
NUEVAS CARTAS NÁUTICAS (SELECCIÓN)
XLVII
Cuenta Abu Zaid al-Sirafi
que en el Mar de Larawi habitaba un pez
capaz de alcanzar los veinte cúbitos de longitud,
al que los locales llamaban wal.
Sustentaba su inmensa anatomía devorando
todo lo que encontraba ante sí, dejando regiones enteras
despobladas, matando de hambre aldeas pesqueras.
La única fuerza capaz de detener al wal
era el minúsculo lashak, un pececillo que
se introducía en el oído del wal
hacía nido en su cráneo
y consumía su interior.
Al-Sirafi hizo a sus sirvientes pescar un wal.
Al abrirlo, en su entraña hallaron
otro pez idéntico, de menor tamaño.
Al tajear el vientre de éste, encontraron
un tercer pez. Todos estaban vivos
y se sacudían, tratando de volver al agua,
asfixiándose.
XLVIII – Unheimlich revisitado
(Endurance, Frank Worsley)
Recordé que una noche, cuando Shackleton y yo jugábamos a la baraja en la cabina que compartíamos, fuimos perturbados de pronto por el hedor más terrible. Salí a la cubierta del Endurance, y en la tiniebla de la nieve que caía con fuerza desde el este, vi un enorme objeto hinchado alzándose desde el mar, casi al nivel de mi rostro.
Era una ballena rorcual que había sido cazada algunos días antes y había flotado a la deriva.
Rickinson, nuestro ingeniero, vino a mi ayuda. Nos montamos en nuestra pequeña lancha y, luego de mucho esfuerzo, conseguimos alejarla un cuarto de milla.
Cerca de dos horas después, la corriente había traído el cadáver al mismo lugar.
XLIX – Donde Ovidio sueña con Aracne
(Tristia, Publio Ovidio Nasón)
Anoche
soñé que una araña venía hacia mí,
dejando su baba tibia
y blanca sobre la cama.
Mi cuerpo estaba inmóvil, arropado.
Al llegar a mi oído, la araña
movió sus ocho patas, sus ocho
ojos, su cuerpo enloquecido
de geometría, y me dijo su secreto.
Que no tejía para nadie, dijo.
Que sus telas sólo valían para cazar, dijo.
Que cada hilo era una frontera entre la vida de la muerte, dijo.
Que las moscas eran los mensajeros de los dioses, que
arrancan el alma del cuerpo cuando éste se pudre, dijo.
Que por eso las atrapaba y devoraba.
LI
El arte de marear fue primero de los animales. Y no fue un arte, sino un azar.
Ramas, leños llevados por el capricho de la corriente, cargados de insectos, con alguno que otro reptil que sobrevivía a la rapacidad de las olas
o las aves marinas.
Luego fueron los gatos, perros, ratas, pájaros e incluso caballos que viajaban con o sin permiso
en las naves hechas por la mano deliberada del ser humano. Presencias familiares que daban a la travesía una cierta seguridad,
como si cada animal fuera una promesa hecha por la tierra firme.
Y junto a ellos, otros. Los animales lujosos, los regalos, las ofrendas, la mercancía. Anacondas, osos, aves de plumaje inconcebible. Tigres como ojeras. Elefantes de guerra, con su peso aterrado balanceándose sobre las aguas.
Dicen que la hembra de rinoceronte conocida como Abada llegó a Lisboa, un regalo para Sebastião I. Su cuerno había sido extirpado y hubo de serlo en numerosas ocasiones más, pues tenía el mal hábito de crecer nuevamente.
Llegó eventualmente a manos de Felipe II, quien lo exhibió durante años en El Escorial, hasta su muerte, tras lo cual fue despiezado y enterrado en distintos lugares para conjurar su ira.
Otros afirman que llegó a España llevado por comerciantes portugueses y que, tras ser expuesto durante unos pocos años, fue llevado a Venecia, donde murió. Tiraron
al agua su cadáver, sólo para reaparecer encallado en uno de los canales poco después, testimonio de un edén desconcertante.
LIV
Par 18 mètres de fond fue el primer documental realizado por Jacques Cousteau. Dirigido por
Frédéric Dumas
y filmado con una cámara protegida por una cubierta especial, diseñada para aguantar la presión de las profundidades.
Cazadores submarinos rondan la costa mediterránea. Los peces, en blanco y negro, parecen manchas remotas, seres de movimientos espasmódicos, adelgazados por el film. Las rocas parecen a punto de desmoronarse. El sol se empoza arriba, temeroso de sumergirse.
Las medusas pasan como girasoles cabizbajos.
Llevamos con nosotros el lenguaje de la superficie. Para Cousteau, un cardumen parece un enjambre de moscas; una colonia de anémonas, un campo de trigo.
Adalber Salas Hernández. Caracas, 1987. Poeta, ensayista, traductor. Entre otros, autor de los libros Salvoconducto (XXXVI Premio de Poesía Arcipreste de Hita; Pre-Textos), mínimos (Amargord Ediciones) y La ciencia de las despedidas (Pre-Textos), así como los volúmenes de prosa Insomnios. Ensayos sobre poesía venezolana (bid&co. editor), Clarice Lispector: el lugar de la poesía (Ril Editores), Isolario (Ediciones Aguadulce) y Palabras sin dueño. Variaciones sobre la traducción literaria (Dirección de Literatura UNAM). Entre otras, ha publicado traducciones de Marguerite Duras, Antonin Artaud, Charles Wright, Mário de Andrade, Hart Crane, Pascal Quignard, Mark Strand, Lorna Goodison, Louise Glück y Yusef Komunyakaa. Dirige la colección Diablos danzantes en Amargord Ediciones. Cursa estudios doctorales en la New York University. Su trabajo poético ha sido reunido en las antologías Ai margini di un mondo sconosciuto (Edizioni Fili d’Aquilone, traducción de Alessio Brandolini) y De ningún viaje se vuelve (Mantis Editores). Esta selección de poemas pertenecen al libro inédito Nuevas cartas náuticas.