
Género, capitalismo y aniquilación: el símbolo mujer en el espacio público de 2666
Victoria Herreros Schenke
“El patriarcado es un juez, que nos juzga por nacer
y nuestro castigo, es la violencia que no ves”
Lastesis
Resumen
En este trabajo, se analizará mediante el método de los espejos de Lukcas, el símbolo mujer en la narrativa de 2666, especialmente de la parte de los crímenes, aunque no exclusivamente. Para ello, se estudiarán teorías que expliquen el símbolo mujer, la situación de las mujeres en el espacio público del capitalismo, para luego, ser contrastadas con datos históricos, como el Tratado de libre comercio de Norteamérica (NAFTA), y los femicidios ciudad de Juárez en la década de los noventa, para comprender lo que el autor estaba observando y denunciando al momento de escribir 2666, mediante la estética de la aniquilación.
Palabras clave: Bolaño, 2666, género, capitalismo.
Abstract
In this work, the symbol of women in the 2666 narrative will be analyzed by the Lukcas mirror method, especially on the crime side, although not exclusively. For this, theories that explain the symbol woman, the situation of women in the public space of capitalism will be studied, and then be contrasted with historical data, such as the North American Free Trade Agreement (NAFTA), and the femicides city of Juárez in the nineties, to understand what the author was observing and denouncing at the time of writing 2666, through the aesthetics of annihilation.
Key words: Bolaño, 2666, gender, capitalism,
2666 es la novela póstuma de Roberto Bolaño publicada el año 2004, a un año de su muerte. Narrada en cinco partes, se sitúa mayoritariamente en la ciudad ficticia de Santa Teresa, trasunto de la ciudad de Juárez, en donde el autor describe de manera periodística más de cien femicidios violentos.
Para la autora Kenia Aubry, esta novela está narrada en clave, “El campo interno de referencia de 2666 está invadido por el mundo exterior, todas las objetividades representadas están modeladas sobre aspectos de la realidad física, social y humana” (269), es decir, el autor está ficcionalizando la realidad que observa. Ante eso, cabe preguntarse qué está obervando, y con qué prisma. La autora hace referencia a la frontera y el narcocapitalismo, concepto trabajado también por Sayak Valencia, en su libro Capitalismo Gore, en el que las mujeres se encuentran en desmedro, por convertirse en un bien de consumo para narcotraficantes y los poderes que se articulan a partir de ellos.
La investigadora Elisa Cabrera, sostiene que 2666 representa una plasmación literaria de la “Teoría del femicidio”, acuñado por Jill Radford y Diana Russel en los noventa. “el texto literario seleccionado deja patente esta forma de muerte y hace uso –consciente o inconscientemente– del aparato teórico feminista en torno al «feminicidio» y lo hace a través de las mismas herramientas literarias y narrativas que este utiliza” (2). García señala, que todas las formas de femicidio acuñadas por feministas latinoamericanas están presentes en la parte de los crímenes: el femicidio íntimo, el femicidio por prostitución, el femicidio infantil, y el femicidio sexual serial. Y da cuenta de cómo Bolaño describe la reacción de autoridades gubernamentales, para problematizar la invisibilización del problema de género en el espacio público de la ciudad.
En el texto, la institución policial de Santa Teresa trata de atribuir todos y cada uno de los crímenes, de naturalezas muy diferentes, a un único personaje, que es encarcelado y utilizado como cabeza de turco. Este mecanismo institucional de patologización del victimario elimina el carácter político –estructural de género–de este tipo de crimen. (García,6).
Para la autora Ainoa Íñigo, “La literatura es un espejo más de la realidad y de las construcciones ideológicas que la conforman” (8), por eso, le parece importante y absolutamente necesario analizar 2666 con perspectiva de género, no sólo como una crítica literaria, sino como acto politico. A pesar que identifica construcciones simbólicas patriarcales en los personajes, como la asociasión del hombre con la cultura, y la mujer con la naturaleza, o el personaje de Liz Norton como objeto de deseo del resto de los críticos, Bolaño realiza un denuncia del patriarcado en el cuerpo de las mujeres, exponiendo la dicotomía de los iguales (los hombres) y las idénticas (las mujeres), que sugiere que las mujeres comparten caracteristicas asociadas a su género, y carecen de identidad. A nuestro parecer, quizás, es por eso que la gran mayoría de los femicidios son descritos, con la figura de la reiteración, no sólo con lujo de detalles, sino también con nombre y apellido. Con eso, lo que Bolaño pretende es otorgarle identidad individual a las víctimas de un sistema capitalista y patriarcal. Las mujeres.
Según el profesor, Alexis Candia, el mal se asume como máxima constante en la narrativa de Bolaño (44), y desarrolla la teoría de la estética de la aniquilación, que se refiere a “poner en escena las múltiples formas de destruir totalmente al otro, estableciendo como el horror y la violencia son parte del engranaje que ha movido, en cierta medida, la historia occidental durante los últimos siglos” (50) , aunque, Candia cree que Bolaño no pretende exorcizar al mal, en este artículo asumimos que en el caso de 2666 sí hay algo de aquello. Por lo tanto, resulta lógico cuestionarse, qué es lo que está poniendo en escena en 2666, pero para eso, es necesario comprender cuál es el objeto de ficcionalizar una realidad que, de hecho, está ocurriendo, y que ya había sido descrita por el periodista Rodriguez Gonzalez, en su libro “Huesos en el desierto”. A nuestro entender, lo que Bolaño pretende, es denunciar el problema de género, no solo en el ámbito social, cultural y judicial, sino en un plano anterior y superior, y que le da sustento: el plano simbólico. En el que pareciera que, a lo largo de los siglos, los pensadores, a la manera colonial de los conquistadores de América, hubieran reflexionado si las mujeres tenían alma, y hubieran concluido, que adolecemos de ésta, pero en cambio, gozamos de ánima, como si fuéramos seres humanos, casi tan válidas como los hombres, pero nos constituyéramos necesariamente desde la otredad. Como si el símbolo mujer nos precediera como una especie de ectoplasma, de tal manera, que, desde el momento de nacer, llegáramos al mundo simplemente a habitarlo confinadas al espacio privado, y el castigo por salir al espacio público, fuera, en última instancia, el femicidio. Por lo tanto, lo que Bolaño pretende es justamente, es poner de manifiesto, un sistema simbólico que ha transmitido su imagen desde la otredad, con repercusiones que traspasan lo literario y filosófico, y se instauran en lo real.
Pero, ¿Qué es el símbolo mujer? ¿cómo ha sido transmitido en la literatura y la filosofía? ¿Y cómo se manifiesta en la realidad? Lucía Guerra, en su libro “La mujer fragmentada: historia de un símbolo”, señala que el enaltecimiento de lo masculino se produce a través de la degradación de lo femenino, aunque no ha sido la primera en notarlo. Ya lo había denunciado Simone de Beauvoir en el segundo sexo, así como también lo expresa Virginia Woolf en su ensayo Un cuarto propio. “Hace siglos que las mujeres han servido de espejos dotados de la virtud mágica y deliciosa de reflejar la figura del hombre al doble de su tamaño natural” (2). Guerra sostiene que la mujer ha sido concebida culturalmente desde las humanidades y las artes como un ser que carece de la inteligencia presente en los hombres, y describe cómo en el siglo XIX, esta concepción se permearía en las ciencias, y también en el psicoanálisis. “Sigmud Freud, desarrolla su teoría basándose en la carencia del pene, fuente de la insatisfacción y los complejos de la mujer” (24). Y señala que la cultura occidental está preñada de máximas y proverbios que establecen generalizaciones acerca de las mujeres (las idénticas), y las plasma como objetos de deseo,
engendra imágenes que, en la pintura, asumen la forma de desnudos o semidesnudos, en poses exclusivamente diseñadas para la mirada del hombre. Mientras en la literatura o el cine, se transforma en personajes femeninos de cuerpos voluptuosos o tentadores. (26),
es decir, que la definición cultural de la imagen de la mujer, ha estado articulada a partir del placer masculino. Además, estas definiciones – reducciones que rayan en lo absurdo-, han estado acompañadas de la marginación de la historia del otro, concepto que Guerra define como un acto colonial cuyo objetivo es mantener su posición de poder en la inmovilidad absoluta.
la exclusión de la mujer de las áreas de la teología, el trabajo, la educación, y la política, fue, hasta principios del siglo XX, un fenómeno que corrobora esta acción colonizadora del patriarcado. Es más, en las jerarquías impuestas por este sistema, el padre como totalidad monolítica ha permeado la organización de todas las estructuras (27).
Y señala, además, que el hombre, en la sociedad patriarcal, se ha atribuido el derecho exclusivo al uso, intercambio y representación de la mujer, y simultáneamente le otorga la posición de sujeto colonizado. (28)
“El patriarcado, lejos de ser un poder estático, se perfila como un cause múltiple que inserta al símbolo mujer en el flujo de un devenir histórico siempre cambiante” (29), explica Guerra, y sostiene que desde la ideología escolástica surgen las prescripciones de un Deber- ser y un Deber-no ser en relación con la figura de Eva, por ejemplo. (30)
De este modo, el símbolo mujer por sí mismo, no es suficiente para mantener andando una maquinaria de reproducción de violencia, pues este está inmerso en contextos sociales, políticos y culturales. El patriarcado ha encontrado un aliado implacable, y ha generado una especie de simbiosis, en la que ya no es posible el análisis de uno, sin el otro: el capitalismo. Sayak Valencia, en el ya mencionado Capitalismo Gore, lo describe como la reinterpretación de la economía hegemónica y global de los espacios (geográficamente) fronterizos. Y lo ejemplifica con la ciudad de Tijuana, fronteriza entre México y Estados Unidos, conocida como La última esquina del mundo (14). Toma el término gore como referencia “el género cinematográfico que hace referencia a la violencia extrema y tajante” (14).
cuerpos concebidos como productos de intercambio que alteran y rompen y rompen las lógicas del proceso de producción del capital, ya que subvierten los términos de éste al sacar el jugo a la fase de producción de la mercancía, sustituyéndola por la mercancía encarnada literalmente por el cuerpo y la vida humana, a través de técnicas predatorias de violencia extrema como el secuestro o el asesinato por encargo (14)
La autora sostiene que la realidad producida por el capitalismo gore se basa en la violencia, el narcotráfico y el necropoder. Y a su vez, las lógicas se encuentran concebidas desde estructuras o procesos planteados desde el núcleo del neoliberalismo, la globalización y la política. Por esto mismo, considera pertinente y necesario analizar estos procesos desde una mirada transfeminista. (Valencia, 32)
En México, señala, Valencia, el Estado- Nación deviene en el Narcoestado, pues el nuevo Estado es detentado por el crimen organizado, principalmente por los carteles de droga e integra el cumplimiento literal de las lógicas mercantiles y la violencia como herramienta de empoderamiento (34), proceso que vendría gestándose desde los años setenta por diversos factores como la liberalización de los precios, la desregularización de los mercados, desestructuración e ineficacia de las funciones del Estado, entre otros. Sin embargo, en los años noventa, se aprueba el Tratado de libre comercio de América del Norte (NAFTA), y con él, comenzaron a gestarse distintas situaciones que expondría a la clase trabajadora a la una profunda precarización, como el aumento de precios a niveles imposibles para solventar lo básico, y la liberalización de las viviendas, por lo que la clase media sufrió un fuerte adelgazamiento, aumentando las desigualdades sociales, lo que dio paso a la economía ilegal.(36)
El crecimiento cuasi-instantáneo que tenía como precio el derramamiento de sangre y la pérdida de la vida; precios que no resultan demasiado altos cuando la vida no es una vida digna de ser vivida, sino una condición ultraprecarizada” (37)
En este contexto mexicano, la autora señala que las construcciones de género están íntimamente ligadas con la construcción del Estado (el padre como totalidad monolítica).
por lo tanto, se hace necesario visibilizar las conexiones ente éste y la clase criminal, en tanto que ambos detentan el mantenimiento de una masculinidad violenta emparentada con la construcción de lo nacional. Lo cual tiene implicaciones políticas, económicas y sociales, que están cobrando en la actualidad un alto número de vidas humanas, dada la lógica masculinista del desafío y de la lucha de poder y que, de mantenerse, legitimará a la clase criminal, como sujeto pleno de derecho en la ejecución de la violencia como una de las principales consignas a cumplir bajo las demandas de la masculinidad hegemónica y el machismo nacional (Valencia, 40)
Según valencia, lo anterior, asociado al narcotráfico, que, inmerso en una educación consumista, lo lleva a hacer uso de la violencia como herramienta para satisfacer sus necesidades de consumo, y
“legitima su existencia como un sujeto económicamente aceptable, y lo reafirma en las narrativas de género que posicionan a los varones como machos proveedores y refuerzan su virilidad a través del ejercicio activo de la violencia” (55)
De este modo, el cuerpo femenino, degradado ya, desde el símbolo, o desde lo que Valencia señala como “las narrativas de género”, se convierte en un objeto de consumo para demostrar virilidad, lo que deviene inmediatamente en lo que la autora Estela Monárrez llama Cultura del femicidio en la ciudad de Juarez (otra ciudad fronteriza, trasunto de Santa Teresa). La autora realiza un estudio sobre los femicidios ocurridos en dicha ciudad entre los años 1993 y 1999 (posteriores al tratado NAFTA), en el que analiza los tipos de femicidios ocurridos, y la clase socioeconómica de las víctimas Y concluye que la mayoría de éstas corresponden a clases sociales precarizadas.
En Ciudad Juarez se asesina a mujeres de todas las edades, pero sus vidas robadas comprenden toda una serie de actos violentos en contra de ellas, y estos feminicidios están íntimamente relacionados con su condición de género, con el tipo de labor que desempeñan, con el área de residencia y con su indefensión como menores de edad (114)
Es este campo externo simbólico material que impregna esta obra de Bolaño, y es de esta realidad de la que se hace cargo, denunciando la violencia de género no sólo en términos concretos (femicidio, y violación), sino también de la violencia simbólica[1], entendida sociológicamente como una relación social en que el sujeto dominador o hegemónico ejerce un modo de violencia indirecta y no físicamente directa en contra de los sujetos dominados u oprimidos. Para ejemplificarlo, hablaremos de la parte de los críticos, específicamente de su interacción sexo amorosa, la cual puede tener varias lecturas. Por un lado, como estableció la autora Ainoa Iñigo, es cierto que los personajes masculinos y el femenino se encuentran construidos arquetípicamente de manera más o menos patriarcal, (los hombres asociados a la cultura y Norton, como mujer, a la naturaleza), sin embargo, esta construcción no es azarosa, porque al contrario de lo que piensa Íñigo, el personaje de Liz Norton no está articulado como objeto de deseo de los otros críticos, ni se presenta como un ente pasivo de su sexualidad, sino que son los otros críticos los que están articulados en el deseo de ella. Es ella quien decide cuándo acostarse con quién, uno a la vez, o los dos (Espinoza y Pelletier), y finalmente es ella quien decide con cuál de ellos va a establecer una relación afectiva (Morini). Sin embargo, el tema de la libertad sexual femenina es un asunto que aún es complejo en términos sociales, justamente porque desde el símbolo mujer, el Deber-ser de ésta es satisfacer el deseo y el ego masculino, pero no es recíproco, es decir las mujeres se encuentran en una situación de opresión sexual, y la idea de que de hecho ella también pueda desear, es parte del Deber-no ser del símbolo que habita, y ejercerlo la lleva a ser blanco de violencia tanto simbólica, como física, social e incluso estatal. Así lo demuestra Bolaño cuando narra aquel incidente con el taxista paquistaní, en donde éste trata Norton de puta, zorra, perra y cerda al escucharla conversar sobre su libertad sexual con los otros dos críticos.
por contra, sabía muy bien lo que era la decencia y la dignidad y que, por lo que había escuchado, la mujer aquí presente, es decir Norton, carecía de decencia y de dignidad, y que en su país eso tenía un nombre, el mismo que se le daba en Londres, qué casualidad, y que ese nombre era el de puta, aunque también era lícito utilizar el nombre de perra o zorra o cerda (Bolaño, 102)
Pese a las aprensiones de Norton, Espinoza y Pelletier terminan golpeando al taxista y pateándolo en suelo mientras citan algunos autores.
Esta patada es de parte de las feministas de París (parad de una puta vez, les gritaba Norton), esta patada es de parte de las feministas de Nueva York (lo vais a matar, les gritaba Norton)” (Bolaño, 103)
El hecho que cite a las feministas de francesas y estadounidenses da claras luces del aparataje teórico que manejaba Bolaño al momento de escribir 2666, es decir, no está simplemente ficcionalizando una realidad que observa, sino que está haciendo un profundo análisis de lo que ésta significa.
Sin embargo, los hechos de violencia más directos, crudos y brutales los narra en la parte de los crímenes, que ocurren en la ciudad de Santa Teresa (ficción de ciudad de Juárez), una ciudad fronteriza que reúne todas las características detalladas por Sayak Valencia, en donde las víctimas son mujeres precarizadas de clase obrera, y la mayoría empleadas de maquiladoras. El primer femicidio de la ola de femicidios que detalla Bolaño ocurre el noventa y tres, tal y como describe Monárrez, y no es casualidad que hayan comenzado en el mismo año, tanto en la realidad, como en ficción, pues el relato de Bolaño pretende reflejar la realidad, una realidad que se articula casi inmediatamente después de la aprobación del NAFTA, con todas las consecuencias ya descritas.
En enero de 1993. A partir de esta muerta comenzaron a contarse los asesinatos de mujeres. Pero es probable que antes hubiera otras. La primera muerta se llamaba Esperanza Gómez Saldaña y tenía trece años. Pero es probable que no fuera la primera muerta. (444)
La descripción de la violencia gráfica, detallada y periodística también cumple un rol fundamental en la parte de los crímenes, que es la de presentar los femicidios tal y como son, en todas las manifestaciones ya nombradas por Elisa Cabrera, pero sobre todo, el de narrar el consumo indigno y despiadado a lo que estos cuerpos femeninos son sometidos. Pretende evidenciar el ya explicado enaltecimiento de lo masculino a través de la degradación simbólica de lo femenino, y su consecuencia última en un contexto de narcoestado capitalista: la violación y el femicidio violento, utilizando los cuerpos femeninos no simplemente como un objeto de consumo, sino como una forma de detentar poder, el necropoder. Un claro ejemplo de ello, es cuando narra el crimen de Mónica Posadas, en el que detalla la violación de los tres conductos, para luego describir la de los ocho conductos.
Según el forense, Mónica había sido violada anal y vaginalmente, aunque también le encontraron restos de semen en la garganta, lo que contribuyó a que se hablara en los círculos policiales de una violación «por los tres conductos». Hubo un policía, sin embargo, que dijo que una violación completa era la que se hacía por los cinco conductos. Preguntado sobre cuáles eran los otros dos, contestó que las orejas. Otro policía dijo que él había oído hablar de un tipo de Sinaloa que violaba por los siete conductos. Es decir, por los cinco conocidos, más los ojos. Y otro policía dijo que él había oído hablar de un tipo del DF que violaba por los ocho conductos, que eran los siete ya mencionados, digamos los siete clásicos, más el ombligo, al que el tipo del DF practicaba una incisión no muy grande con su cuchillo y luego metía allí su verga, aunque, claro, para hacer eso había que estar muy taras bulba. (Bolaño, 577)
Evidentemente, violar a una persona por las orejas, los ojos e incluso por el ombligo no parece ser algo particularmente placentero, se figura incluso como algo doloroso, sin embargo, el placer está en el necropoder. Mientras más denigrado se encuentre el cuerpo, más poder viril ostenta su victimario.
Cuando el colectivo Lastesis realizan su famosa performance “un violador en tu camino”, haciendo referencia a carabineros de Chile, en el contexto de las protestas sociales del país el 2019, hacen una denuncia clara, y precisa: la complicidad de las autoridades en materia de crímenes por oden de género. “el violador eras tú, son los pacos, los jueces, el Estado, el presidente. El Estado opresor es un macho violador”, sentenciaron (s/n). Es lo mismo que denuncia Bolaño, cuando describe una laxitud en las investigaciones de los femicidios, la poca importancia que le da el Estado, además del ejercicio de violencia simbólica por parte de las autoridades que estaban a cargo de los casos.
No tenía marido, aunque una vez cada dos meses salía a las discotecas del centro, en compañía de amigas del trabajo, en donde solía beber e irse con algún hombre. Medio puta, dijeron los policías. (576)
Bolaño intenta explicar, de esta manera, cómo los femicidas y violadores cumplen el rol social de castigar a la mujer inmoral, o la que transgrede el espacio público, pues, simbólicamente, es una libertad que no posee, y por eso, tanto institucionalmente, como socialmente, los crímenes de género de encuentran justificados cuando la víctima no se comporta según el Deber-ser. Deben ser sumisas y además morales, y es por lo mismo que Bolaño describe cómo los cuerpos son arrojados al desierto, y no enterrados. Los femicidas quieren que sean encontrados, por dos motivos, uno porque quieren hacer gala de su obra, y en un sentido más social e inconsciente para ellos, quieren ejercer el necropoder. Rita Segato, en el seminario “Mujeres y ciudad: justicias territoriales”, realizado en Buenos Aires año 2017, explica de qué se trata esta opresión en el espacio público, y cómo ésta está amparada civil e institucionalmente.
“Vemos cómo el vocabulario de la sociedad civil y la institucionalidad estatal es un espacio donde las mujeres habitamos de una manera no plena. La experiencia en el espacio público de las mujeres es una experiencia de constreñimiento (…) La mujer tiene que diariamente probar ser un sujeto moral. Necesita demostrarlo porque siempre cae una sospecha automática sobre su persona y sobre su moral: las mujeres somos inmorales hasta que probemos lo contrario (…) pareciera ser que las mujeres vivimos en un Estado de sitio, en un Estado de miedo. (Segato)
Sin embargo, Bolaño va incluso más allá al describir la violencia de género institucional y policial, en un sentido más literal, no sólo como una complicidad masculina dentro de los poderes del Estado, sino como un ejercicio directo de la violencia y privilegios patriarcales que el cuerpo policial detenta.
En las otras celdas los policías estaban violando a las putas de La Riviera. Quíhuboles, Lalito, dijo Epifanio, ¿le entras a la pira? No, dijo Lalo Cura, ¿y tú? Yo tampoco, dijo Epifanio. Cuando se cansaron de mirar ambos salieron a tomar el fresco a la calle.
De esta manera Bolaño, a través de la estética de la aniquilación, pretende poner en evidencia un sistema de opresión patriarcal que sufre la mitad del mundo, que tiene su origen en el orden simbólico y se reproduce a través del capitalismo. Analiza las causas, las consecuencias, lo categoriza y ficcionaliza desde sus distintas aristas y dimensiones sin dejar nada al azar. Resulta curioso que haya decidido denunciar este sistema patriarcal- capitalista en su última obra, como si no quisiera irse a la tumba siendo cómplice de la negación de la historia del otro, sino todo lo contrario. 2666 representa el quiebre del autor con el pacto masculino de denigrar a las mujeres, y del silencio que por siglos han guardado los varones al respecto. Nos presenta como seres humanos igual de legítimos, y detalla los escarnios que debemos soportar, y los peligros en los que nos vemos expuestas. En ese sentido, el aporte de Bolaño se puede resumir en el segundo verso del ya citado himno de Lastesis: “el patriarcado es un juez, que nos juzga por nacer y nuestro castigo, es la violencia que ya ves” (Lastesis).
Bibliografía
Aubry, Kenia. “La parte de los crímenes, excesos de la realidad mexicana. Conjeturas de Roberto Bolaño”. Sobrenatural, fantástico y metareal: la perspectiva de América Latina. Madrid: Siglo XXI, 2014.
Bolaño, Roberto, 2666. Barcelona: Anagrama, 2008.
Cabrera, Elisa. “La parte de los crímenes en 2666: la visibilización del concepto de femicidio como política de la literatura”. Letal.2016. Virtual.
Candia, Alexis. “Todos los males, el mal. Estética de la aniquilación en la narrativa de Roberto Bolaño”. Revista Chilena de Literatura. Abril.2010. Impreso.
Guerra, Lucía. La mujer fragmentada: historia de un signo. Santiago. Cuarto Propio. 1995.
Íñigo, Ainoa. “2666 de Roberto Bolaño: una perspectiva de género”. La Colmena, abril-junio. 2018. Impreso.
Monárrez, Julia “Cultura del femicidio en la ciudad de Juárez, 1993-1999”. Frontera Norte enero-julio.2000. Impreso.
Segato, Rita. Conferencia Mujeres y ciudad: justicias territoriales, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2017.
Valencia, Sayak, capitalismo Gore. España: Melusina, 2010.
Woolf, Virginia. Un cuarto propio. Santiago: Cuarto propio, 2010.
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- Concepto acuñado por el sociólogo Francés Pierre Bourdeu
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