
Esa manera de empezar a morir
Me despido de los amigos silenciosos
a los que sólo les importa saber
dónde se puede beber algo de vino
Jorge Teillier
Cuando con suavidad te dé en el rostro la luz que entra por la ventana, y no sientas el fresco baño del bálsamo. Cuando un niño veas jugar con una pelota, o montado en bicicleta y no te recuerde, ni te diga nada. Cuando sepa a farsas el abrazo del amigo, el beso en la frente del padre o la caricia que ofrenda la amada. Cuando no sientas deseos de tener alas, una pistola o un bosque de pájaros para compartir su música con el mundo. Cuando no puedas olfatear a lo lejos la lluvia que con ínfulas de sinfónica se acerca. Cuando la luna de mayo no te reconozca. Cuando no respondas al saludo de las estrellas en lo alto. Cuando sientas que tus vecinos dejaron de ser tus hermanos y el enemigo a casa llegue en paz. Cuando al bailar no puedas hacer los giros que te hacían la estrella de la fiesta. Cuando ir con un hijo no cure los males que el galeno no encuentra. Cuando la música no traiga la medicina prometida. Cuando eso acontezca, has la maleta que llevarás al mundo paralelo. No te entretengas buscando el lugar donde empezaste a morir, piensa, cuánto olvidaste por los afanes e intenta recuperarlo, de lo contrario, estarás dejando tu equipaje más preciado y nadie podrá garantizar que tuya será la suerte, en la travesía.
Eleonora Fagan o Billie Holiday
¿Qué es la vida Eleonora? Dilo sin que las aguas que dejan de manifiesta la tristeza profunda, rueden mejilla abajo. Ya sé que a los once años un tinieblo, pasó de mala manera por tu cuerpo, las llamas que hacen de la hoguera, una pasión. A los doce, usaste la chequera que Dios te puso entre las piernas, para tener pan, leche y un sitio decente donde dormir. En algún instante te darías un poco de aire fresco y tendrías algo parecido a la gloria. Esa que implorabas a un cielo que insistía en poner sal, en el lugar, donde pondrías el próximo paso. Eleonora Fagan Gough, viniste al mundo en un hospital, donde tu madre debió lavar pisos y baños para pagar tu derecho a nacer.
Tú fe en el señor volvía cuando rezabas para deshacerte de Eleonora—No te gustaba el aroma de esa chica—Cualquier día la empujaste de la azotea de un rascacielos y despertaste nadie sabe de qué sueño a Billie, Billie Holiday. En ese momento un esplendor abrió sus alas y Armstrong dejó en tu garganta el sonido de su trompeta. Lograste sin que cuenta se diera sacar del bolsillo de la camisa de Bessie, un sol que dio brillo a tu valentía. Entonces Ella FitzGerald te adoró de rodillas, cubrió tu aureola al mismo Sinatra y vino de manera tranquila: New York, New York. Nada para hacer Billie, cuando trajiste a tu nueva vida la maleta donde dormían las desgracias de Eleonora, la abriste alguna vez para contemplar melancolías y no pudiste volver a cerrarla.
Uriel Cassiani Pérez
Este nombre que llevo como un animal que recibió una herida que amenaza con dejarlo sin vida, no es mío. Este nombre que sabe a un raro pan que otros insaciablemente muerden, algo en mí lo desconoce. Ese nombre es un extraño que va por la vida conmigo. Es una bofetada constante, un escupitajo apaciguado, blanco como el cura que lo confirmó en la pila bautismal. Este nombre agrede a mis primeros padres. Este nombre occidental que cuando quiero repudiarlo me muestra sus colmillos, como los colmillos de los perros que azuzaban a los ancestros, cuando huían del lugar donde les hacían añicos la vida. Este nombre que repito en otro y no comprendo porque cuando lo pronuncio, brota como de una tierra nueva hojas de romero, girasoles, anamú, astromelias, verbena, eucaliptos gardenias.
Garras de leopardo
He apaciguado el leopardo que vive en mí para morar entre los hombres, para estrecharles la mano sin que los hieran mis garras. He usado las oscuras oraciones de mi padre para que el animal crea que es un perro. A veces escucho al leopardo limar en los bajos de mi corazón sus garras. Lanza un corto rugido y se echa a lo largo del pecho. Un perro al que cualquiera se creyó con derecho a echar lejos, a patear de mala manera. Temo que un día recuerde sus días de fiera desatada y salga a devorar sin contar con la piedad a todo aquel que, de alguna manera, me hizo daño.
La sacerdotisa habla desde las nubes
A las jóvenes “brujas” del Palenque de Antonio Cervantes,
por resistir.
A Luz Adriana Maya Restrepo, por defenderlas.
Si apaga las seis velas y sigue regando sal a la entrada de casa. Si no suelta las esquinas del pañuelo, y vuelve a clavar agujas tras la puerta que lleva a la calle. Hallaré con dificultad el camino de regreso. Tal vez el tiempo para hallarlo resulte infinito, y el hombre que duerme a mi lado descubrirá mi secreto y poderoso oficio, al despertar, y no hallarme desnuda en la cama como de costumbre. Siento ya en mi cuerpo el frío de la pasión perdida, el cielo como un espejo con relámpagos sobre mí se adviene. El río sin cauce anda.
Guiado por el olor que escapa de mis prendas íntimas, llegará bajo el campano. Tomará las prendas en sus manos, las olfateará regocijándose con el aroma a guama nueva. ¡Dudará de mi amor! Ay de la perra que apagó las seis velas, que regó sal a la entrada de casa y clavó agujas tras la puerta, que invirtió mi escoba y rezó para extraviarme en el vuelo. ¡Ay de ella! Mis cuchillas hallarán su corazón dónde se esconda.
Un chico raptado por una mohana
A Antonio Miranda raptado por la mohana a los 10 años
Desde hace dos siglos este niño vive entre nosotros, su mirada se aternezó como la nuestra, la dulzura de su corazón creció como la nuestra, ahora su voz es dulce como la de un azulejo. Sólo se perturba en los meses de lluvias, cuando la neblina se apodera de todo horizonte. Padre comprendía que deseaba ir a ver a los suyos. Lo dejaba ir dos veces por años, y él los miraba con esos ojos tan dulces desde lejos: la madre velando por la salud de la casa, los hermanos menores hechos hombres por la rudeza de los años, el padre envejeciendo tal vez con su recuerdo de niño en la memoria. Volvía a nosotros renovado.
El tiempo apuró sus caballos, los desenfrenó hasta el cansancio y apareció otra era con cuchillos en las manos. Regresa la temporada de lluvias y el chico vuelve a su primera casa a contemplar recuerdos, después de un siglo no volvió a encontrar a su parentela en los parajes de la primera crianza; sin embargo, dos veces al año regresa al mismo lugar. Padre lo deja ir a contemplar recuerdos. Mira con esos ojos tan dulces el lugar donde a pedazos, cayó su casa.
El sonido de lo necesario
Debemos hablar del rastro donde el destino acomoda los pasos,
de la llama que nos vive,
y el silencio que aprendimos a escuchar tarde.
De la voz que confirma:
“Existe el tiempo para demostrar que somos relámpagos” seriamente fugaces.
De la voz que ahora es grito.
De Parker, que ejerció con devoción desde el leño de la ciencia,
su oficio de cenzontle, azulejo y petirrojo.
De la eternidad que reclama el hueso, y el ciruelo que conoce el reposo que trajo el día.
De Obeso, Ártel y Guillén que respiran bajo la tierra.
De las lluvias que aún no caen.
Del camino que pregunta por sus primeros viajeros, de mi huella y tu pie,
del hombre que empieza la vida con cicatrices ajenas,
y el imperio que con calma se disuelve.
De los rubíes que nos tocan, y esperamos como se espera, un milagro irrepetible,
de las palmeras que nuestro suelo nutre con sal,
de Pelé, Maradona y Di Stefano, que fabricaban joyas.
De la noche, efímera muestra del infierno,
de Pizarnik, Raúl y Baudelaire, entregados desde sus exactos principios,
al sopor y la agonía. De Bopol, Makeba, Dibala y Fela Kutty,
volviéndonos con palabras cantadas al eterno principio.
De la madera con que Crusoe construyó la balsa para llegar a nuestras manos.
Del metal que humillado fue becerro, del lumbalú,
del hombre que recibió semen de perro,
y ese otro que a paso decidido abandona toda embriaguez,
del anciano padre, de Pizarro León Gómez y ese agujero conmovido a la altura de la frente, de Antonio Cervantes regresando al juicio.
De la contradicción, esperanza y avaricia puesta en cada individuo.
Para descifrar lo elevado:
Es justo observar el mar y hablar de tantas cosas, que jamás llegarán a nuestras manos.
También es mi caso
A Mario Teherán
que conoce estas aguas
y de ellas ha bebido.
Esta noche he descubierto la gloria,
tesoros perdidos en los colores del alcohol.
Mi rostro posa una sonrisa gratuita, ya ebrio, toda sobra:
Los amigos ilustres, el dinero imaginario.
Vino a amarme la Luna.
Hablo con elegancia de las líneas que encumbrarán a Marx.
Y juro haber creado la pócima para recomponer el tejido humano.
En elevado acto, he regalado a una muchacha de lenguaje vulgar:
Las dos terceras partes del cielo,
un día de apetitos saciados en Ciudad de Piedra:
Mañana al despertar, la realidad vuelve para mostrarme,
que la miseria es mi riqueza única.
Pero volverá la noche.
Demasiado polvo
A Ricardo Pérez Reyes.
Las manos, los ojos, el corazón.
Crecieron nuestras sombras
o las generosas puertas de casa
se hicieron pequeñas…
El viento golpea con cautela
como alguien que inseguro regresa.
Perdieron las paredes su virtud de lienzo,
allí, una maleta esperando un viajero,
un almanaque sin fechas,
una línea sobrevive:
Recordarás a Epifania.
El lugar del patio que congregaba a la familia
no soportó el peso de hermanos repartidos,
de árboles sin sombras en los bordes.
Regreso a reunir los huesos nuestros,
a sacudir la memoria de perfectos momentos.
Descubro en los rincones las muñecas de las hermanas:
parecen abrirme los brazos.
Dudo que alcance la claridad del Universo
para volver a hacer la luz en estas habitaciones
donde sobraba cielo.
¿En qué momento el rumor del arroyo
desapareció de nuestras gargantas?
Demasiado polvo para limpiarlo todo, con un viento
iniciado en los pulmones.
Queda un recipiente de arcilla
donde bebíamos aguas despiertas,
unas voces que vuelven reclamando a sus dueños.
¿Será ésta la victoria de la noche?
¿El estado real de la muerte?
Camino de girasoles
Regresaron los muertos,
con noticias.
Con razones de la luz.
Cada uno de ellos, una rosa en sosiego.
Una estrella naciendo.
Escucho su hondo descanso
como una música nueva que cae.
Sorprendo rostros conocidos.
Descubro un camino de girasoles
marcado de la sala hasta el patio.
Regalaré mis libros…
La cama de lienzo,
el guardapaño,
las sonrisas sencillas,
los saludos más sublimes.
Porque antes de la próxima luna llena
marcharé, en la fila con ellos.
Uriel Cassiani
Poeta y escritor. Columnista de las revistas Panorama Cultural de Valledupar y El Comején de Madrid España. Director ejecutivo de la Corporación Socio Cultural de Afrodescendientes Ataole. Nació en el Palenque de San Basilio, poblado considerado el primer pueblo libre de América. Gestor cultural y defensor de derechos humanos.
Uriel Cassiani ha sido Invitado al Festival Internacional de poesía de Cartagena de Indias. A la cumbre de países suramericanos y africanos Asa (Caracas 2009). A la Feria internacional del Libro (Bogotá 2011) A la Cumbre de colombianistas (Bucaramanga 2011). A la Feria del libro (Bucaramanga 2012) A Poetas Bajo Palabra (Barranquilla 2012). Al Festival del Fuego (Santiago de Cuba 2017). Al primer simposio de escritores Afrolatinoamericanos (Cartagena 2018). Al primer encuentro de poéticas Bilingües en Santiago de Chile (Chile 2019).
Antologado en los libros: Rostro de Mar 60 poetas del caribe colombiano (México). En la Colección un libro por Centavos de la Universidad Externado de Colombia. Textos de su autoría han sido publicados en los periódicos Universal de Cartagena, Revista Alba de Alemania, Alhucema de España. En la revista Pro Libris de la Biblioteca Municipal de Zielona Góra en Polonia. En la revista Azharania y el Comején de España. Su libro Ceremonias para criaturas de agua dulce, acaba de ser traducido al polaco por la traductora Bárbara Stawicka Pírecka. En el año 2010 vio la luz de la publicación con Ediciones Pluma de Mompox sus libros: Ceremonias para criaturas de agua dulce (Prosa poética). En 2011 el poemario: Alguna vez fuimos árboles o pájaros o sombras (Poesía). En 2019 la novela Música para bandidos. Tiene inéditos libros de poesía, cuentos y novelas