TODOS HAN MUERTO | JOSÉ “PEPE” BARROETA


TODOS HAN MUERTO

Todos han muerto.
La última vez que visité el pueblo
Eglé me consolaba
y estaba segura, como yo,
de que habían muerto todos.
Me acostumbré a la idea de saberlos callados
bajo la tierra.

Al comienzo me pareció duro entender
que mi abuela no trae canastos de higo
y se aburre debajo del mármol.

En el invierno
me tocaba visitar con los demás muchachos
el bosque ruinoso,
sacar pequeños peces del río
y tomar, escuchando, un buen trago.

No recuerdo con exactitud
cuándo empezaron a morir.
Asistía a las ceremonias y me gustaba
colocar flores en la tierra recién removida.

Todos han muerto.
La última vez que visité el pueblo
Eglé me esperaba
dijo que tenía ojeras de abandonado
y le sonreí con la beatitud de quien asiste
a un pueblo donde la muerte va llevándose todo.

Hace ya mucho tiempo que no voy al poblado.
No sé si Eglé siguió la tradición de morir
o aún espera.


ALUCINACIÓN

Ni siquiera he pensado en derribar a Junio.
Hay una sonrisa
que trae de la noche una canción.
Todo tan triste
un viejo barco que se lanza al mar
un sable frío en la cabeza de la lluvia
una sola mancha en el paisaje de invierno.
Un desprendimiento,
yo y mi niña de cuatro noches
asombrados por el vaho de la sidra
asustaditos tras una vasija de vinagre.
Dos corazones que caen bajo el granizo de la noche
y nada más.
Cuatro pies marchando en las boca-calles.


ELEGÍA

Mientras haya muerte viviré cantando,
errando en una onda de música desesperada. En los inviernos,
en cualquier estación, son muchos los que han muerto por mí.

Siempre deseo dejar la vida sin amargura,
dejarla como yo la he visto. La esperanza que me da la noche,
quizá la obsesión de estar muerto, han impedido que me sepulte,
que vuele sobre el hilo de mi alma solar.

Me gustaría vestirme con el color de la muerte,
llevar en mí la rigurosa fantasía. Querer a una mujer pálida que tenga
las alas como nunca.

Mi deseo no es huir de la vida sino fijarla en lo que
arrebata. Esta luz de hoy nada cubre y sólo el sueño del cadáver invita a viajar.

Yo vivo sigiloso
esperando que se abra la tierra para cubrirla con mi melancolía
Mi melancolía debe ser mi cuerpo muerto con sus ojos verdes
cerrados.
Mi melancolía es culpa de los muertos
y de sus grandes magias. Padres míos, magos que vinieron y
se
esfumaron. Que vagan como relámpagos de polvo debajo
de la tierra.


ARTE DE ANOCHECER

Hay un arte de anochecer.
De la entrada del cuerpo al alma,
de la niebla a la redondez
y del círculo al cielo;
hay un arte de luz,
un campo donde anochecer
es mirar la vida
con el cuerpo cerrado.
Hay un arte de anochecer,
un descenso en la entrada del día
a la completa oscuridad.
Un intermedio donde es necesario
recibir y saber todo sin estremecimiento.
Hay un arte,
un paisaje a veces amable,
a veces torvo,
donde ascenso y descenso son accesorios
de la materia limpia.
Hay un arte de anochecer.
Quien haya vivido o soñado con bosques,
luces y demonios,
lo sabe.


José Barroeta (Pampanito, Estado Trujillo 1942-2006), conocido como Pepe Barroeta, fue un ensayista y poeta venezolano. Graduado como Abogado y Doctor en Literatura Iberoamericana, se desempeñó como profesor del área de Literatura Hipanoamericana y Venezolana en la Escuela de Letras de la Universidad de Los Andes. Figura destacada en la creación literaria venezolana, participó como miembro de los grupos literarios “Tabla Redonda”, “En Haa”, “Tropico Uno”, “La Pandilla Lautréamont”, “Sol cuello cortado” entre otras. Todos han muerto (1971), en España reeditado por Candaya (2006). Cartas a la extraña (1972). Arte de anochecer (1975). Fuerza del día (1985). Culpas de juglar (1996). Elegías y olvidos (2006). Mas sobre el autor en: https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Barroeta


 

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