POEMAS Ι ALBERTO LÓPEZ SERRANO

ALBERTO LÓPEZ SERRANO

Ι


VULNERANT OMNES, VLTIMA NECAT

 

Veinticuatro caballos corren sobre tu espalda.

Algunos se desbocan, te rompen las costillas

si aúlla la trompeta que puya sus caderas.

¡Y creíste que el Pienso les calmaría el trote!

Golpean sus ijares, duro, uno contra todos.

Tu piel resiste apenas la bulla de los cascos.

Algunos han piafado canciones suaves, lentas,

y han mordido tus venas y el aire de tu cuello

mientras sueña tu oído un azul sorprendido.

Patean tus costillas de nuevo cada día.

Veinticuatro caballos corren sobre tu espalda.

¿Ninguno quedará después del arrebato!

Uno tras otro, van desgranando tu espina.

Uno tras otro, pesan y caes contra el piso.

Uno tras otro, a diario regresan y te montan,

se asoman a tus hombros y te escupen los ojos

y drenan con sus lenguas los besos que no diste

alguna noche verde. ¡Aquella noche verde!

Los caballos dormían y la ciudad dormía…

Pasan, pesan y pisan, te rompen las costillas

si aúlla la trompeta que troncha sus caderas.

Uno tras otro, irán cayendo sobre el lodo

de besos y costillas. El último caballo,

abajo, te dirá que subas, que estás listo.


COMPAÑERO

a Walt Whitman

 

Bello pastor del cántico liberto,

silvestre voz feliz del verso crudo,

también adoro al hombre que desnudo

nada en el río con latido abierto.

 

También sé que me adoras y lo advierto

en tu insondable carne que, a menudo,

está tumbada sobre el pasto mudo

viendo nadar mi cuerpo descubierto.

 

¡Ven, compañero, abrasa mi locura,

yo abrazo tus caderas y cintura

que, libres, sin cesar, como cualquiera,

 

se entregan al placer desenfrenadas.

Oh amante de robustos camaradas,

también yo te amo a ti, como a cualquiera.


YA TENGO LA ILUSIÓN Y LA CAÍDA

 

XII

Arden todas mis células contigo

y tierra soy que canta fiel tu aliento,

y tan pequeño el corazón que tengo

para ofrecerte estancia y paraíso.

 

Ni tejados ni vítores ni puertas,

sólo canción de tartamudos bronces

que a cada aliento tocan tus canciones

como un jardín de abejas y alhucemas.

 

Como un reguero de pequeños soles,

te ofrezco mis luciérnagas, mi huerto,

una fiesta de nidos y panales,

 

lenguaje de cerezas, sin mis yoes,

telúricos latidos buscacielos.

Yo no te ofrezco miel: te ofrezco sangre.


Y QUÉ IMPOSIBLE NO LLAMARTE INGLE

 

VI

Olvidé qué palabra quería decirte.

Sólo recuerdo un zumbido de consonantes.

 

Mejor sería arrancar ese verso de una vez

como atascado en tus manos pequeñas,

una idea corpórea en la sombra se repite en mis dedos videntes,

un pájaro que suspira siempre por volar

en esta orilla donde jamás ha llegado barco alguno.

Sería mejor arrancar ese verso

como un refugio de silencios que parezco ser,

como una mancha negra en la blancura del piso.

 

Mejor sería ahorcarse en la rama de un cerezo.

Si no te escribiera…

Pero este olvidar qué palabra era…

Como quien borra una palabra

y las palabras del renglón se pierden una a otra.

 

De nuevo:

Olvidé qué palabra quería decirte

como un pájaro enjaulado que me sigue con su canto desgreñado,

un pecado que pisa los talones,

el corazón vive en el futuro.

 

Seguro esta noche voy a recordarla,

cuando vengas,

con la palabra brillando en tu mirada,

y me tomes corruptamente con tus labios.

 

Mejor sería borrar de una vez todo lo que he dicho,

como quien tira al suelo una puerta sin casa.


XLI

¿Por qué debes existir?

Estás hecho de forma distinta, aunque tierra también.

Eres un valle, a veces me asustas.

Haces cosas que yo no hago, por ejemplo, estresarte,

tienes muchos uniformes,

no te cae el cabello por la frente,

tienes un montón de cicatrices,

y, ¡quién diría!, qué bello es observarte la sonrisa

con ese gesto de volverme loco,

que te comparo a un camión de los que llevan concreto:

¡tu sonrisa me es igual de inquietante y atractiva

y a la vez más intrigante que la concretera giratoria!

Y tienes planicie, tienes árboles callados

(los míos son ruidosos por el viento en la montaña),

tienes amigos.

 

Me ganas de pragmático.

Pero aunque fueses un discurso de algoritmos

y yo fuera la espuma en las bebidas,

tampoco estaríamos muy desconectados,

pues al menos en tu boca me vería derramado

y yo te compondría algún soneto en sus perfectas leyes.

Me desconcentras los pasos, sin embargo,

me enervas por teléfono

al solo ver en la pantalla tu nombre en caracteres griegos.

Me alegra tanto responderte,

que no tienes ideas de los gorriones.

 

Y entonces de nuevo la pregunta:

¿Por qué debes existir?

Ahora debo estar contando las estrellas,

así como el velero cuenta los claros átomos del mar.

 

¿Por qué debes existir?

Ahora vigilo el gesto en mis latidos,

hago polvo lo común, lo acostumbrado

(¿No es mucho que te escriba en verso libre?),

no me cubro del sol cuando voy en la calle,

y yo mismo quiero hablarte.

 

¿Por qué debes existir?

Hoy debo estar pensando como fijo en algún punto

y que tu cuerpo es la aniquilación

y que mortal me hacen tus besos

de manos o labios o pies, ojo o frente,

y me río de lo anterior como un enloquecido

diciéndome que no,

que son cadenas de metal tus besos,

pero los versos, sin duda, se escriben después.

 

¿Por qué debes existir?

Un ser humano práctico y esquivo,

como de polvo y demasiado urbano,

estatua decorosa con zapatos,

un horizonte ni siquiera escrito,

ansioso por la hora de salida,

paralizante como atroz veneno,

un pájaro caído sobre el techo,

una botella blanca a la deriva,

tachada página de calendario,

como un beber de amontonadas copas,

como un “Entonces, ¿dónde, cómo y cuándo?”,

un organismo demasiado rosa,

tan bello como el cielo despejado.

¡Yo no sé por qué existes desde ahora!


 

ALBERTO LÓPEZ SERRANO (El Salvador, 1983). Miembro de la Fundación Cultural Alkimia, coordinador de la peña cultural Los Miércoles de Poesía desde enero de 2008. Director de la Casa del Escritor—Museo Salarrué del Ministerio de Cultura de El Salvador. Director del Festival Internacional de Poesía “Amada Libertad” y del Encuentro de Poesía de San Salvador. Miembro de THT. Profesor en inglés y matemáticas. Ha participado en festivales, encuentros y ferias en toda Centroamérica, México, Cuba, Perú, Bolivia y Colombia. Ha publicado los poemarios: “La nave que falta”, “Cien sonetos de Alberto”, “Y qué imposible no llamarte ingle”, “Montaña y otros poemas, “El domador de caballos” y “Cantos para mis muchachos”, además aparecen poemas suyos en antologías salvadoreñas e internacionales, así como en revistas digitales.

 

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