TODO ERA UNA LOZA QUEBRADA | ROGELIO AGUIRRE


MACHETE

A cortar monte,
la mirada con llanto,
los libros crecidos sin razón:
todo representaba gotas,
sudor cristalizado,
miedo,
autobuses repentinos y autoridad.
Todo era una loza quebrada, una pared,
una grieta y charco;
era la forma adolescente de creer,
la fachada puerca del fracaso
significó alguna vieja palabrería:
era alzar códigos o empuñar el machete,
perder la vista en ediciones antiquísimas
o recobrar un sentido masculino con sol y pasto,
amenaza la nuca descubierta al parásito
y su añorada urbe, cementerio inclinado
donde aún había monte por segar.
Así las palabras surgieron
cuando un techo tocó el cielo disponible,
la nube negra, la obstrucción vehicular;
sin pensar rebota la culpa, la hoja envenenada
tragada de lunes a viernes en aulas desmedidas,
todo se trató del espacio, los atardeceres,
las ventanas roídas, el sueño tumultuario de crecer,
ser otro.


LA MÁQUINA

a mi papá

De pie como los espantapájaros
hacemos vigilia donde Pedro,
cada metro atenuado por tragos inocentes
recobra su propia actuación,
miles de rostros procesados han partido
por la misma caminata o escalera,
miles de rostros han visto las agujas
o los lentes del prefecto,
miles de ojos han trazado la línea colindante,
la frontera encendida, la mera luz.
Seres como fieras vistas
de la manera patrimonial
crecen en planicies,
seres como fieras acercan
los valiosos papeles y un brillo al cinturón,
tú los ves bajo la sombra de un hijo aparecido,
yo continúo las palabras genéticas,
la turbina del poema que advierto averiada,
los tornos, la única energía de un lenguaje paternal.
La fina presencia me llenó de alcohol todas las noches,
y aún no me parecía a ti,
no troquelaba el cobre en motores,
no hacía luz de aparatos calcinados,
no era una máquina de respeto,
no dibujaba los planos necesarios para crecer;
era yo un ingenuo cuando abracé la hoja sin sustancia,
el instituto condenado, los viejos libros;
era yo un ingenuo, despistado paseante,
forastero en tierra propia,
no atendí al auxilio de horas pasadas
y renegué del martillo que llevaba mi nombre.
Sé de los ancianos cuadros de la tradición,
el hijo a su semblante, el padre a las formas,
sentado sobre su historia instala al siglo en el palmar,
de pronto los zamuros se inclinan,
no es el charco una investidura propicia.
De pie pasan las botellas: el padre habla,
el hijo se va a mear.


EL RÍO

Yo soy Javier Heraud,
voy por las rocas planas,
voy sobre corrientes,
las domino y descanso en ellas
para añorar la primera vez
en que tuve un lápiz en mi mano.
Yo soy Javier Heraud,
respiro encima de las palabras
que se aprovechan de una hora negra,
de un semáforo oscuro;
maldito el paseo embiste humo contra mí,
voy en el paso de cebra y una loza
acicala mis sienes,
engorda el ave funeraria
y mis ojos dejan de ver.
Soy Javier Heraud
y los vocablos desgranan
un pasado irreverente,
una geografía donde amantes
reposan de la crueldad
y no hay más espalda
para sanar esta luz;
voy por las piedras móviles,
las grandes escalinatas
me separan en la capital,
me descargan la mirada baja
alma sin fin.
Soy Javier,
soy el río,
soy una sombra de poeta traducida,
soy cantos ajenos traslúcidos,
                                reconocibles,
soy una obra juvenil,
                            duradera,
soy Javier
y voy por la acera alta,
por la alta zona del motorizado vetusto,
soy extranjero en los túneles
y eco de miradas negras,
soy hijo de autopista,
de luz perpetua, zapatería
y pan podrido,
soy el asfalto,
soy Girondo,
soy una Chevrolet.
Soy Rogelio Heraud
estirando la joroba
en una ciudad sin causa.
Soy la mano que levanta la pimpina,
la boca que chupa mangueras,
la lengua que escupe cobre
y ojos pichos del llano.
Soy una noche,
un vaso maligno,
una torre toda de mentira,
sobre mí desfilan los niños,
los padres observan con recelo
la pulcritud de cada paso perdido,
escaleras caídas,
pies en falso hacen de mí un nuevo día;
sobre mí las bicicletas,
promesas de hollín,
orejas sucias.
Soy el hombre que desafía su cobardía
y pierde,
quien jamás aplaude la mano dadivosa,
quien toca la esponja con furor.
No me confundan,
soy Javier,
Pablo,
Emira,
Wallace,
Plath,
Barroeta.
Una sombra de tinta.


ROGELIO AGUIRRE (San Cristóbal, Venezuela, 1997). Culminó sus estudios de Derecho en la Universidad Católica del Táchira. Es autor de La Catorce (2020, La Casa Andrógina), así como de algunos textos publicados en las revistas Arquitrave, Insilio, POESIA (UC), LP5. Ha sido incluido en las antologías Amanecimos sobre la palabra (2017) y II antología de poesía joven Rafael Cadenas (2018). Fue ganador del I Certamen de Literatura Regional “Iniciantes del Camino”, también obtuvo el primer lugar en el II Concurso de Poesía Joven Hugo Fernández Oviol y finalista en el II Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas.


 

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