
ABUELA
Cuando se cansaba de atizar el fogón en ese cuartucho de barro,
caminaba la sabana para irse a buscar onoto.
Yo quería seguirla a esos lugares solos, donde había parido a mi padre.
Conversaba con ella y le ayudaba a pilar el arroz,
sin conseguir que me invitara.
Caminaba lejos con un palo de madera
y el caparazón de tortuga en la cabeza.
Un día le dije: Usted me crio Petra, para ser una muchacha fuerte
como los cerros de esta tierra.
Se levantaba y hacía un carato de seje,
que olía como sus largos cabellos.
No dejó que la viera más en sus caminos.
Yo era su nieta
y se fue un día
convirtiéndose en luz de los cocuyos.
RECORRIDO
Caminábamos por la sabana pintados de espigas de barro
y nos acostábamos en las hamacas.
Mis hermanos se empujaban, daban vueltas,
nos mecíamos fuerte y tocábamos las trojas.
Pasábamos por encima de la lluvia y el invierno.
La hamaca se traía los nidos y sus pájaros,
viajábamos por los cerros, los bejucos y los ríos.
Los mosquiteros eran las alas de las aves.
Mis abuelos pasaban por el patio y nos veían ahí
encaramados, en esos aromas matutinos.
DESPEDIDAS
Hermanos no vuelvan, los árboles crecieron,
son gigantes en las avenidas.
Los niños van a salir a encontrarse
para enseñarnos a jugar con sus sueños.
No vengan, yo me veo en las sabanas,
en el rayo de luz de las esquinas.
La lluvia que conversaba decía muchas cosas.
Aquí la luna ya tiene un gran color,
la observamos desde las montañas, no podrá
usar sus amuletos para correr por los atajos.
No vengan, encontrarán las casas habitadas
invadidas por mariposas azules,
ahí mismo estarían soplándoles sus alas,
ahogadas por el capullo de su existencia.
CHUA (JESÚS)
Miraba sus manos repletas de ajíes picantes,
todo el bagazo de la caña de azúcar saliendo por la ropa,
sus alpargatas con pisadas fuertes demostraban respeto y valentía.
Sentía alegría al verlo llegar con los periquitos en sus hombros
como si fuera un cielo hecho algarabía.
Era un hombre que, con solo pronunciar palabra,
alumbraba todo el patio de la casa.
Hoy no carga nada,
solo un banco de madera donde acuesta su cuerpo
viejo y cansado.
JUSTA (MARITZA)
Mi tía recorre los caminos detrás de las siembras
y destapa el aljibe, lanza las cenizas que forman ecos,
solo me mira sin pronunciar palabra
y el murmullo de una canción
puede deducir sus nostalgias postergadas.
Por sus ojos pasa su madre viejita y con un caminar lento.
La hala hacia el cerro a recoger el maíz y tejer el chinchorro
que llevará el día de su muerte.
Existen sonidos que ha buscado por muchos años
en sus ahogos debajo de las piedras donde lava.
Y cuando nota que puede escaparse,
el guayare le aprieta la cintura y la deja
sin aliento.
CUSTODIO
Un saco era su casa,
en él cargaba sus recuerdos: una cajita de madera
y dos totumas del color del barro.
En los bejucos llevaba amarradas la contra con caraña,
una para los enfermos y otra para las almas en pena.
Tenía en sus alpargatas unos huequitos donde bebían las hormigas,
mostraba sus manos agrietadas donde picoteaban los periquitos.
Por la sabana espigada: Piedra de los difuntos, la llamaba.
Con su casa en las manos iba dando tumbos
su alma consternada.
KELLYS GARCÍA. Caracas Venezuela 1976, perteneciente a la Etnia Wanai del Estado Bolívar, Venezuela. Licenciada en Educación por la Universidad de Los Andes, Táchira. Docente de bachillerato. Magister en Literatura Latinoamericana y del Caribe, Universidad de Los Andes, Táchira. Promotora Cultural de la Fundación Cultural Púrpura. Sus poemas han sido publicados en revistas de España, México y Venezuela.