TRÁFICO | JESÚS VÁZQUEZ MENDOZA


TRÁFICO 01
. . . . . . . .
a las 9 p.m. El Korba se dispone a no dormir
fuman narguilés, o shishas: así suena mejor en las aceras
corre una muchacha
por callejones de manchas centenarias
la luna que vuelve, rola en una terraza de convulsivas tropelías
conversaciones truncas
o es un monólogo acabado y vuelto a concluir en el tráfico
―tiene que ser humano― mientras sobras, sombras cruzan la calle
y el pan se vende tendido sobre la banqueta
un despojo duerme
los gatos rondan un teléfono que hace años no contesta
ciudad de vagos esculpidos en cal y canto
los observo desde la terraza del Groppi
son números que apenas aprendo ―o mujeres―
mujeres que llevan a cuestas su hiyab
entre ese ir y venir que no cesa en Heliópolis
mientras
se mece un árbol gigantesco en los jardines del palacio


TRÁFICO 02
. . . . . . . .
en la calle Bagdad
el rumbo llega a un punto ciego en i griega
fluyen diamantes en las sienes
se adosan a talones de mujeres que pasan
y ahora detesto que esa parte tan hermosa
arrastre un nombre tan odioso: pantorrilla
que se tensa a la hora de subir
mejor llamarla duna, arena menguante
o deseo velado que apenas dibuja el viento

en la Torre de El Cairo donde transitan
espectros y lenguas
una peste inunda calles y ventanas
y el Nilo río impávido, arrogante
manipula esa luz que construye puentes
y me alecciona
así se cruzan los puentes
así se viven y tocan los puentes
así saben los puentes
a nada y a tierra
así palpitan los puentes
con una sola cuerda
así se arruinan los puentes
con un trotar famélico de yeguas alazanas
que lanzan sus vientos con olor a catacumba
a penumbra armada con bisagras
así se reparan los puentes
con andamios carentes de sol
y besos de amantes pordioseros
así me dice el Nilo río en El Cairo a carcajadas:
—agua numinosa asediada por desiertos—
aquí debo indagar por qué la arena
me sigue a todas partes
aun hasta esas largas parrafadas que componen mi vida
y que yo dejo pasar
y observo retirarse
para darme el valor de imaginar la siguiente


TRÁFICO 03
. . . . . . . .
salen a la calle pañoletas de colores
senos que la luz derrite
pese a repetidos tegumentos
la constelación de los pezones
siempre oculta
plena de un ansia soterrada:
una mujer en blanco y negro
sólo el rostro al descubierto
alimenta a su hombre en la boca
como a un bebé crecido
parece un juego en ciernes para encender el celo
que pasa, se sucede y seduce con el agua
que mana de las fuentes
se desliza con la música o el rezo
diaria letanía igual a sí misma
en todos los idiomas, en todas las posturas
alguien dice nefsi y una perra ríe
mientras duerme sobre un milenario pedestal
bajo un cielo ceniciento de puertas abiertas

en El Cairo los edificios vomitan harapos
y el sol se hace garras entre los muros
esfuerzo inconcluso de mujeres fantasmales
que deambulan por los callejones
vestidas de todas las miserias
apenas sombras
que por las ventanas se deslíen y desbordan


Jesús Vázquez Mendoza es un poeta, editor y locutor del norte mexicano. Define y retiene perfectamente en la memoria, vivencias e imágenes, por lo que ha incursionado con naturalidad también en la fotografía, con algunos proyectos en puerta, en los que mostrará su singular visión del mundo. En este libro recorre ciudades del Medio Oriente, el amor de las mujeres, las rutas de viaje y hoteles norteamericanos, hasta regresar de nuevo al origen, al puente fronterizo de su ciudad natal. Es un poeta honesto, original y enérgico, cuyas palabras, a veces inesperadas, caminan su propio sendero por la imaginación de sus lectores. Leer a Vázquez Mendoza es una experiencia apasionante y poderosa, donde convergen el sarcasmo, la poesía tradicional, pero también la osadía y la valentía crónica de los creadores de su talla.

Ha sido profesor en algunas universidades de Estados Unidos, y después de llevar una vida casi nómada, se ha establecido en la ciudad norteamericana de Nuevo México, desde hace algunos años.


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