NÁUFRAGOS DEL SILENCIO | VÍCTOR RIVERA


La modernidad indaga en el rugido de las cosas, esa espiral, donde se transforma todo lo conocido a razón del vértigo. En ella descubrimos el mundo que se actualiza desde lo habitual hasta lo más secreto y profundo del ser humano y, sin comprender cómo, nos arroja al centro que se devora a sí mismo en la fugacidad de un pestañeo.

Cuán insólito nos resulta detener la mirada en el último vuelo del relámpago que estremece el cosmos como si aquello nos fuese a incinerar para siempre. Por eso, resulta profundamente conmovedor e intrigante descubrir que algunos se han propuesto a explorar poéticamente el misterio y la inmortalidad de la imagen. Así es la poesía del escritor colombiano Víctor Rivera, una mirada que intenta atrapar la presencia y sostenerla hasta el final de los tiempos gracias al asombro. Allí nos fundimos en una larga bocanada contenida en la palabra, en el desprendimiento:

La montaña es una isla que emerge
y flota en la noche de la vigilia
como un cirio encendido.

La montaña es isla que emerge para revelar la luz, gota que se precipita hacia arriba como un abismo inverso. Allí ocurre lo simple, un modo de acceder a la unidad abstracta del ser, y lo que le rodea, desde la desnudez. El poeta nos acerca al murmullo que roza su silueta y devela el origen de lo perdido en el nexo entre mundos visibles e invisibles —lo que apenas se presiente—, como medio de exploración filosófica. Dejarse fascinar, es dejarse permear por el silencio, por el vacío.

Este compendio de poemas, de El sueño de la montaña (2022), nos refugia en la expresión lírica de sujetos poéticos que relacionan su presencia con el ser-estar universal y con la sed como peregrinación. Allí ocurre la trascendencia, la sacralidad del pensar y su vínculo con el lenguaje. Cada verso exhala ingravidez en lo casi etéreo, en los pasos que se internan en la niebla y en el carácter que, siendo inmenso cuerpo de la realidad, respira la sustancia de la penumbra como tributo del ascenso en el nocturno camino hacia lo hondo.


EL SUEÑO DE LA MONTAÑA

Media montaña es verde, y la otra mitad
inconmensurable, y esa roca
se vuelve aire tranquilo.
WALLACE STEVENS

 

XI

En este punto dudamos del cuerpo,
de la tierra que pisamos y el desnivel que respira
como un largo animal tendido.

Todo termina por bajar a la llanura
lavado por interminables lluvias.
Nuestro corazón, es un cajón de cartas mojadas.

Para reconocer la disolución,
basta el chasquido de un pájaro,
la sensación de que algo nos aguarda.

Pende de un hilo la voz humana,
casi borrada, es más árbol,
pájaro, peñasco que otra cosa.


XII

No nos engañemos,
en ese humedal de barro y algas,
el agua es más pura en el mundo,

allí donde el retamo espinoso
esconde el secreto de difíciles pájaros:
aunque poco llamativos,

el tiempo ha hecho que de la oscura garganta
nazca un canto capaz de cubrir la hondonada,
sobre pastos y rocas.

De alguna manera,
aquel que pasa por la soledad del páramo
se ve atraído por aquella presencia,

y por un momento reconoce
que ese canto y ese pájaro,
es como el oscuro corazón humano:

si a cielo abierto transcurriera,
podría cubrir la vastedad
con un inesperado batir.


XV

En la alta noche el campamento
es una pequeña barca
flotando en el agua de la tierra.

Velada en la tiniebla
la cumbre ruge con el hielo quebradizo
emitiendo un leve temblor

de ola brava y agua dulce.
Es sutil este flotar sobre el mundo
glacial de las lagunas quietas.

Apenas ondea la tenue luz,
apenas se escucha la respiración de los que sueñan
con pasar el collado y coronar la cumbre.

La montaña es una isla que emerge
y flota en la noche de la vigilia
como un cirio encendido.


XVI

A la noche de la montaña
llega toda la noche de la tierra
como si el mundo entero estuviera en vigilia.

Han subido los hijos y las madres
que alguna vez cantaron
la canción de la primera montaña.

En sus pupilas cava la noche
el sueño de las horas hondas,
el ascenso imaginado.

Sin piel, sin abrigo, el cuerpo
pierde los límites de la altura
cada vez más adentro.

Náufragos del silencio nocturno,
los caminantes avanzan por la fisura
donde todo se reúne en su vacío.
No hay otra manera de habitar la montaña:
entregarse al polvo del camino,
ser una porción de espacio ilimitado.


XX

A nadie dejamos nuestras huellas
por el surco de agua y niebla.
Al contrario, fuimos nosotros

siguiendo un camino de liebres
entre los pastos del páramo.
Nadie supo que entrabamos

a las hondonadas de silencio,
a la casa del cardo florecido,
al extravío de nosotros mismos.

Gotas del páramo, lágrimas del muérdago,
nuestros cuerpos que bajaban
por surcos de barro sin tiempo.

Huellas sobre huellas que se borraban
como la piel derretida de los farallones,
nuestro pasado perdido en la llanura

de los campos de humana lejanía,
donde el sueño habita la montaña
y no somos, sino prolongación de la noche.


XXII

Para ser en el agua
las manos tantean el aire
hasta dar con la onda.

A la sed de la boca llevan
la imagen temblorosa de la montaña,
sus valles reflejados, su cielo.

Para aliviar el peso de la marcha
las manos hacen un refugio junto al agua
en esa playa de arena y polvo de azufre.

El agua reposa entre montañas
en un pequeño valle formado por glaciares.
El cuerpo vacío de pensamientos

se tiende en la orilla una vez calmada la sed.
Horada su vacío en el vacío del agua,
cava su levedad en su pozo de aire.

De El sueño de la montaña, 2022


VÍCTOR RIVERA (Colombia). Músico de la Universidad del Cauca, Magíster en Literatura de la Universidad Javeriana. En el 2011 publica con la editorial Gamar su libro La Montaña sumergida. Obtuvo el Premio Internacional de Poesía Editorial Praxis 2016 por su poemario Libro del origen. En el 2019 publicó Desmesura con la editorial El Taller Blanco. En el 2021 obtuvo el VI Premio Hispanoamericano de Poesía de San Salvador con el libro En el oído azul de la espesura, y el mismo año ganó el XII Concurso Nacional del Poesía UIS, con su libro El sueño de la montaña.


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