
Al cumplirse 25 años del fallecimiento, de la querida y gran poeta venezolana, Martha Kornblith (1959-1997), desde Ablucionistas ofrecemos un homenaje a su voz poética, una de las más destacadas en el panorama contemporáneo, de la poesía escrita en nuestro país y en hispanoamérica. Para ello hemos realizado una selección de poemas, de sus tres libros memorables.
Su poesía, intensa, dolorosa, desgarrada, no exenta de ironía e irreverencia, pero siempre vital, conmovedora, es un legado magnífico. Tras su deceso, por su propia voluntad, cuando contaba con 38 años de edad, escribí unas palabras para ella, profundamente entristecido, donde evocaba los momentos entrañables compartidos. De este texto, cito algunos fragmentos, “…un grupo de jóvenes, “aspirantes a poetas”, nos reuníamos…en la sede de Monte Ávila Editores…Rafael Arráiz Lucca, nuestro querido poeta guía, hacía las observaciones de rigor, favorecía el intercambio de opiniones… Así, pasaban las semanas y nada extraordinario sucedía. Hasta que un día, aquella poeta silenciosa… comenzó a leer. Una voz lenta, clara, dura, empezó a escucharse. Surgían ante nosotros, con la fuerza que les imprimía su autora, unos poemas que nos golpeaban por su contundencia, por su desnudez desolada, porque decían de manera auténtica e intensa, las cosas y temas que todos queríamos decir…Martha escribió poemas memorables. Así, ese largo texto en que le habla a un personaje de ficción, llamado Jessy Jones; Clínica Monserrat, en el que da cuenta de su estadía en un centro psiquiátrico, uno de los mejores poemas que he leído sobre el tema; su hermoso homenaje a Vincent van Gogh, entre otros…Ya no estarás junto a nosotros, querida Martha, hermana nuestra, frágil y poderosa a la vez; ya no estarás con tus silencios y tu lucidez paradojal, con tu voz resonante por esa sustancia confesional, vital, de la que estaba hecha…Hoy te digo adiós, y cito al poeta colombiano Raúl Gómez Jattin, recientemente fallecido como tú, que tanto leímos; ¿recuerdas que me regalaste su libro, Tríptico Cereteano, y que me dijiste con mucho orgullo, “conocía a Raúl, y él admiraba mis poemas”?…los versos finales del poema de Gómez Jattin, dedicado a su amiga, Martha Cristina Isabel, y que digo para ti, “Los años —Martha— con su carga de piedras afiladas/nos han separado/Hoy te digo que creo en el pasado/como punto de llegada. Barquisimeto, primeros días de junio de 1997”. (El texto citado, fue publicado en mi muro de Facebook, Jose Luis Ochoa, con el título de Por eso era poeta (A la memoria de Martha Kornblith), el 11 de junio de 2020).
Tras 25 años de tu partida, hoy te diría, parafraseando uno de los últimos versos tuyos, “Nunca más seré poeta”, que siempre serás una gran poeta, siempre serás una eterna e inolvidable poeta, querida Martha.
José Luis Ochoa, Curador-Editor.
Por eso me volví poeta
porque pasa lento el tiempo en soledad.
¿No es apenas un peligroso instante
lo que sostiene nuestra cordura?
¿No depende la locura
de nuestra única, frágil cuerda?
¿No pende ella de un sólo término,
del preciso término,
aquel que nos salva
o nos condena?
En julio,
por una soleada tarde de domingo,
Vincent van Gogh salía al campo
con una pistola en el bolsillo.
De esos últimos setenta días de vida
mi viejo libro de arte registra
el color febril de una iglesia
en el centro de Auvers,
Mademoiselle Gachet en el jardín
y el retrato que su psiquiatra, el doctor Gachet,
quiso con mucho antojo y capricho
y con el que Vincent cumplió
en junio.
Yo, que hoy he fallecido algo
y sólo observó, quizás como van Gogh
me suicidaría para no tener que morir.
Yo, como el doctor Gachet,
no te abandono y te entiendo,
he paseado por tus mismos jardines de locura
y reproducido muchos de tus árboles
(con poco éxito).
Sé del moho y del orgullo con que Tate Gallery exhibió
aquel millonario cuadro y que Vincent,
generoso con él mismo, sólo pintó
para alegrar su cuarto
(aquel donde apenas cabía un melancólico catre).
Vincent van Gogh pintó mucho
pero nunca vendió un solo cuadro.
Por mil ochocientos ochenta y ocho
le pegó en la cabeza a Gauguin,
pintó primaveras bajo cielos turbios,
le regaló su oreja a una prostituta.
Felizmente, los años no reseñaron
la pintura de un loco, sólo la de alguien,
quien infinitamente sólo sentenció:
Sin embargo, hay en mí una especie
de música serena y pura.
De la pálida asepsia del manicomio de Saint-Rémy
se desprende una frase que siempre
he compadecido: Theó, mis ojos y tus ojos
son tan azules y tristes como los del doctor Gachet.
Hoy, que te entiendo, no te abandono
y te compadezco con dulzura, te pinto y te expongo
con mucha pedantería
en mi sala.
El pobre Vincent, quien apenas quiso expresar tristeza,
solamente hizo poemas de alegría.
Clínica Monserrat
Estaba permitido
embriagarnos con agua
para olvidar
lo que no éramos,
porque al fin y al cabo
todo había perdido su sabor.
Éramos
seres expulsados del Edén del mundo,
para nosotros
no se hacía la luz,
atrás nos habían dejado
los paraísos.
Eran cruentas las despedidas
en la víspera de alguien
que se iba a soñar
que alguna vez abriría la puerta.
Todos nos dijimos
visitarnos en un mundo mejor,
pero no cumplimos la promesa.
Ansiábamos entre los muros
un horizonte que no veíamos
como un anuncio que promete
una isla de mares cristalinos.
Esperábamos a nuestros doctores
amasando el pan del almuerzo
para fingirles
que aún existíamos.
En las horas más rancias
nos tomábamos de los brazos.
A veces se nos permitía
echarnos al sol
para no vernos.
Circulaban los libros,
Wayne Dyer, Buscaglia,
Cómo vivir la vida feliz,
La universidad de la vida
y otros.
Para los más sabios
la poesía era un lugar
donde orquestar su huida.
Hubo un hombre.
Me regaló a Laing y a Cooper
y aunque predicó allí la antipsiquiatría
no sobrevivió a la burla
de los conjuros médicos.
—Pintor se decía—
traficó con droga y dinamita.
Propagó ofertas de matrimonio
que tenían como única garantía
algunos pésimos bocetos.
Entonces le mostré la psicopatía
en un poema del colombiano Asunción.
Saltó los muros.
Allí encontré
las mejores metáforas.
Mi amiga y yo hablábamos
de conciertos de perros en las noches,
de ladridos que creíamos
nos llamaban a nosotras.
Supimos que el delirio era
una forma de sostenernos
en los precipicios.
Orquestamos bailes
con músicas que no sonaban.
También recé
a un Dios que no era el mío
cuando nos juntábamos a las siete
después de la cena.
Nos permitimos mezclar
la leyenda de Cristo
con la de David y Salomón,
porque cualquier cosa era buena
si se trataba de hallar
una esperanza en ese templo.
No creo que fueras mala,
clínica Monserrat,
sólo que tenías cosas buenas y malas.
Te olvidé cuando la libertad
se me reveló,
se posó como un estandarte,
como algo que ya no me desmerece
y me obliga
en un muro de ladrillos
frente a la ventana ahora abierta.
Desde entonces
Dios es alguien
que resurge de esos garabatos
para no saber
que aún hay seres
que en las madrugadas
maúllan al unísono
llamando a sus madres.
Dime Jessy Jones,
¿no crees que mi odio sea analizable?
Me citan.
Me controlan.
Me dosifican.
Dime Jessy Jones,
cuáles son los caminos que conducen a Bridge Town,
Cinnamon City, Orson Gate,
donde caigo de bruces frente a la palabra,
que en definitiva es él,
y entonces la rabia cede.
Así soy yo:
la rabia regresa junto con el aburrimiento.
¿Sería mi aburrimiento mi histeria?, dijo Barthes,
para eludirlo disfruto una ceniza quemándome el centro del cuello,
la nada, el detalle sin fuerza.
Así soy yo:
busco tu nombre en la guía telefónica,
llamo y cuelgo.
Perdóname, reconociste el sonido de los grillos en mi cuarto,
sabías que era yo (era la una de la madrugada),
solté un brinco, tomé una ducha y exclamé frente al espejo:
estoy en él, vivo en él,
dormí suavemente, con voluntad.
Esta es mi lógica interna:
suicidarme se ha convertido en mi divertimiento, mi vocación:
hace días, tomé quince fármacos y lo llamé para decirle
que era la única forma de lograr que me atendiera.
Así soy yo (manipuladora):
invento nombres de ciudades, no porque signifiquen, sino
para darle un ritmo al poema.
Vamos Jessy Jones a Bridge Town, Cinnamon City, Orson Gate,
allí donde la rabia cede y yo voy con botas, un abrigo y un
blue jean a un café citadino. En él, varios poetas se
interesan por el suicidio como una elección personal de la muerte.
Esos bares, paradójicamente, son tremendamente insomnes,
insuflados de vida.
En definitiva, nadie es capaz de decidirse.
Dime Jessy Jones,
¿no crees que mi odio sea analizable?
Por favor, culpa al contexto,
rompe el límite.
Así es mi rabia:
me persigue, me hace ir del vértice del bien al mal.
Odio,
manipulo,
me autodigo puta loca, loca puta,
llamo y cuelgo,
cuando desaparece
digo gracias.
Dime Jessy Jones,
¿no crees que los verdaderos limitados son los médicos?
Este poema tiene su historia secreta:
nace de un sueño
muy personal,
un sueño-libro.
Trama, desenlace, paradoja
concluye (como nunca me suele ocurrir).
¿Eras tú, Jessy Jones, quien me decía que llevara más dinero al colegio?
De niña desarrollé una gran habilidad para robarlo de mis
compañeritas.
Colegio, casa, parque.
¿Eras tú, Jessy Jones, o el espectro de la rabia, o del amor,
o de la madre?
Ella:
buscó amor en los conciliábulos médicos,
intercambió roles, rompió los límites para idear una relación
formal amorosa imposible.
Ella:
no tiene criterio de realidad,
desea más allá de lo deseado,
no tolera las frustraciones.
Ella:
se enamoró primero de su jefe (lugar común),
la apedrearon por loca,
ese fue el antecedente de la primera consulta
deprimida.
Ellos levantaron el telón,
el síntoma: su fracaso para realizar la expectativa.
Ella no tolera que le nieguen algo,
le dieron un mundo de confort, mármol y oro,
forma berrinches,
tira las puertas,
odia que la ignoren,
aunque a veces busca brillar por su ausencia y cuando
se suicida
olvida que no hay hay nada más olvidado que un muerto.
La gente, comentaba Chaplin, me pregunta cómo se me ocurren
las ideas. Ellas nacen de un deseo incesante de tenerlas.
Tu eres la palabra:
mientras más me rechaza más la busco,
cuando la encuentro, puede que me acaricie o me maltrate,
se queda por tan sólo un instante, y luego se va con otra.
Tú eres la palabra:
me apedreas por grosera,
te saco provecho literario,
te quiero joder.
(1988)
De: ORACIONES PARA UN DIOS AUSENTE (1995)
A veces
la vida viene
como un haz de reyes
y habitamos palacios
e imperios.
A veces
la vida viene
como la carta más baja
rozamos con otros transeúntes
la suciedad en las aceras
habitamos los árboles, los pájaros
pedimos el pan como los pobres.
A veces
la vida viene como la vileza.
Entonces nos aferramos a la suerte
frenéticamente.
¿Quién pude decir que he perdido?
si no es menos naranja la naranja porque se pudre
si no es menos árbol el árbol porque se tuerce
si nos cubre el hábito del cielo,
el hábito de la mañana
el hábito del día
Todo esto que hemos hecho
fructuoso o no
es nuestra piel, nuestro nombre
No podemos recorrer todos los jardines
no podemos tener todos los silencios
Este camino es nuestro único camino
nuestras raíces se han aferrado
al oro y al barro
hemos cosechado en la podredumbre
Que nuestro privilegio, nuestra ganancia
es la costumbre y el viaje
es a lo que me refiero.
De: EL PERDEDOR SE LO LLEVA TODO (1997)
Saga de la Familia
En todas las casas
siempre habitará una poeta
con una hermana (que no es poeta)
que le dirá
que escriba una biografía
sobre su familia.
En todas las casas
habitará una poeta
—loca además—
como aquellas que sostienen
a duras penas
sus propias biografías desdeñables:
Ellas avizoran pasados autistas
mujeres que dicen palabras soeces
dan tumbos a medianoche.
En todas las casas
habitará un primo lejano
—que vive en otro país—
y que busca (en inglés)
la génesis de la familia.
Conoció hace años,
a esta pariente esquizoide
(tan callada, tan lejana —dijo—)
(“So quiet, So withdraw”).
No la reconoció en su última foto
(“lucía tan diferente”)
(“She looked so diferent,
so atractive, so outloked”).
En todas las casas
habitará una hermana poeta
—loca además—
que busca su propia desdeñable
génesis
(aquella que ya conocemos).
En todas las casas
habitará una hermana
que le pedirá a su hermana poeta
que escriba la historia
de la familia.
Esta poeta (loca de la casa)
pasará a formar parte de esa saga
el día en que deje el teléfono desconectado
en el filo de la madrugada.
Busco el amor
en la canción
busco el amor
allí donde termina
la historia.
Busco el amor
en todo lo que no soy
en todo lo que no puedo.
Cómo duele
no dejar que entres en mis labios vírgenes.
Cómo duele
planear el poema de amor.
Cómo duele
vivir como una vela
en el viento
cómo duele
un beso.
Porque, además
terriblemente,
uno sólo viene a
la vida
a vivir,
como a todo.
Vitrolero de Sabana Grande
No era precisamente
arrogancia lo que derrochaba
en esa noche de hace quince años
en la que busqué entregarme a ti
en una esquina del bulevard de
Sabana Grande.
Tú dejaste tu vitrola a la intemperie
así como unos sucios discos de los sesenta.
Caminamos.
Esa noche llovía
y me ofrendaste con una bandeja
con cuatro perro calientes
algunas coca colas
allí, en Crema Paraíso.
Me regalaste un brazalete de los hippies
pero en el día de nuestra primera y última pelea
me dijiste que te lo devolviera,
yo ya lo había echado al cesto
(era signo de mal augurio, me dije).
Esa noche de hace quince años
te mostré unos sucios originales,
no los entendiste, hablabas inglés,
eras trinitario.
Penetramos en la oscuridad y la intemperie
en búsqueda de un hotel.
Tú rechazaste la oferta,
no sé si por pudor
o por falta de dinero.
Regresamos a la acera
a recoger tu vitrola y tus discos
(algunos amigos buhoneros
lo habían hecho ya por ti).
Vitrolero de Sabana Grande
hoy, que ya no sé nada de ti,
ahora que encajo en otros trajes
y miro de reojo,
cuando hay otra gente,
otras calles que me acogen
regreso a ti en este poema
con elegancia.
Adiós, poema, adiós
he tratado de explicarme el cielo
he bailado con un poeta
en noches ebrias.
Adiós, poema, adiós.
Nunca más seré poeta
nunca más seré poeta.
De: SESIÓN DE ENDODONCIA (1997)
Los poemas seleccionados, fueron tomados de: OBRA COMPLETA, Martha Kornblith (Editorial Eclepsidra, Serie Los cuadernos del destierro, Caracas, 2016).
MARTHA KORNBLITH (Lima, Perú, 07/05/1959 – Caracas, Venezuela, 29/05/1997)
Poeta y periodista. Sus libros de poesía, Oraciones para un dios ausente (1995), El perdedor se lo lleva todo (1997), Sesión de endodoncia (1997). En el 2016 fue publicada una antología, Obra completa, por la Editorial Eclepsidra, que reunió sus tres libros. Nació en Lima, y vivió en esta ciudad hasta los 10 años de edad. En 1970 la familia llegó a Caracas. Inició sus estudios de primaria en Lima, en el Colegio León Pinelo, de la Asociación Judía de Perú. Cursó el bachillerato en Humanidades, en Caracas, en el Colegio Moral y Luces, de donde egresó en 1975. En 1977 ingresó en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela (UCV); en esta institución, presentó en 1989 su tesis, Periodismo creativo, teniendo como tutor al periodista Earle Herrera, graduándose de Licenciada en Comunicación Social, mención Periodismo Impreso. Mientras estudió Comunicación Social, trabajó en Radio Caracas Televisión (RCTV), en la redacción de su noticiero; allí también realizó reportajes de calle y un documental a finales de los años 70. Trabajó también, a lo largo de los 80 y 90, en el periódico Nuevo Mundo Israelita, en Caracas. En 1989 ingresó en el taller de poesía, coordinado por el poeta Rafael Arráiz Lucca, en la antigua sede de Monte Ávila Editores, en La Castellana, hasta 1994. En 1992, formó parte del Grupo Literario Eclepsidra, surgido a partir de algunos de los poetas que asistían al taller, dirigido por Arráiz Lucca. En 1994 se creó el Grupo Editorial Eclepsidra, del cual Kornblith fue miembro fundador, junto a Carmen Verde Arocha, Luis Gerardo Mármol y los otros miembros del Grupo Literario. Ese año, la editorial recién creada, publicó la antología, Vitrales de Alejandría, donde aparecieron poemas inéditos de Martha Kornblith, que luego formaron parte del libro El perdedor se lo lleva todo (1997). En los primeros años de los 90, estudió Letras en la UCV. En 1995 salió su libro Oraciones para un dios ausente, bajo el sello Monte Ávila Editores, en la colección Las formas del fuego. En mayo de 1997, falleció tras suicidarse. Ese mismo año, de manera póstuma, fueron publicados los poemarios, El perdedor se lo lleva todo (Fondo Editorial Pequeña Venecia), y Sesión de endodoncia (Grupo Editorial Eclepsidra). En palabras de su hermana, Miriam Kornblith, “La poesía fue su gran pasión, su gran legado y su mayor satisfacción”. En una entrevista, hecha a ella por Rafael Arráiz Lucca, en el libro “Conversaciones bajo techo” (1994), Martha Kornblith le dijo, “Yo no tengo esa visión trágica de la poesía. Para mí es un gran placer escribir… el poema es mi yo feliz”. Las palabras citadas, de Miriam y Martha Kornblith, fueron tomadas de: OBRA COMPLETA, Martha Kornblith (Editorial Eclepsidra, Caracas, 2016, páginas 129 y 134).