La huella del gnomon y la identidad en el desierto | Carlos Parada-Ayala


La huella del gnomon del escritor mexicano Jesús Vásquez Mendoza es un poemario que atrapa de inmediato al lector. La palabra gnomon tiene al menos dos acepciones. Según la RAE es el “Indicador de las horas en los relojes solares más comunes, frecuentemente en forma de varilla”.[1]  Pero, si exploramos su etimología, descubrimos que gnomon es un vocablo de raíz griega que significa [2]El que sabe, interpreta, y evalúa”.

La metáfora de un reloj solar, de la cual forma parte el gnomon, nos sitúa de inmediato en la dimensión del tiempo, en la medida de lo fugaz a través de una combinación dinámica de luces y sombras.  El reloj solar y su gnomon visibilizan el invisible paso del tiempo.  El paso del gnomon, su sombra que va marcando el momento justo, es apenas perceptible durante un instante efímero.  Aunque su huella es invisible, el tiempo que va marcando es palpable de forma indirecta en su impacto en la materia y en el espíritu humano.

La huella del gnomon comienza con un viaje a Oriente Medio. En ese sentido, es casi inevitable plantear una identificación entre el gnomon –“el que sabe, interpreta, y evalúa”–, con el escritor dispuesto a dejar una huella, un testimonio poético de ese viaje.

Sin embargo, vale preguntarnos cuál es la importancia de fondo de ese viaje, qué significado más profundo tiene para el poeta, fuera de la idea de dejar un testimonio escrito.

El autor da inicio a La huella del gnomon en el aeropuerto de Washington, DC/Dulles, primera escala de un viaje a Egipto y Jerusalén.  El aeropuerto se manifiesta en la forma de un caos infernal de imágenes casi dantescas que evocan algunos de los elementos del título del poemario: las luces, las sombras, y el tiempo; a la par de la locura existencial, y la metáfora del agua, un río ya no como esencia de la creación sino del caos en el tiempo.

Es notable que el narrador, desde un principio, devela lo que parecería ser una indiferencia ante sus semejantes: “Fluye gente que no me importa”, dice; a la vez que resalta la condición de locura que acecha a los pasajeros en el aeropuerto.  Pero no obstante, en esa observación de sí mismo, el gnomon, el que sabe e interpreta, no se satisface con plantear tan solo la deshumanización de los demás, sino que tiene la claridad de revelar que el caos de la deshumanización también ha invadido las profundidades de su propio ser.

En esas condiciones, el viaje va surgiendo como una válvula de escape ante el caos, la locura, y la deshumanización propia y colectiva. Es decir, el gnomon, el que sabe, reconoce que desconoce la clave de –al menos– su propia humanización y se dispone a buscarla en uno de los lugares de mayor significado en la historia: El Oriente Medio, centro de profunda transformación humana y cuna de culturas milenarias; no sin antes experimentar la vorágine demencial de la modernidad representada en un aeropuerto de la capital de Estados Unidos, epicentro de una sociedad que ha logrado la mayor acumulación de poder en la historia de la humanidad, y que, en vez de la locura, debería representar las más nobles cualidades del ser humano.  Es claro para el poeta que en esa modernidad y progreso no se encuentran las claves de la humanización.

En una serie de poemas numerados y titulados “Tráfico”, que conforman el primer capítulo del poemario, La huella expone la experiencia del autor al llegar a Egipto. Aunque el caos y la miseria en las calles de El Cairo lo persiguen –a la par de la belleza y la profunda historia de la región–, estos poemas van revelando descubrimientos inevitables para el autor:

así me dice el Nilo río en El Cairo a carcajadas:

–agua numinosa asediada por desiertos–

aquí debo indagar por qué la arena

me sigue a todas partes.

En estos pasajes el poeta resalta las imágenes primordiales de los alrededores:  el río, los puentes, la arena, el desierto,

En el paisaje prevalece el color amarillo, una tonalidad  asociada con el desierto que también forma parte de la esencia del poeta y que, como tal, se le hace inmutable:

tengo que encontrar una palabra –es mi oficio–

para este amarillo pálido con sol

justo color de mi pensamiento

desde la infancia viene persiguiéndome

[…]

ese color que no puedo dejar escapar

El sentido de obligación del poeta en su esfuerzo por encontrar la palabra justa, es de extrema relevancia.  Después de todo, el gnomon debe saber, o por lo menos interpretar.

El poeta destaca la presencia de los puentes como imagen preponderante al plantear que el río Nilo:

manipula esa luz que construye puentes

y me alecciona

así se cruzan los puentes

así se viven y tocan los puentes,

así saben los puentes

[…]

así palpitan los puentes

con una sola cuerda

así se arruinan los puentes

En uno de los poemas de esta parte, mientras el poeta se encuentra en un bar de El Cairo, surge por primera vez la imagen de la frontera sobre el río:

suena la guitarra otros acordes, templa el río

siempre un río, aquí y en todas las fronteras

Ya en Alejandría, al observar el mar, el poeta declara “yo vengo del desierto, el mar es un extranjero”.  Y, en ese mismo lugar, el poeta, el gnomon, llega a un punto álgido en la exploración del paisaje y descubrimiento de sí mismo:

pero si la sal

en el pensamiento del poeta algo dice

me dice que el mío

está hecho de arena y polvo

polvo y arena del desierto

que llevo conmigo

más que un color

una frontera a cuestas

una línea divisoria para conocer el mundo

Varios poemas después y aún en Alejandría, el poeta manifiesta de nuevo esa exaltación al declarar que en

la vertiente jorobada de Racotis [Alejandría]

[…] descubro mi verdadera edad

los siglos que me vienen arrastrando

Nos encontramos aquí ante una manifestación identitaria contundente si consideramos que Jesús Vásquez Mendoza es un poeta de la diáspora mexicana radicado en Nuevo México y nacido y criado en Ciudad Juárez, punto fronterizo con El Paso, Texas. La exploración y cultivo de la identidad es característica fundamental del escritor en el exilio que resiste la asimilación a un sistema en el que se debe desempeñar, pero que a la vez siente la obligación, la responsabilidad, de cuestionar.  Por otra parte, Ciudad Juárez se encuentra en el desierto de Chihuahua, el desierto más extenso de América del Norte.  El imponente río Bravo demarca la frontera entre esa región mexicana y los Estados Unidos.

En otras palabras, en el Nilo, en las arenas del desierto del Sahara, en sus puentes y en los colores del paisaje, Vásquez Mendoza descubre y afirma conexiones fundamentales con su propio imaginario, con su propia identidad.

Aquella deshumanización que vemos manifestarse al principio del poemario se ha ido desvaneciendo, al menos en el espíritu del poeta, y se ha ido convirtiendo en un proceso de identificación que parte de las conexiones entre lo foráneo y lo propio.  Es decir, el oxímoron de lo que el autor llama la “línea divisoria para conocer el mundo” se realiza como una declaración compleja de identidad y no como una simple figura retórica.  Esto se  aclara cuando, al regresar a su país, el poeta subraya con máxima ternura que

Al-Qāhira [El Cairo], desde ya espera mi regreso:

la sal de tu sudor, el dulce caminar de tus mujeres

tu arena que va conmigo y tu trepidar

ya me pertenecen

Ese pertenecer, esa identificación del poeta con lo propio a través de lo foráneo, tiene un fondo bastante específico, bastante particular, ya que al volver a Ciudad de México el autor siente que

en esta ciudad no soy el que imagino

atrás han quedado las arenas del desierto

aquí es otro el que me imagina

y asegura que parezco entenderlo todo

En otras palabras, el gnomon, el que sabe, se siente desplazado lejos de las arenas de los desiertos del Sahara y Chihuahua, del río Nilo y el río Bravo.  Se siente más cerca de sí, de su propia humanidad, en los desiertos de Medio Oriente que en la ciudad capital de su propio país porque el gnomon es el eje de un reloj solar cuyas semillas de luz y sombra han sido sembradas en las profundidades urbanas de Ciudad Juárez, en el corazón del desierto de Chihuahua.

La tragedia del gnomon, sin embargo, yace en que la huella es eso, una huella, porque los factores humanizantes que marcaron esa huella ya no existen.

Por ejemplo, en la segunda parte del poemario titulado “Brumas, neón, y otros vacíos”, el poeta ve el río Bravo de su niñez como un “río prístino” y desde la voz de un fantasma –un alter ego– recuerda:

Pienso en un río

en sus márgenes es la hora de la infancia:

un padre le enseña a su hijo

cómo volar un papalote

Pero esa arrasante voz fantasmal protesta contra la violencia que ahora  victimiza a su río fronterizo de la infancia:

En mi río se amontona la mugre, la mierda, el grafiti

Hay alambradas y amenazas

Por todas partes le asedian el asfalto y la ruina

[…]

Pienso en un río

Pero al cruzarlo, mis sueños

Incitan improperios y balas

Es notable que “Brumas, neón, y otros vacíos” se desarrolla en la Ruta 66 en Estados Unidos, en un ambiente sórdido de cafés, bares y moteles en donde el poeta se vuelve a encontrar con la deshumanización propia y colectiva.  Pero justamente en ese bajo mundo estallan las luces de la esperanza en la voz de su fantasma que, a modo de epifanía, concluye:

Pienso en un río

y yo

me convierto en ese viento que atraviesa los ríos

y no puedo evitarlo

ya que el amor

también cruza conmigo

La huella del gnomon es pues un reconocimiento de la deshumanización propia y colectiva y un grito atormentado en el que es patente la propuesta de la esperanza, el amor y la solidaridad, ante la locura, desolación y sordidez que acechan a la humanidad.  Jesús Vásquez Mendoza logra este efecto lanzándose a las profundidades de su propia identidad, fiel a la voz del gnomon, aquél que se sabe, se evalúa, y se interpreta a través del arte de la poesía.


[1] Diccionario de la Real Academia Española.

[2]Online Etymology Dictionary y Diccionario Etimológico Chile.Net


Carlos Parada Ayala (San Juan Opico, El Salvador, 1956)
Carlos Parada-Ayala es autor del poemario, La luz de la tormenta/The Light of the Storm y ha recibido el premio Larry Neal de poesía en Washington, DC. Es co-editor de la antología bilingüe Knocking on the Doors of the White House: Latina and Latino Poets in Washington, DC (Zozobra Publishing, Maryland, 2017). Con la versión en español de esta antología, Al pié de la Casa Blanca: Poetas Hispanos en Washington, DC, publicada por la Academia Norteamericana de la Lengua Española (2010), la Biblioteca del Congreso celebró cuatrocientos años de poesía escrita en español en Estados Unidos. Parada-Ayala recibió el reconocimiento “Independencia 2013” de parte de la Embajada de El Salvador en Washington, DC “por su destacada trayectoria y aporte a las letras nacionales, así como por su solidaridad con sus connacionales”.
Ha participado en el Encuentro internacional de poetas “El turno del ofendido” en El Salvador, en el Festival de nueva poesía y el Festival latinoamericano de Poesía en Nueva York, y en El maratón de poesía del Teatro de la luna en Washington, DC. Su poesía ha aparecido en antologías y revistas internacionales y forma parte de la serie The Poet and the Poem de la Biblioteca del Congreso. Parada-Ayala tiene licenciatura en literatura hispanoamericana y maestría en educación. Fue cofundador del grupo cultural y literario ParaEsoLaPalabra y fue miembro del colectivo literario Alta hora de la noche.


 

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