
Tenía tanto insomnio
dentro la placenta de mi madre
que las estrellas caían caían
como helechos
Y no dejaban de latir
Nuestros corazones de latir
Sangre
Cayendo hacia la luz
El cuidado de la maceta,
el descuido del viento
que arrastra la maceta
¿a qué cuidado
irán a dar?
¿ qué viento le responderá al viento?
pero al final todo es agua de las manos:
de su ruego inútil,
de su costumbre de hundir y de salvar
el maderamen que devuelve la marea
al orden de la muerte
que ya no sabe cuidar de nada
solo tu sueño
desanuda la materia antigua
que devuelve tus manos
al acto de de tus manos
al fiat que sostiene
lo oscuro a su reinado:
este todo que no es otro:
*
Amanece de rodillas hundes
las manos en el barro
en la tierra escarbas
meditando un hoyo
en el que aparecen hormigas rojas
hojas muertas y lombrices,
raíces vivas
despertadas
por la desenterrada aurora
amanece hunden los pájaros
sus alas en el cielo
escarban el fondo azul
aparecen nubes blancas
recobra la luz
puntual
su amada sombra
amanece hunde aquel caballo
aterido por el bosque
por la noche
sus cascos en la tierra
buscando el doble fondo
de estar vivo y relinchar
ser pelaje puro brillo
bajo los primeros rayos
que van tenues invadiendo el aire todo:
*
Amanece abre el amor su boca sucia
hunde sus manos en la sangre
confunde alas y praderas,
las manos
por lo enterrado
por las manos
y va saliendo el sol
se extravían libres
falanges y gusanos, fervores embarrados
y las nubes los primeros trinos
los relinchos:
se va cavando el día
Todo el día el viento
volviendo
viniendo en sí
hablando en paja prava
al sol de la ladera
susurro de las zarzas
todo el día
el viento dejado
al viento
roto el flanco
árida la luz
Lombriz
gusano ansiado por el niño
que a la sombra de los árboles
lo busca bajo tierra
para tenerlo entre sus manos
retorciéndose sobre sí mismo
y desdiciendo el cielo
en revoltijo de cuerpo/escritura
que sólo sabe leer el niño
apretando el cuerpo del bichito
que jamás se entrega
y hasta el fin de los tiempos
se retuerce en todo pozo cada charco
lombriz ni color carne ni color tierra
vena y sangre del primer barro
veta viva de la tierra original
ondeando muda
al final de toda voz
Esta manera que tiene el invierno
de entrar a los aposentos derruidos y llegar muy tarde
a quebrar memorias y jardines
con su luz oblicua,
su pausa al sol despertando a la piedra
cuando no se sabe si se sostendrá la madreselva,
se detendrá la sangre
y señalará la golondrina otra razón del cielo
Esta manera que tiene el invierno
de penetrar donde duermen las aldabas
seca la tierra y limpia ya la espina cuando
no sabemos cómo nos mirarán los muertos agolpándonos
tras los dinteles del tiempo que se nos cae encima
y barre las ventanas del frío, de la misericordia,
del primer pacto hecho para estar vivos
Qué viento habrá hecho volar
aquellos signos una vez escritos en el polvo
y qué oleaje habrá barrido de la arena
las letras que dejaron unas manos
de qué árbol sería la corteza
que al crecer cubrió las iniciales
grabadas un verano
y a dónde iría ese viento
que dispersó las señales de humo
y quien sabe qué nube habrá tapado el sol
e impedido las señales con espejos
y qué se llamaría esa tormenta
que un domingo derribó
los postes del telégrafo
lo borrado no será devuelto
lo borrado no deja
de decir
LEDI GERARU, ETIOPÍA
hace unos dos millones
ochocientos mil
años
por aquí, en Ledi-Geraru
el sol
daba vueltas alrededor de la tierra
los animales olfateaban estrellas y distancias
los árboles hablaban con los cielos
quedó la mandíbula
de alguien
fósil entre el polvo
y con cinco dientes
más allá a doce kilómetros
encontraron a Lucy, desnudada
por los milenios
y por el otro lado, bajo el cerro
otra mandíbula: la de un hipopótamo
contemporáneo de la danza de las bestias
más aquí metemos la lejanía
en el corazón
tocándonos las mismas costillas
con la misma respiración asombrada igual
ante este cielo
ante este desaparecer
Juan Cristóbal Mac Lean E. nació en Cochabamba, Bolivia, en 1958. Vivió en diferentes países y actualmente reside en Cochabamba. Asistió por su cuenta a muchas clases y seminarios en Londres y sobre todo París, en el marco de una formación tangencialmente filosófica. Durante siete años en La Paz, se encargó de los suplementos literarios de los periódicos La razón y La Prensa. Trabaja traduciendo eventualmente libros del inglés y el francés, idiomas de los que regularmente y por su cuenta traduce poesía. Hizo algunas exposiciones de pintura, a la que se dedica intermitentemente.
Publicó los siguientes libros de poesía: Paran los clamores (1997), Por el ojo de una espina (2005) y Tras el cristal (2012) y Cerro (2018), que se fueron alternando con los de prosas/ensayos: Transectos (2000), Fe de errancias (2009) , Cuaderno (2014) y La mano que mira (2018). Acaba de salir el libro El garabato y la gracia, que contiene poemas, prosas ensayísticas y dibujos.