
LA FENOMENOLOGÍA DE LA PERCEPCIÓN
Existe un libro llamado así, te cuento. La fenomenología—creo entender— no es otra cosa que estudiar algo, lo que sea, y analizarlo desde muy diversos puntos para tratar de darle algún sentido al fenómeno que se percibe. Así, el trinar de un pajarillo, su canto que convoca, la rama que lo sostiene y tu percepción de todo eso, vienen a ser la misma cosa. Los fenomenólogos a su vez, vendrían a ser los carajos que estudian la forma en que tú entiendes el mundo para influir sobre tí. Como el libraco aquel de Dale Carnegie. Son los tipos que te explican que el cielo, aunque etéreo, es tan tuyo como los discos y libros apilados de cualquier modo en el desastre en que has convertido tus estantes… cosas así. Aparte, se trata de darle forma a todo lo que vas percibiendo. Pero, así como en todas partes, hay un pajúo, siempre un manager panzón y sabido, que te quiere cambiar la seña. No lo notas, pero tienes que poncharte a juro que es lo hacen con el Claro. Eso redundaría en beneficio del colectivo, concluyo como si supiera mucho de eso.
En pleno encierro, la cosa es más intensa. Los días se vuelven hojarascas que se amontonan por dentro y tratamos de percibirnos frente al mundo buscando un espacio para intelectualizarlo: es lo que hace un ser humano. Intentamos comprender una realidad que se nos presenta de esta forma y que nunca en nuestra puta vida imaginamos. Por lo tanto, hay que estructurarse en cautiverio y hacerse de un manual de vida posvirus. Así sin ‘t’ que es como escriben los que saben. De manera que seguimos navegando en nuestra cotidianidad que ahora con esta vaina, se nos plantea novedosa, aunque llena de los mismos rollos. No está fácil, pero hay que echarle ganas, ¿Verdad que sí? Por ejemplo, algunos de nuestros importantes avatares:
¿Dónde estará el corta uñas? No está “en su puesto”… Sumadre el que lo agarró. La cosa es que encerrado, quieres cortarte las uñas, afeitarte, bañarte, bañar al perro, hacer cotufas, lavar todos tus interiores y librarlos hasta del más tenue frenazo. Una batalla campal. ¡Ah! Y pasarle un trapito a cada libro. Concluyes en relación a tus interiores que hay también una fenomenología de la percepción: te parece que las ligas se van venciendo, pero no le paras bola. Te ríes. Es que elegir reírse cuenta como blindaje en tiempos de confinamiento. Parte del fenómeno. Buscas la escoba y le entrompas al porche como queriendo limpiar las mugres de la Planta Baja de las Torres de El Silencio así, vigorosamente y a full chola. Mucho afán, percibes botando el bofe.
Le bajas dos.
Te sientas. Le buscas el taiming a la vaina.
A tu vida en dictadura.
Parece que habláramos de la revolución en Chipre, pero no. Es el aquí y el ahora, diría Og Mandino. Piensas en tus libros. Ajá. Leer más para ahorrar datos en tu cel a la hora del té. Sigues barriendo. Miras una bandada de zamuros. Uno quiere pararse en el techo. Buscas una guaratara. Le mentas la madre. ¿Hay luz? Pones música en el DirecTV al que por fortuna no le ha caído esta plaga. Suena Randy Crawford con “Street Life“. Te dejas llevar y tu alma autolimpiante va recordando aquel amorío clandestino allá en los jardines del Hotel Cumanagoto: pasión a rin pelao en plena grama china la madrugada del 31 de diciembre de 1981. Que, si hablamos de grama china y cocoteros, entonces habría que considerar también a las hormigas. Mejor abordemos el asunto desde la fenomenología de la picada de un coñazo de hormigas ahí mismito, y de la subsecuente fenomenología de una mentada de madre de esas recontrarrechas. Te vuelves a reír.
Me gusta el término Fenomenológico. El que sepa de esto, debe saber burda de todo. Viene de “fenómeno” que, al cabo, aún se usa. Si le preguntas a Alexis Guarate que cómo lo ve, él te responde eso: Fenómeno, mi hermano. El todo es percibir.
No tratar de entender. Que, si te empatas en esa, enloqueces. Dejas el recuerdo del hotel por ahí, sigues cantando lalalala, barres la casa hacia adentro como hacen en Oriente hasta llegar a tu cuarto y a tu biblioteca. Piensas: Me sale sendo baño y a leer.
Levantas el jergón de la cama para barrer mejor ese pegoste que tiene añales ahí y: ¡¡Ohhh, el corta uñas!! Alguien lo puso allí, para fregarte la paciencia. Y al lado, ¿Adivina? Las medias aquellas que diste por perdidas. Sumadre el que las agarró, sumadre el que las devolvió. Te bañas, te entalcas y te pones pepito. Escoges, por vía de carambola planetaria, el libro de un filósofo marxista, Maurice Merleau-Ponty, llamado: “El Fenómeno de la Percepción”, título que como corresponde, me he choreado de frente. Y resulta mi pana, que mientras el mundo queda boquiabierto porque China acusa a Occidente del Coronavirus, los comunistas tienen ya muchos años teorizando acerca de tu percepción, para alterarla. No es poca cosa. Los chinos ponen la cagada, pero son unos aviones para zafarse de las culpas. ¿Italia metida en la mamá de los peos? Ahí le van veinte millones de tapabocas chinos para eso, para callarnos la boca. Coño ¿Gracias? El libro del sancto sanctorum del engaño solapado atribuido a Merleau, está fechado en 1945. Curioso. Desde entonces los comunistas se indignan gritando adoloridos, que ellos que nos salvaron de Hitler y que, por eso, son los hermanos perdidos del mismísimo Jesucristo.
Mmgvos toditos…
Voy para cinco días confinado. Trato de ponerle alguna lógica a esta locura.
O alguna locura a esta lógica. Respiro hondo. Como todos, reviso el gas, las puertas, las fugas, el cajetín de la luz, los tanques de agua, cualquier otra guevonada y miro por las ventanas en la madrugada, allá hasta donde me alcance el alma. Existe la poesía inextricable que también me gusta. Pero lo que más me va por los momentos, es algo que me dé ánimos, algo que llegue y que me ayude a percibir el fenómeno y salir bien librado.
La vida me ha restregao,
pero jamás me ha planchao
En la buena y en la mala
voy con los dientes pelaos
P’alante.
Inédito, 2020
EZIONGEBER ÁLVAREZ ARIAS. Caracas, 1964. Narrador, ensayista. Sus crónicas, género que le es más cercano, reflejan con humor amargo la situación venezolana. En un lenguaje coloquial, deja ver la percepción reflexiva de un hombre culto, angustiado más que preocupado por su país, convirtiendo sus narraciones en paradojas. Hasta ahora, sus publicaciones sólo circulaban en Facebook, pero ha comenzado a publicar en sites como Letralia y Actualy.es. Su primer libro “El País de los Turpiales”, será publicado por Editorial Ítaca. El Chino Álvarez, como se le conoce, es también abogado desde 1987, aunque está parcialmente retirado de esa profesión y dedicado a la escritura.