
ABUELA TINA
A Robertina Rodríguez
Mi abuela es palmera,
su espalda marimba de chonta tocada por el sol.
Mi abuela es negra
como las noches sin luna
su cabello en cambio es nieve rebosada
y en su sonrisa de alondra viajera
se alojan todas las estrellas.
Mi abuela lleva la primavera en su vestido
menea su cuerpo altivo
impulsada por olas del mar.
La casa de mi abuela de madera y azotea
de corredores amplios y Veraneras
y una escalera que lleva a un cielo desconocido.
La casa de mi abuela con carbón siempre tibio y comida fresca,
los ecos de mi infancia
aún conservan la risa de traviesa
en un cofre olvidado de esta casa vieja.
Mi abuela se marcha sin avisarme
el penúltimo día de febrero
con la frente en alto y el deber cumplido;
se marcha mi abuela subida en su canoa
y se va alejando por un camino largo, estero de manglar,
los cangrejos miran su paso y le dicen adiós
ella rema con su canalete
y la vista fija hacia delante
para no ser estatua de sal.
CAÍDA LIBRE
He rasgado el tiempo con mis manos.
La vida en caída libre hacia el olvido.
He visto todas mis batallas del pasado en mi rostro.
La muerte, una certeza sin previo aviso.
Los ojos llenos de tierra
dentro de una cajita de madera
y la soledad de lo inevitable,
será lo único que nos quede.
La caída de una tarde de un mes cualquiera,
será lo que se lleve en el último latido
de mi corazón hueco.
Cae mi vida, árbol en mitad del bosque.
Mis huesos, ruinas de calendario,
polvo que crece como hierba.
¿A dónde irá el eco de mi risa,
cuándo ya me haya ido? —Me pregunto—
Mientras le doy el último sorbo a una copa de vino.
SENTENCIA DE MUERTE
A Jorge A. Ortiz
Yo perdí un hermano y no fue en la guerra
un bicho se le metió en el cuerpo un día,
consumió su carne y debilitó sus huesos.
Su ángel de la guarda lo abandonó desde la cuna
su compañera de juegos siempre fue la muerte,
la sentencia a ser niño, su única certeza.
nunca el amor tocaría su puerta,
nunca otro niño le diría: papá.
Yo perdí un hermano y no fue en la guerra,
mi padre le heredó su nombre, su pena,
el país que nos vio nacer, se venía abajo
y los muertos se contaban de a mil,
no fue una bala que traspasó su pecho,
ni una mina alcanzó sus pasos.
De la boca de mi hermano, se escapó un pájaro
se fue volando por la ventana en una noche de mayo,
un árbol cuida su sueño, mi hermano duerme bajo tierra.
POEMA A LOS N.N.
Los muertos hablan a través de las piedras de un río
gritos que nadie escucha
cuerpos sin nombres y sin apellidos
a esos que nunca se les rezó
—un brille para él la luz perpetua—
Esos muertos
por calles y plazas por tanto tiempo: buscados
la lluvia ha borrado sus historias y ahora, olvido
cenizas, huesos incinerados.
Vengo con esta elegía a recordarlos.
Hay muertos que hablan desde un lugar lejano
siguen reclamando una tumba entre lamentos.
Su última morada no fue un campo santo
rodeados de mausoleos.
colman esta patria mía, los muertos de la guerra.
En una fosa común de una paraje desierto
un centenar de cuerpos se retuercen
se acunan entre ellos,
a esos,
que entre sus manos
les han empezado a crecer flores.
De Desde la otra Orilla
TELÚRICA
Tiembla y no es la tierra,
es mi territorio en erupción de rabia contenida.
La sangre se desliza por mis piernas,
en este útero, depósito de hojas secas.
Tiemblan los pájaros,
atrapados en la bóveda de mi cuerpo.
Mis manos con el cuchillo imaginario,
sueño que abro la carne del ejecutor
lo vislumbro, deshojando la ingenuidad
de aquellos primeros años.
¡Justicia por mano propia! —Clamo—
No sé cómo calmar la fiebre en mi cabeza:
¿En dónde estuvo Dios que no vino a salvarnos?
No sé dónde guardar este grito
la herrumbre que todo pudre,
ese sinsabor que oxida y reaparece,
ese vértigo que me ha desolado por años.
El temblor hondo de los silencios
me convoca a alzar la voz esta noche
a cerrar el círculo imperfecto.
En esta hora precisa
en la que me levanto
de estas ruinas
que siempre deja el derrumbe.
Inédito
POST MORTEM
Ángeles degollados puse al pie de tu caja
y te eché encima tierra, piedras,
lágrimas, para que ya no salgas.
JAIME SABINES.
Tanta rigidez de huesos,
navajas cortando el aire.
Tu carne, comida para gusanos,
lo único, después del trueno.
Tu cuerpo se desintegra en la hora del llanto.
La diástole y la sístole no corren más
como esos viejos relojes de mi casa.
—Tanta quietud en tu cuerpo tibio—
Ausencia, ingravidez de lo no terreno,
la nada…
cuencas vacías que fueron tus ojos.
Oscuridad y frío
en la grieta de la fosa.
Solo, solito
en ésa,
tu nueva casa de alabastro
sin ventanas,
sellada desde afuera.
Y, allí te quedas, bien muerto,
hasta el confín de los días
en esta tarde de marzo.
Inédito
MARTHA CECILIA ORTIZ QUIJANO. Poeta caleña nacida en Tumaco – Nariño, de profesión Politóloga. Ha sido invitada a diferentes festivales en Colombia y el exterior. Su obra se ha publicado en antologías y revistas de Colombia e Hispanoamérica. En el 2014 hizo parte del tomo II de la Antología; “Poesía Colombiana del siglo XX Escrita por Mujeres” (Apidama Editores). En el 2020, antología personal “Desde la Otra Orilla” (Editorial Seshat) y fue una de las ganadoras de “Poética del Aislamiento”. (El Espectador y Cuadernos Negros Editorial).