor Libros, Madrid, 2006), Antología de la poesía colombiana contemporánea (Editorial Planeta, Bogotá, 2017). Es graduado en Historia del Arte, por la Universidad Complutense de Madrid. Laboró en el área cultural gubernamental (1990-1994). También desempeñó un cargo diplomático, en la representación de Colombia ante la Organización de Estados Americanos en Washington. Ha recibido las distinciones, III Premio Casa de América de Poesía Americana, en España (2003), XXIII Premio de Poesía Unicaja, Cádiz (2008), I edición del Premio Internacional de Poesía de Fuente Vaqueros (2021). Sus cuentos y poemas, así como sus artículos sobre arte y literatura, han sido publicados en diversas revistas nacionales e internacionales. El poeta Jotamario Arbeláez, dijo sobre su libro, Como quien dice adiós a lo perdido, algo que es aplicable al resto de su hermosa obra poética, “…En la limpia descripción de los momentos y de las cosas, casi que en su sola enumeración acentuada con un exquisito adjetivo, nos sintoniza con un acontecer prodigioso, así sea común a todos, por la coloratura del verbo.”


 

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