HIMNOS A LA NOCHE│NOVALIS


 

HIMNOS A LA NOCHE

1

 

¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama,
por encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve,
a la que todo lo alegra, la Luz
–con sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia–,
cuando ella es el alba que despunta?
Como el más profundo aliento de la vida
la respira el mundo gigantesco de los astros,
que flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules,
la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo,
la respira la planta, meditativa, sorbiendo la vida de la Tierra,
y el salvaje y ardiente animal multiforme,
pero, más que todos ellos, la respira el egregio Extranjero,
de ojos pensativos y andar flotante,
de labios dulcemente cerrados y llenos de música.
Lo mismo que un rey de la Naturaleza terrestre,
la Luz concita todas las fuerzas a cambios innúmeros,
ata y desata vínculos sin fin, envuelve todo ser de la Tierra con su imagen celeste.
Su sola presencia abre la maravilla de los imperios del mundo.

Pero me vuelvo hacia el valle,
a la sacra, indecible, misteriosa Noche.
Lejos yace el mundo –sumido en una profunda gruta–
desierta y solitaria es su estancia.
Por las cuerdas del pecho sopla profunda tristeza.
En gotas de rocío quiero hundirme y mezclarme con la ceniza.
–Lejanías del recuerdo, deseos de la juventud, sueños de la niñez,
breves alegrías de una larga vida,
vanas esperanzas se acercan en grises ropajes,
como niebla del atardecer tras la puesta del Sol–.
En otros espacios abrió la Luz sus bulliciosas tiendas.
¿No tenía que volver con sus hijos,
con los que esperaban su retorno con la fe de la inocencia?

¿Qué es lo que, de repente, tan lleno de presagios, brota
en el fondo del corazón y sorbe la brisa suave de la melancolía?
¿Te complaces también en nosotros, Noche obscura?
¿Qué es lo que ocultas bajo tu manto, que, con fuerza invisible, toca mi alma?
Un bálsamo precioso destila de tu mano,
como de un haz de adormideras.
Por ti levantan el vuelo las pesadas alas del espíritu.
Obscuramente, inefablemente nos sentimos movidos
–alegre y asustado, veo ante mí un rostro grave,
un rostro que dulce y piadoso se inclina hacia mí,
y, entre la infinita maraña de sus rizos,
reconozco la dulce juventud de la Madre–.
¡Qué pobre y pequeña me parece ahora la Luz!
¡Qué alegre y bendita la despedida del día!
Así, sólo porque la Noche aleja de ti a tus servidores,
por esto sólo sembraste en las inmensidades del espacio las esferas luminosas,
para que pregonaran tu omnipotencia –tu regreso– durante el tiempo de tu ausencia.
Más celestes que aquellas centelleantes estrellas
nos parecen los ojos infinitos que abrió la Noche en nosotros.
Más lejos ven ellos que los ojos blancos y pálidos de aquellos incontables ejércitos
–sin necesitar la Luz,
ellos penetran las honduras de un espíritu que ama–
y esto llena de indecible delicia un espacio más alto.
Gloria a la Reina del mundo,
a la gran anunciadora de Universos sagrados,
a la tuteladora del Amor dichoso
–ella te envía hacia mí, tierna amada, dulce y amable Sol de la Noche–
ahora permanezco despierto
–porque soy Tuyo y soy Mío –
tú me has anunciado la Noche: ella es ahora mi vida
–tú me has hecho hombre–
que el ardor del espíritu devore mi cuerpo,
que, convertido en aire, me una y me disuelva contigo íntimamente
y así va a ser eterna nuestra Noche de bodas.

 

2

 

¿Tiene que volver siempre la mañana?
¿No acabará jamás el poder de la Tierra?
Siniestra agitación devora las alas de la Noche que llega.
¿No va a arder jamás para siempre la víctima secreta del Amor?
Los días de la Luz están contados;
pero fuera del tiempo y del espacio está el imperio de la Noche.
–El Sueño dura eternamente. Sagrado Sueño.–
No escatimes la felicidad
a los que en esta jornada terrena se han consagrado a la Noche.
Solamente los locos te desconocen, y no saben del Sueño,
de esta sombra que tú, compasiva,
en aquel crepúsculo de la verdadera Noche
arrojas sobre nosotros.
Ellos no te sienten en las doradas aguas de las uvas,
en el maravilloso aceite del almendro
y en el pardo jugo de la adormidera.
Ellos no saben que tú eres
la que envuelves los pechos de la tierna muchacha
y conviertes su seno en un cielo,
ellos ni barruntan siquiera
que tú,
viniendo de antiguas historias,
sales a nuestro encuentro abriéndonos el Cielo
y trayendo la llave de las moradas de los bienaventurados,
de los silenciosos mensajeros de infinitos misterios.

3

Antaño,
cuando yo derramaba amargas lágrimas;
cuando, disuelto en dolor, se desvanecía mi esperanza;
cuando estaba en la estéril colina,
que, en angosto y obscuro lugar albergaba la imagen de mí
–solo, como jamás estuvo nunca un solitario,
hostigado por un miedo indecible–
sin fuerzas, pensamiento de la miseria sólo.
Cuando entonces buscaba auxilio por un lado y por otro
–avanzar no podía, retroceder tampoco–
y un anhelo infinito me ataba a la vida apagada que huía:
entonces, de horizontes lejanos azules
–de las cimas de mi antigua beatitud–,
llegó un escalofrío de crepúsculo,
y, de repente, se rompió el vínculo del nacimiento,
se rompieron las cadenas de la Luz.
Huyó la maravilla de la Tierra, y huyó con ella mi tristeza
–la melancolía se fundió en un mundo nuevo, insondable
ebriedad de la Noche, Sueño del Cielo–,
tú viniste sobre mí
el paisaje se fue levantando dulcemente;
sobre el paisaje, suspendido en el aire, flotaba mi espíritu,
libre de ataduras, nacido de nuevo.
En nube de polvo se convirtió la colina,
a través de la nube vi los rasgos glorificados de la Amada
–en sus ojos descansaba la eternidad–.
Cogí sus manos, y las lágrimas se hicieron un vínculo
centelleante, indestructible.
Pasaron milenios huyendo a la lejanía, como huracanes.
Apoyado en su hombro lloré;
lloré lágrimas de encanto para la nueva vida.
–Fue el primero, el único Sueño.–
Y desde entonces,
desde entonces sólo,
siento una fe eterna, una inmutable confianza en el Cielo de la Noche,
y en la Luz de este Cielo: la Amada.

 

5 (Fragmento)

 

…Tus amados aún lloran lágrimas de alegría, lágrimas de emoción, de gratitud infinita,
junto a tu sepulcro –sobrecogidos de alegría, te ven aún resucitar–
y se ven a sí mismos resucitar contigo;
te ven llorar, con dulce fervor, en el pecho feliz de la Madre;
pasear, grave, con los amigos;
decir palabras que parecen arrancadas del Árbol de la Vida;
te ven correr anhelante a los brazos del Padre,
llevando contigo la nueva Humanidad,
el cáliz inagotable del dorado Futuro.
La Madre corrió pronto hacia ti –en triunfo celeste–.
Ella fue la primera que estuvo contigo en la nueva patria.
Largo tiempo transcurrió desde entonces,
y en creciente esplendor se agitó tu nueva creación
–y miles de hombres siguieron tus pasos:
dolores y angustias, la fe y la añoranza les llevaron confiados tras ti–
contigo y la Virgen celeste caminan por el reino del Amor
–servidores del templo de la muerte divina, tuyos para la Eternidad–.

Se levantó la losa.
–Resucitó la Humanidad.–
Tuyos por siempre somos,
no sentimos ya lazos.
Huye la amarga pena
ante el cáliz de Oro,
Vida y Tierra cedieron
en la última Cena.

La muerte llama a bodas.
–Con Luz arden las lámparas.–
Las vírgenes ya esperan
–no va a faltar aceite–.
Resuene el horizonte
del cortejo que llega,
nos hablen las estrellas
con voz y acento humanos.

A ti, mil corazones,
María, se levantan.
En esta vida en sombras
te buscan sólo a ti.
La salud de ti esperan
con gozo y esperanza,
si tú, Santa María,
a tu pecho les llevas.

Cuántos se consumieron
en amargos tormentos,
y, huyendo de este mundo,
volvieron hacia ti,
Ellos son nuestro auxilio
en penas y amarguras,
vamos ahora a ellos,
para ser allí eternos.

Nadie que crea y ame
llorará ante una tumba:
el Amor, dulce bien,
nadie le robará.
–Su nostalgia mitiga
la ebriedad de la Noche.–
Fieles hijos del Cielo
velan su corazón.

Con tal consuelo avanza
la vida hacia lo eterno;
un fuego interno ensancha
y da Luz a nuestra alma;
una lluvia de estrellas
se hace vino de vida,
beberemos de él
y seremos estrellas.

El Amor se prodiga:
ya no hay separación.
La vida, llena, ondea
como un mar infinito;
una Noche de gozo
–un eterno poema–
y el Sol, el Sol de todos,
será el rostro de Dios.


HYMNEN AN DIE NACHT

1

Welcher Lebendige, Sinnbegabte, liebt nicht vor allen Wundererscheinungen des
verbreiteten Raums um ihn das allerfreuliche Licht – mit seinen Farben, seinen Strahlen
und Wogen; seiner milden Allgegenwart, als weckender Tag. Wie des Lebens innerste
Seele atmet es der rastlosen Gestirne Riesenwelt, und schwimmt tanzend in seiner
blauen Flut – atmet es der funkelnde, ewigruhende Stein, die sinnige, saugende Pflanze,
und das wilde, brennende, vielgestaltete Tier – vor allen aber der herrliche Fremdling mit
den sinnvollen Augen, dem schwebenden Gange, und den zartgeschlossenen, tonreichen
Lippen. Wie ein König der irdischen Natur ruft es jede Kraft zu zahllosen Verwandlungen,
knüpft und löst unendliche Bündnisse, hängt sein himmlisches Bild jedem irdischen
Wesen um. – Seine Gegenwart allein offenbart die Wunderherrlichkeit der Reiche der
Welt.

Abwärts wend ich mich zu der heiligen, unaussprechlichen, geheimnisvollen Nacht.
Fernab liegt die Welt – in eine tiefe Gruft versenkt – wüst und einsam ist ihre Stelle. In
den Saiten der Brust weht tiefe Wehmut. In Tautropfen will ich hinuntersinken und mit
der Asche mich vermischen. – Fernen der Erinnerung, Wünsche der Jugend, der Kindheit
Träume, des ganzen langen Lebens kurze Freuden und vergebliche Hoffnungen kommen
in grauen Kleidern, wie Abendnebel nach der Sonne Untergang. In andern Räumen
schlug die lustigen Gezelte das Licht auf. Sollte es nie zu seinen Kindern wiederkommen,
die mit der Unschuld Glauben seiner harren?

Was quillt auf einmal so ahndungsvoll unterm Herzen, und verschluckt der Wehmut
weiche Luft? Hast auch du ein Gefallen an uns, dunkle Nacht? Was hältst du unter
deinem Mantel, das mir unsichtbar kräftig an die Seele geht? Köstlicher Balsam träuft aus
deiner Hand, aus dem Bündel Mohn. Die schweren Flügel des Gemüts hebst du empor.
Dunkel und unaussprechlich fühlen wir uns bewegt – ein ernstes Antlitz seh ich froh
erschrocken, das sanft und andachtsvoll sich zu mir neigt, und unter unendlich
verschlungenen Locken der Mutter liebe Jugend zeigt. Wie arm und kindisch dünkt mir
das Licht nun – wie erfreulich und gesegnet des Tages Abschied. – Also nur darum, weil
die Nacht dir abwendig macht die Dienenden, säetest du in des Raumes Weiten die
leuchtenden Kugeln, zu verkünden deine Allmacht – deine Wiederkehr – in den Zeiten
deiner Entfernung. Himmlischer, als jene blitzenden Sterne, dünken uns die unendlichen
Augen, die die Nacht in uns geöffnet. Weiter sehn sie als die blässesten jener zahllosen
Heere – unbedürftig des Lichts durchschaun sie die Tiefen eines liebenden Gemüts – was
einen höhern Raum mit unsäglicher Wollust füllt. Preis der Weltkönigin, der hohen
Verkündigerin heiliger Welten, der Pflegerin seliger Liebe – sie sendet mir dich – zarte
Geliebte – liebliche Sonne der Nacht – nun wach ich – denn ich bin dein und mein – du
hast die Nacht mir zum Leben verkündet – mich zum Menschen gemacht – zehre mit
Geisterglut meinen Leib, daß ich luftig mit dir inniger mich mische und dann ewig die
Brautnacht währt.

2

 

Muß immer der Morgen wiederkommen? Endet nie des Irdischen Gewalt? Unselige
Geschäftigkeit verzehrt den himmlischen Anflug der Nacht. Wird nie der Liebe geheimes
Opfer ewig brennen? Zugemessen ward dem Lichte seine Zeit; aber zeitlos und raumlos
ist der Nacht Herrschaft. – Ewig ist die Dauer des Schlafs. Heiliger Schlaf – beglücke zu
selten nicht der Nacht Geweihte in diesem irdischen Tagewerk. Nur die Toren verkennen
dich und wissen von keinem Schlafe, als dem Schatten, den du in jener Dämmerung der
wahrhaften Nacht mitleidig auf uns wirfst. Sie fühlen dich nicht in der goldnen Flut der
Trauben – in des Mandelbaums Wunderöl und dem braunen Safte des Mohns. Sie wissen
nicht, daß du es bist, der des zarten Mädchens Busen umschwebt und zum Himmel den
Schoß macht – ahnden nicht, daß aus alten Geschichten du himmelöffnend
entgegentrittst und den Schlüssel trägst zu den Wohnungen der Seligen, unendlicher
Geheimnisse schweigender Bote.

 

3

 

Einst da ich bittre Tränen vergoß, da in Schmerz aufgelöst meine Hoffnung zerrann,
und ich einsam stand am dürren Hügel, der in engen, dunkeln Raum die Gestalt meines
Lebens barg – einsam, wie noch kein Einsamer war, von unsäglicher Angst getrieben –
kraftlos, nur ein Gedanken des Elends noch. – Wie ich da nach Hülfe umherschaute,
vorwärts nicht konnte und rückwärts nicht, und am fliehenden, verlöschten Leben mit
unendlicher Sehnsucht hing: – da kam aus blauen Fernen – von den Höhen meiner alten
Seligkeit ein Dämmerungsschauer – und mit einem Male riß das Band der Geburt – des
Lichtes Fessel. Hin floh die irdische Herrlichkeit und meine Trauer mit ihr – zusammen
floß die Wehmut in eine neue, unergründliche Welt – du Nachtbegeisterung, Schlummer
des Himmels kamst über mich – die Gegend hob sich sacht empor; über der Gegend
schwebte mein entbundner, neugeborner Geist. Zur Staubwolke wurde der Hügel – durch
die Wolke sah ich die verklärten Züge der Geliebten. In ihren Augen ruhte die Ewigkeit –
ich faßte ihre Hände, und die Tränen wurden ein funkelndes, unzerreißliches Band.
Jahrtausende zogen abwärts in die Ferne, wie Ungewitter. An ihrem Halse weint ich dem
neuen Leben entzückende Tränen. – Es war der erste, einzige Traum – und erst seitdem
fühl ich ewigen, unwandelbaren Glauben an den Himmel der Nacht und sein Licht, die
Geliebte.

 

5

 

…Noch weinen deine Lieben Tränen der Freude, Tränen der Rührung und des unendlichen
Danks an deinem Grabe – sehn dich noch immer, freudig erschreckt, auferstehn – und
sich mit dir; sehn dich weinen mit süßer Inbrunst an der Mutter seligem Busen, ernst mit
den Freunden wandeln, Worte sagen, wie vom Baum des Lebens gebrochen; sehen dich
eilen mit voller Sehnsucht in des Vaters Arm, bringend die junge Menschheit und der
goldnen Zukunft unversieglichen Becher. Die Mutter eilte bald dir nach – in himmlischem
Triumph. – Sie war die erste in der neuen Heimat bei dir. Lange Zeiten entflossen
seitdem, und in immer höherm Glanze regte deine neue Schöpfung sich – und Tausende
zogen aus Schmerzen und Qualen, voll Glauben und Sehnsucht und Treue dir nach –
wallen mit dir und der himmlischen Jungfrau im Reiche der Liebe – dienen im Tempel des
himmlischen Todes und sind in Ewigkeit dein.

Gehoben ist der Stein –
Die Menschheit ist erstanden –
Wir alle bleiben dein
Und fühlen keine Banden.
Der herbste Kummer fleucht
Vor deiner goldnen Schale,
Wenn Erd und Leben weicht
Im letzten Abendmahle.

Zur Hochzeit ruft der Tod –
Die Lampen brennen helle –
Die Jungfraun sind zur Stelle –
Um Öl ist keine Not –
Erklänge doch die Ferne
Von deinem Zuge schon,
Und ruften uns die Sterne
Mit Menschenzung’ und Ton.

Nach dir, Maria, heben
Schon tausend Herzen sich.
In diesem Schattenleben
Verlangten sie nur dich.
Sie hoffen zu genesen
Mit ahndungsvoller Lust –
Drückst du sie, heil’ges Wesen,
An deine treue Brust.

So manche, die sich glühend
In bittrer Qual verzehrt
Und dieser Welt entfliehend
Nach dir sich hingekehrt;
Die hülfreich uns erschienen
In mancher Not und Pein –
Wir kommen nun zu ihnen,
Um ewig da zu sein.

Nun weint an keinem Grabe
Für Schmerz, wer liebend glaubt,
Der Liebe süße Habe
Wird keinem nicht geraubt –
Die Sehnsucht ihm zu lindern,
Begeistert ihn die Nacht –
Von treuen Himmelskindern
Wird ihm sein Herz bewacht.

Getrost, das Leben schreitet
Zum ew’gen Leben hin;
Von innrer Glut geweitet
Verklärt sich unser Sinn.
Die Sternwelt wird zerfließen
Zum goldnen Lebenswein,
Wir werden sie genießen
Und lichte Sterne sein.

Die Lieb ist frei gegeben,
Und keine Trennung mehr.
Es wogt das volle Leben
Wie ein unendlich Meer.
Nur eine Nacht der Wonne –
Ein ewiges Gedicht –
Und unser aller Sonne
Ist Gottes Angesicht.


El poema traducido al español, en: Himnos a la noche – Enrique de Ofterdinger, obras de Novalis, Traducción de Eduardo Barjau; Historia Universal de la Literatura 93 (Hyspamerica – Ediciones Orbis, Barcelona, España, 1982)

El texto en alemán, fue tomado de: https://germanistiksofia.files.wordpress.com/2016/10/hymnen-an-die-nacht-text.pdf


NOVALIS (Georg Philipp Freiedrich von Hardenberg; Wiederstedt, actual Alemania, 02/05/1772 – Weissenfels, 25/03/1801)

Poeta, filósofo, graduado en Leyes, ingeniero de minas. Sus obras literarias: Fragmentos, publicados por primera vez con el nombre de Polen (1798), Cánticos espirituales (1799); y los libros no publicados en vida, aparecidos después de su muerte, como fueron las novelas inconclusas, Los discípulos de Sais y Enrique de Ofterdingen, e igualmente, el texto La cristiandad o Europa. Recibió sus primeras enseñanzas por tutores privados en su casa, hasta que en 1790 acudió al Luthergymnasium de Eisleben, donde adquirió habilidades en retórica y cultura clásica. A finales de ese mismo año, se matriculó en Derecho en Jena, donde también cursó estudios de filosofía; allí tuvo como maestro a Schiller y conoció a Fichte, cuya filosofía idealista, influyó notablemente en su obra. En 1791, en Leipzig, conoció a Freiedrich Schlegel, uno de sus grandes amigos. En 1792 pasó a Wittenberg, donde ejerció la jurisprudencia. En 1794, en Grüningen, conoció a la joven Sophie von Kühn, su prometida, quien murió en 1796, un hecho que lo afectó profundamente. En 1794 se marchó a Tennstedt, para adiestrarse en la técnica de administración. Entre 1795 y 1796, redactó una serie de anotaciones, que luego se conocieron como los Estudios sobre Fichte; eran estos unos apuntes acerca de los problemas filosóficos que estaban en el primer plano de la discusión, en aquella Alemania de la última década del siglo XVIII. En 1797 ingresó a la Escuela de Minas de Freiberg, donde estudió mineralogía y geología, hasta 1799. Ese mismo año entró de asesor en la administración de las salinas de Weissenfels, ciudad en la que falleció en 1801, como consecuencia de la tuberculosis que padecía, el mismo mal por el que murió antes, su amada Sophie. Novalis escribió en los Fragmentos (1798), sobre la poesía, “La poesía es la verdadera realidad absoluta. Este es el núcleo de mi filosofía. Cuanto más poético, más verdadero”.

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