POLEN | MARCELO RIZZI


THE COLLAGE GARDEN

Yo que pagué con mi orfandad
la deuda contraída
por otros hace milenios.
Yo que nunca preparé maletas para un viaje.Esos álamos que ves allí fueron plantados
por estas manos: elegí la mejor orilla de los ríos,
pero nunca construyeron puentes entre cielo y tierra. No suele
ser el cuadro más menesteroso el mezclar colores fatuos,
borrar con agua el trazo realizado. Quemar leña de higuera
puede ocasionar una sensación extraña; dicen que hasta
perder la cabeza: un día navegaré sin esos astrolabios,
iré del fondo del mar calmo al ojo inmóvil de la última
tormenta.

 


POLEN (i)

En la estación absoluta del aire y las estrellas
las historias que acontecen a tu lado nunca
podrás conocerlas del todo. Boca que hacía
suya de lo impenetrable del mundo su fiesta
mayor: noche vacía de tiempo, cuando en el
verbo no medía carne alguna y los perfumes
se esparcían como polen del lugar. Fuese del
árbol del saber ese limpiar con luz cenital una
escudilla, fuese afilar una cuchilla, pintar de la
puerta solo su cara interior. Inútil fotografiar
cosa alguna en las vísperas, alimentar pájaros
al otro día con migajas de la cena ulterior.

 


 

FUNÁMBULOS

Hay alguien desconocido que desde
el otro extremo de la soga te recuerda:
“cuídate de quien te sueñe, mucho más
de quien te haga soñar”. Y así, como
cualquiera que valida su fluctuante
interior en una letra, o como hizo
el santo con su rodilla en esa piedra
-ahora un cuenco donde recoger el agua,
relámpagos, estrellas-, también muestra
que ninguno testimonia por lo imprevisto,
que lo que era error ahora es cosa bella,
que disputamos el único disfraz de animal
en mitad de un invisible festín.

 


 

POLEN (ii)

Quien alguna vez arponeó una ballena lo sabe:
es siempre para otros la fábula menguante que
trae una súbita demencia a la prueba de sangre,
azuza el ojo del pájaro interior que nos atraviesa.
El universo es una suma impura, a la que se le
resta aquel que en ese instante lo observa con
máscara de soldador. Todos estamos invitados
a la mesa de la felicidad, con oídos atentos al
exordio que algunos leen con altoparlantes en
nuestro propio funeral. Si todas esas sombras
hubiesen sido palpables, perfectas siluetas de
contornos mensurables, epigramas de una breve
eternidad, habría bastado colgarlas al sol, igual
que esas sábanas hoy descoloridas, ya rasgadas,
de la infinita noche nupcial de los amantes.

 


EL VIAJE

Supieras que de a pie nunca se llega, y entonces
la emprendieras a nado. Un vespertillo o casi espectral,
como un faro, te indica la línea ondulante del horizonte.
Oyeras decir que en la corteza está la nave, vieras cómo
se columpia a lo lejos otra vez el álamo de Lombardía.
Encontrases una baya hundida en la dócil barranca
y la creyeras una fragmento de estrella, vieras esa luna
semioculta entre las ramas como un signo a descifrar.
Que caminar sobre aguas siga siendo un desafío inactual.
Hay siempre un camino real detrás de cada puerta falsa.

 


 

POLEN (iii)
El hecho fundante de todas las cosas de hoy
pareciera ser mirar en un fragmento de espejo
ese rostro joven en el momento exacto de su
pasaje de niño una vez pionero al de un anciano
inesperado hasta el día de ayer. Pero están también
esos números de oro, cifras errantes, con los que
se mensuran valores, libros, acontecimientos cuasi
sagrados. Buena parte del saber acumulado se aplica
ahora al vaticinio, soplando cristales de colores, viendo
caer volátiles abatidos por la fatiga, auscultando
vísceras de pequeños animales. Queda aún por
saber si para impeler una casa hasta su propio
umbral, su acantilado movedizo, basta con astucias
de una soga, con músculos bien tensados, o con la
sombra vana del más antiguo ciprés de la comarca.


 

EN LA CASA DE LOS CUATRO CIELOS

La sombra de un número imperfecto puede servir
a veces de refugio o de morada. En la casa de los
cuatro cielos la noche es cualquier noche si no es
la nuestra, repetimos como en una vieja canción.
Dios proveerá desde ese remoto lugar que aún
desconocemos, pero vacilará en su obrar un instante,
dejará a un costado los guantes, no habrá ya redención.
Hay una nueva devoción de ignotos comulgantes
que ya no imparte mandatos: apenas si alertas a la
simultaneidad de todos nuestros actos — mecánica
interna de las cosas fluctuantes, sus cuerdas siempre
en tensión, la nada por delante y lo infinito detrás.

 


POLEN (iv)

No hay acuerdo entre la voz y la cosa nombrada.
A esa usura la llamamos renta de la especie,
ganancia: pendiente está su cobro en el taller
donde se ajusta el eje del molino, el de la balanza,
y se proyecta la ciudad ideal mezclando sangre
de banqueros con pigmentos. Este cuerpo no fue
siquiera hecho a semejanza de las sequías, menos
aún para la incómoda sepultura, para una prolongada
labranza. Tiene un lado curvo -se decía: oxidado
un buje-, y otro uncido con aceites improbables,
donde siempre se comparece de mañana.

 


POLEN (v)

Ahora que todos por igual aceptan el vacío
como causa verdadera, no sabemos si elegir
la gruta o el corral. Esa sopa avara de estos
tiempos no alimenta boca, no refuerza el hueso,
sabe poco al limo del primer eslabón. Si se muestra
una canasta repleta de frutas, o la anarquía del poema,
se los señala como a especies de ultramar. Se acallan
un segundo los cometas, hay parlamento de difuntos.
Juntos celebremos hoy que el ojo aún sea un espejo
deformante, que la casa se incline suavemente a cada
hora hacia no sabemos qué.


 

POLEN (vi)

Hay por estos tiempos ausencia absoluta
de invectivas: se nos impone hacer amistad
con la paradoja y el dilema. De ser real este
guijarro esperaríamos de él oír en el silencio
de la noche los ecos de su clinamen, la razón
de su desvío repentino. O su estrepitosa caída.
No obstante imaginemos un instante un mundo
donde nada se anunciase: por ejemplo trasladar
sin rumbo la efigie por las calles, portar un ídolo
hasta el punto equidistante entre dos ciudades.
De esa tierra todavía húmeda del camposanto
traernos una hogaza para nuestro futuro jardín.

 



Marcelo Rizzi nació en Rosario (Argentina) en 1961. Estudió Historia y Filosofía en
la Universidad de esa misma ciudad. Tiene publicados El comienzo oblicuo de todo
desorden (DeBolsillo, Plaza&Janés, Barcelona, 2001), Sinopie (Melusina, Mar del Plata,
2003), Casa incompleta (Rosario, Premio Concurso Felipe Aldana de la Editorial Municipal
de Rosario, 2007); La isla de los perros (Alción, Córdoba, 2009), La destrucción (e-book,
poesíaargentina.com, 2015); El libro de los helechos (Barnacle, CABA, 2018); Los saberes
esenciales (Ediciones en Danza, CABA, 2019), Driftwood (Barnacle, CABA, 2020), y Prosa
bisiesta (Ediciones A Capella, CABA, 2020). Se tiene prevista para este año la publicación de
Del cultivo de sí como un árbol de costumbre (Barnacle, CABA).

En la escritura de Marcelo se precisa el hallazgo del observador que delicadamente atrapa el instante

y con atenta avidez otorga forma a lo  fugaz.

                             

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