
SOBRE PÁJAROS, ÁRBOLES Y SOMBRAS
En un festival de poesía
de cuyo nombre no quiero acordarme
le mencionaba a Balam Rodrigo
que desde el siglo de las colonias
la poesía está infestada de pájaros, árboles y sombras.
– ¿Cómo no cantarles a los pájaros?, me dijo.
Sobre los pájaros escribió Prévert que
Para hacer el retrato de un pájaro
primero debe pintarse la jaula con la puerta abierta
y segundo esconderse a la sombra de un árbol
hasta que llegue el pájaro;
lo tercero ya no lo recuerdo
pero sí recuerdo que hablaba
sobre la arquitectura del árbol
o de todos los árboles juntos,
o del viejo sicomoro donde Ann Sexton
recogía el tiempo antes de la asfixia,
o quizá en ese poema se leía que Novalis
pedía a gritos reencarnar en algún pájaro
para volar dentro de sí mismo.
¿Qué decir entonces
sobre los odiados espantapájaros?
Ya lo advertía el ornitólogo José Manuel Arango
En ellos se esconde la muerte
mientras el viajero se calza para el camino.
Árboles, pájaros, sombras.
Hablando de caminantes,
el maestro chino Hsu Ning, de la dinastía Peng,
transcribió en un pergamino perdido
en las murallas que
Ese árbol seco, sin hojas, nos ha visto envejecer.
Más sabio fue el poeta español Rafael Alberti
que vivió tanto como una secoya californiana
y trabajó un tiempo como aserrador
en el Puerto de Santa María,
cuando, al talar un árbol, confesaba
Como un niño, le he desenterrado de su cuna,
rotas las dulces piernas.
Cada noche vendré a cerrarle los ojos.
Mejor, digo yo, es cerrarle los ojos a Cósimo
en la novela “El barón rampante”
de Italo Calvino,
porque el pobre Cósimo
suele aún quedarse dormido
en los árboles de esas páginas
y no desciende de ellos porque
Abajo hay animales raros, como ratas de campo
y hombres.
Mejor, digo yo,
es escuchar las canciones húngaras
donde tiemblan los espinos solitarios.
Sombras, árboles, pájaros.
No hay poeta que no haya escrito
sobre la sombra.
Humberto Ak’abal decía que
Es una noche pequeña;
la austriaca Bachmann que
Es el agua en tierra extraña
y dentro de un agua extraña su sombra,
es decir, una sombra en una sombra;
lo único que quería tener en los bolsillos
Alda Merini
era el sonido de la sombra;
Musset decía de la sombra que
Solo existe por la luz;
sin embargo Jun’ichirō Tanizaki
es el dios de los escritores a la sombra
y de su elogio podríamos hablar
otro siglo de las luces
o un siglo más de las colonias
sin detenernos a pensar en su reflejo.
En un festival de poesía
de cuyo nombre no quiero acordarme
escribí el último pájaro,
el último árbol,
la última sombra.
ARDILLA ROJA
A Laura Pardo
Era tu cabeza la pequeña cabeza de una ardilla roja.
Mirabas con asombro a este torpe animal
buscando, sin saberlo, un rompeolas
en dónde columpiar la inocencia.
Ahora que ya no estoy contigo
y las olas se rompen en la piedad,
en su dique amenazado,
te pido que recuestes tu pequeña cabeza
de ardilla roja
y suéñame, una vez más,
si es que acaso me recuerdas.
Cuando cruces la calle tomada de la mano
de algún desconocido
aprende que esa mano va a llevarte a la guerra
donde no es posible regresar a salvo.
Aquí está el puerto que no descubrimos,
la luna que no dibujamos,
el abrazo perdido y amputado.
Mírame en el sueño, con asombro,
una vez más
si es que acaso me recuerdas
y escucha de la piedra su rumor sediento
cuando golpea nuestro abandono:
el más hermoso lugar está en este amor.
TARROS DE LECHE
A Sergio Pardo
Recuerda la saliva de un jardín negro
que resuena en una hoja de parra.
Recuérdalo,
y si no lo recuerdas,
he de decirlo nuevamente,
repetirlo con las sílabas adentro:
no conseguía empleo siquiera de vendedor ambulante
o de torpe camarero
en el bodegón de la eternidad.
Sergio lloraba de hambre y supe entonces
que este hijo era cierto,
que los treintaitres tarros de leche estaban vacíos.
Tuve que venderlos para comprar otro tarro de leche,
es decir, la leche que retorna al almacén de la infamia
y su tarro florecido.
Quería ofrecerle los pancakes de Plath
o el ramen de Mishima
o el durazno en potaje de Doña Gertrudis,
la contrabandista, la vecina,
pero solo alcanzó para un tarro de leche
que duraría unos días,
quizá una semana más,
unas horas más.
Recuerda la saliva del jardín negro
que hunde su nariz
en la amenaza quemada
de quien muere y se retira.
ORUGA
La hoja
del matarratón:
péndulo donde anida,
amarga,
después del eclipse
la
o
r
u
g
a
RETRATO DEL OLVIDADO
Si volviera el agua a martillar las aceras,
traería consigo los recuerdos de mi padre.
Su mano a orillas de mi mano
halándome con fuerza,
con cierto temor de que su hijo
mojara su pasado.
Sin embargo tanto esfuerzo,
una espléndida derrota.
Empapado todo,
yo entreveía
a ese hombre huir de la lluvia,
el rostro lacerado
goteando
ese silencio imperturbable.
Si volviera a caer
a manera de prodigiosa lluvia,
el agua,
traería consigo un largo adiós,
adiós,
aquí termina todo.
Adiós al recuerdo que perdura,
adiós a la orilla de su mano.
EL AHORCADO
Ya ves: oculto entre sombreros de paja
que han volado hacia la resurrección
de los muertos,
contraído como un niño sin el pezón de Dios,
seco,
prisionero en el comercio de la pérdida,
abatido en la inmolación creada
por la ceniza y el fuego,
tridente de granero, baúl de lo rotundo,
oscura honda que a fuerza de extenderse
fractura la soledad de las piedras,
repudiado en el yunque donde se arquea
la domesticación de la bestia,
invisible
con sus múltiples ruidos escuchándose
en el maullido de los gatos
se encuentra, colgado en su patíbulo,
el amor.
AMÍLKAR ESPITIA, EL HERRERO
Labrar el hierro
es mirar con dureza las estaciones.
He levantado con lingotes sólidos
la viga que soporta el campanario de Catalpa.
Forjo en el yunque de la misericordia
las herraduras de caballos tristes
en cuyo lomo cabalgan el fuego,
la nostalgia, los pétalos del amor.
El fuego es un metal pesado
que construye señales en la clandestinidad.
La nostalgia
es la niña muerta del recuerdo.
Los pétalos del amor
son las semillas perdidas
en el pico de un colibrí.
Labrar el hierro
es cargar un martillo en el hombro
y mirar con dureza la luz
apolillándose a sí misma.
HELLMAN PARDO Bogotá, 1978. Graduado de Ingeniería y matemáticas en 2002. Ejerció su carrera por siete años. Premio Nacional de cuento corto de la revista SOHO en 2009. Entre sus premios nacionales de poesía se encuentran: Eduardo Carranza en 2010; Casa Silva en 2011 y el Premio del Festival Internacional de Poesía de Medellín en 2014. En 2011 el Ministerio de Cultura le concede la Beca a la Circulación Internacional de Creadores en New York. Ha publicado La tentación Inconclusa (Común Presencia Editores, 2008); Anatomía de la soledad (Gamar Editores, 2013); El falso llanto del granizo (El Ángel Editor, 2014); Los días derrotados (Cuadernos negros, 2016), Reino de Peregrinaciones (Gobernación de Norte de Santander, 2018), y de la novela Lecciones de violín para sonámbulas (Uniediciones, 2018). Miembro fundador de la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida. En 2018 recibe el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lámus por su libro Reino de peregrinaciones. Actualmente es Artista Formador del Instituto Distrital de la Artes, Idartes, en Bogotá.