
Ι*Estos poemas pertenecen al libro Pulseaditas, editado por La Mariposa y la Iguana, Buenos Aires, noviembre 2021.
PULSEADITAS
Recuerdo de chica estar con mi viejo midiéndome los brazos
a ver quién tenía
más músculos, juntos
jugábamos a las pulseaditas,
así se decía en esas épocas.
Apoyábamos el codo en la punta de la mesa
hasta que sentíamos el hueso tocar con la madera,
nos dábamos la mano en un gesto fraternal
y empezábamos a hacer fuerza.
Cada uno tiraba para su lado
para vencer así
al brazo enemigo.
Esa es una imagen que hoy tengo.
Después en la escuela
yo también quería medirme los músculos.
Entonces les proponía al resto de mis compañeros.
Las chicas no querían competir, pero Fernando sí,
aceptaba pelear con chicas sin que importara nada.
Eso era un gesto noble para mí.
Después supe que en realidad Fernando gustaba de mí
pero también quería
medirse los músculos conmigo.
Sin embargo, eso a mí no me alcanzó como para gustar de él,
no me alcanzaron los músculos redondos y bien formados de
/Fernando
ni su gesto noble
ni su voluntad escandalosa de enfrentarse conmigo.
Pero quería verlo,
agarrar su mano transpirada y doblarle todo el brazo hacia mi lado
y que cayera rendido con el cuerpo exhausto
de tanta fuerza puesta en sacrificio.
Un día en el recreo lo reté a Fernando a enfrentarnos en una pulseada,
luego de una fuerza desmedida
que inflamó todos los músculos de mi cuello, gané yo.
Fernando enfurecido no lo pudo soportar
y me corrió por toda el aula para pegarme.
Pero en ese momento yo creía que era la más fuerte del curso.
Me agarró contra la pared,
mientras el resto de los chicos entraban y salían
y yo no tuve miedo porque sabía
que mis brazos musculosos eran
los más fuertes del curso.
Así que lo enfrenté y le hice comerse las ganas de golpearme.
Esas
son también las imágenes que tengo11
cada vez que pienso que puedo algo
que no puedo algo
que yo soy fuerte incluso
más que papá.
EL CLUB
De chica usaba mucho esa expresión: el club.
Me voy al club,
búscame por el club,
en el patio del club.
Me debo haber olvidado
muchas cosas de valor, seguro.
Por ejemplo una campera
verde y amarilla que me ponía para ir a entrenar.
Nylon suave que me abrigaba del viento helado
en el trayecto de mi casa al club.
Me la sacaba apenas atravesaba
la puerta de vidrio y chapa
que separaba el exterior del club.
El calor de los cuerpos moviéndose
alrededor de la cancha algunos
corriendo, otros haciendo
flexiones con sus brazos, otros saltando
con la pelota de acá para allá, me encendía
y me hacía dejar
la campera al costado de un banco, olvidarla.
Me olvidé también en el banco largo de madera
unas zapatillas rosas y blancas
que me habían regalado,
no eran de correr eran zapatillas para andar.
A mí no me gustaban y me las cambiaba apenas
entraba en el edificio de techos altísimos
y olor a humedad del club.
Una vez después de elongar fui por mis cosas
y las zapatillas no estaban.
Lo mismo pasó con unos aros
de plata 900, cómo le decían en casa
y una cadenita que me la sacaba
para que corriendo
no me fuera a ahorcar.
Nunca supe nada más de esos objetos
que fueron una vez conmigo al club.
Me gusta pensar que se quedaron ahí,
que el calor vehemente que había adentro
los disolvió por completo.
EN UNA PARTE DE MI MEMORIA
Todas las veces que pienso en mi infancia me acuerdo
de los perritos y los músculos.
En una parte de mi memoria
todos los hijos de la Pelusa
atrás de las ligustrinas
preñada por mi perro o por cualquier perro,
siempre más de uno
naciendo de su vientre pequeño.
Perritos que llegaban a casa
para irse quién sabe dónde
entre los brazos de papá.
En la otra parte de mi memoria están los músculos.
Los que tenía mi viejo en los brazos que sostenían los perros,
los grandes, los chicos.
Los mismos músculos que iba a tener yo. Los músculos
que me empezaron a crecer desde chiquita,
casi sin pensarlo, un cuerpo que se hacía aparte de mí,
mientras los perritos salían del vientre de la Pelusa
atrás de las ligustrinas.
Atrás de las ligustrinas también
hablaba sola con los perros41
a veces me iba para allá a la siesta y me tocaba
los músculos, de los brazos, de las piernas,
que crecían y se endurecían en este cuerpo que se hacía
aparte de mí.
Todo eso aparece hoy en una parte
y en otra parte de mi memoria
perritos y músculos naciendo juntos.
UNA PLAYA, UNA VEZ
Con el cuerpo confundido en la arena y la luz que baja lentamente por el costado del
horizonte puedo ver
como el mar se va o desaparece cada tanto, es como si no estuviera o me pregunto
dónde estaba cuando desperté. No sé, qué está primero. ¿el mar o la pregunta?.
En esta parte el agua es media roja o la arena hace que el mar se vea rojizo, con un color casi cobre que aceleradamente va cubriendo toda la superficie. Lo observable
queda chico manifestando las preguntas que aparecen, sólo con la mirada o la atención puesta ahí perforando esa coraza de caracoles. Me despierto y es lo primero que veo:
una piedra maciza compuesta por miles de caracoles
de distintas formas y colores apelmazados,
y no puedo más que recorrer la árida fracción que marcan
ese conjunto de pedazos,
lo vivo, lo muerto, lo olvidado, todo puesto al descubierto por el tiempo que demore la
marea en volver.
No sé que hace el tiempo, es tan intermitente la forma en que va y viene en mi, sobre todo estos días dónde el descanso protagoniza nuestras tardes y respiramos
un aire nuevo cada día.
Cascais, Belén, las rutas interminables pero también ese deseo de nombrar cada lugar como nuestra casa, un refugio prematuro que convertimos, día tras día reconvertimos.
No sabemos a dónde irán a parar estos pedazos, ¿acaso no estamos hechos de pequeñas
cosas perforadas que se van juntando
al azar y quedamos? No lo sé
Tampoco sé qué viene primero si el mar o la pregunta
o un conjunto macizo que aparece de repente frente nuestro y sin pensarlo perfora ahí con los colores divergentes, con las preguntas que no podemos saber ni contestar. Ahí anclando
lo vivo, lo muerto, lo olvidado, todo al mismo tiempo
como un surco inesperado pero hermoso, reluciente
que permanece incluso con el viento.
Pero ahora, ¿cómo podemos desprendernos de ello? ¿qué haremos con estos pedazos
que vimos que el mar no se llevará y que tan sólo
los hará desaparecer por un tiempo en nuestra frente?
Preguntas, preguntas, entonces,
como una sinfonía misteriosa
su voz resuena en mi pecho, me calma diciendo que todo andará bien que
podemos hacer
adornos, algún arreglo, un decorado y ponerlo en un museo casero
o ver como entran y salen desorbitados los bichos por los agujeros
que podemos, que sólo son caracoles haciendo juego con todos
los colores diáfanos que existen. Entonces, el viento
cálido nos despierta, agita de nuevo el final de esa tarde
se muestra el último rayo de sol que hace
pie en los caracoles indiscriminados ya por el mar rojizo que los cubre y levanta
la marea hacia nosotras,
y con gestos sublimes nos indica que es hora
de marcharnos, de juntar las partes y marcharnos
de la mano a casa.
UN CIELO CARGADO DE GOTAS
Un cielo cargado de gotas,
una siesta perfecta donde no puedo
más que ver cómo pasa ese tiempo precioso y decir:
¡que precioso, como me gusta este momento!
Lo grito cuando lo digo, porque no hago otra cosa más que decir.
No se puede hacer nada ante lo perfecto,
gritar, decir: esto es perfecto, eso sì se puede,
pero nunca aprovecharlo todo
se derrumba lo perfecto, se desmorona ante esa suma
para volverse a armar solo
y hay que esperar, aguantarlo, prensar la intención como se estrujan las manos llevadas también por el deseo, pero esta vez al revés,
desviarlo, pensar en otra cosa, para que solo, venga, se vuelva a armar.
Como un cielo cargado de gotas que nos prepara para la lluvia, bellísimo el cielo todo abombado y expectante, y húmedo y esponjoso, con una lluvia contenida y la queremos toda, pero después
nos olvidamos, ponemos la pava, jugamos con la gata y ¿la lluvia? Nos olvidamos, entonces
llega desorbitante y está ahí y entonces gritamos:
¡que perfecta que es esta lluvia aguacero de verano y de siesta! y ella cae,
indiferente a nuestros gritos,
ella se mueve como una masa suculenta, intraspasable en todas las ventanas de la casa,
ella existe perfecta y preciosa, huracanada, demoledora a veces, existe,
indiferente a mis gritos, y el deseo se mueve, deambula por la casa llovida
hace frente a lo distinto, ¿se ha completado? ¿ha podido amarlo todo?
y también las gotas reunidas y cargadas de nuevo en el cielo
a punto de estallar.
Flor López tiene 33 años, nació en Villa Mercedes, San Luis. Actualmente reside en la ciudad de Córdoba. Es poeta, tallerista de escritura y docente en la Facultad de Artes de la UNC. Es Lic. en Comunicación Social y Magister en Antropología Social. Publicó los libros de poesía: Poemas para ser leídos sin camiseta (2010), La perspectiva de los peces (2013) Ed: diezmilcosas editora y Contorsión (2017) Ed: Caballo Negro. Pulseaditas (La mariposa y la iguana 2021). Actualmente trabaj en_ Lo común y Los colores de rio (libro bilingue portugues-español) . Fundó y dirige en Córdoba la escuela de escritura creativa El Brote. Esta escuela está orientada a construir formación específica en poesía y narrativa. La institución mantiene talleres presenciales y online anuales de diferentes niveles, al mismo tiempo ofrece talleres intensivos específicos con artistas de otras provincias. Entrevista con el recorrido de su obra, libros publicados, libros inéditos: https://vimeo.com/449903191/a6fb06f518 IG: @flor_lo_pez, face: flor.lopez.988 Facebook: flor.lopez.988 IG:@elbroteescritura)