
A – E l e n a
Antes del nacimiento de Elena, mi madre era un manantial lácteo.
Cogía sus senos como racimos de uvas.
Sus pezones, cual dátiles, vertían dulzura hierática.
Cuando nació Elena me obligaron a convidar. Ella lactaba del lado derecho y yo del lado más pródigo y generoso. Sorbía parsimonioso como relámpago recién nacido.
Cierto día mamá al ver a Elena esmirriada, resolvió agraviar a su seno izquierdo.
Lo untó con ají.
Tenía cinco años cuando conocí la tragedia.
Oqolla
Mi madre es una brizna.
Atiza el sol con la brasa de sus alveolos.
Abre a dentelladas el alba.
Sus ojos
bifurcan la pulpa de la niebla.
Amarra sus faldas con el arco iris a su cintura centenaria.
Sentada en la colina urde un wayno;
Maypitaq kanki churillay,
Karunchaynikin sunquyta kanin
Ninapa laqin churiy
Urqukunapi killichu.
Su regazo;
Cueva mamífera
fogata atizada por el relámpago
Añora;
El cardumen de murmullos de sus wawas
Urankancha
A mi abuelo Santos Morales in memoriam.
*
Hervían ccocha yuyus en tus ríos y a las piedras de tus arroyos le crecieron alas.
El ayrampu orillaba tus párpados y los venados dormitaban en el bramido del wayra.
El rojo polvo de tu cuerpo fue sacudido por nómadas, cuyos pies gregarios arribaron a tus caderas, en busca de puka kachi.
El color ocre de tus mejillas, sedimentaron sus miradas. Los wamanchas y lagartijas lo nombraron “tribu de los pukas”.
Las primeras mujeres se alimentaron del lácteo de las estrellas. Podaron el relámpago y lo plantaron, regaban con leche de sus senos, hasta que brotaron hojas, le crecieron ramas y echaron flores y frutos. He ahí el germen de la agricultura.
El clan de los pukas recolectores de granos de garúa y cazadores de destellos fueron colonizadas por los bravos Chankas.
Los mozalbetes aprendieron afilar sus salivas y fueron reclutados al ejército. Las niñas se alimentaban del polen de las lluvias y capullos de sol, para cuando grandes engendraran guerreros capaces de tumbar al propio rayo.
La etnia bravía cierto día después del arco iris, fue deslumbrada por el propio Pachacutec; las orlas doradas de su manto acariciaron el color bermejo de sus entrañas.
El Inka con su lengua de emperador, oteando la bella planicie la nombró; Urankancha y las brevas de su corazón fueron cosechadas por el jerarca.
**
La soledad cruje en tus huesos Urankancha. Les brotaron plumas a tus hijos, aprendieron a volar y se fueron en parvadas.
En la lengua del sol han construido sus nidos de ladrillos y fierros.
En tus casas vetustas pero solariegas, un cardumen de murmullos aúlla.
En tus patios se escucharon las risas de tus wawas, el gorjeo del arpa, ahora, el viento y el polvo conversan como un par de forasteros.
Tus paredes de adobe roídas por la ventisca, son esqueletos llorando la ausencia de las manos que la edificaron.
La soledad maúlla en tus entrañas Urankancha.
Tus niños de primaria no son más que ocho pichones.
Una vez al año se acuerdan de la “fiesta patronal”.
La francachela arde furiosa.
Llegan de Huamanga, Lima, Ica, bailan, se embriagan, contaminan tu cuerpo a escupitajos.
Luego se van como hijos pródigos.
Pero tú decúbito dorsal, vas agonizando, con tunales crecidos en tus párpados y cabullas
Tus ríos Upayu y Allpachaka te hablan todo el año como dos enamorados acuciosos.
La subida de Aviopata, guarda celosa cada despedida, por donde aún veo a mi abuelo Santos arrear su yunta de toros, con el arado en el hombro y voltea a mirarme para reconocerse.
Sumida en tu soledad, escuchas el tañer melancólico de tu campana, que anuncia que te queda un hijo menos de los que te amaron.
Monoral del Camino
A Vladimir Vila Vargas
Cuando faltan piedras a las palabras, rayo a tu aliento; tu orfandad se desgrana en migajas y pones tus pies en mi pecho de reptil.
Vivo centurias por esta parte del orbe. Hechura de tus ancestros; forjaron mi cuerpo empedrado y polvoriento como a un garabato hecho por un niño zurdo.
He acariciado los pies de tus tatarabuelos y ellos han besado el polvo de mi cuerpo. Se sentaban en mis orillas a saciar sueños apetecibles o a merendar fiambres de tunas escarlatas.
Los cascos de sus mulas retumbaban en mis costillas. Te he visto aún pequeño, con pantalón remendado y zapatos de jebe, limpiándote los mocos como quien quita un lunar que lo afea.
Jalabas la mula y al burro pardo, esos que tenían unos ojos que relucían en el charco de la madrugada.
Corrías apresurado detrás de tu padre. Hurgué tu miedo, tu agitación de viento; otras veces, te prendías a la falda de tu madre como queriéndote bordar en sus cicatrices.
Y ahora vienes de vez en vez, cuando le faltan granizos al poema.
Niño agrario
Desde mi saliva un niño germina. Se va trotando hacia la pradera de la reminiscencia. Explora anémonas en orillas de bostezos. Se cuelga relámpagos de talismán en el cuello.
Niño de limo y amapola, te haces vigoroso como la yunta de toros. Surcas el fuego para sembrar cogollos de asombro. Has comprendido que la tierra es nodriza; brinda papa fresca y lácteos, ofrece el milagro de otear abejas hacerse nieve dorada.
Dime tú, niño agrario, ¿quieres emigrar a la ciudad y andar de ambulante, quebrarte la osamenta en los fundos, escaldar las posaderas en las oficinas o buscar justica en los juzgados?
Desde mi saliva un niño germina.
Santos Morales Aroní. Ayacucho – Perú. Abogado por la U.N San Luis Gonzaga de Ica, con maestría en la U.N. Mayor de San Marcos. Ha publicado Flor de Lluvia (poesía) en 2015, Bajo la Lluvia (cuentos) en 2019 y Urankancha (poesía) en 2022. Forma parte de la Antología de la Poesía Iqueña “Poetas en la Arena”, 2017 y también de la Antología sobre la Narrativa corta de Ayacucho “Ripunti Para” 2021. Ha participado en diversos festivales de poesía. Sus poemas han sido publicados en México. Es miembro del Círculo de Poesía ARAWIY, fundada en el año 2010, y coeditor de la Editorial Ícata. Los poemas que aquí se presentan forman parte del poemario Urankancha.